La historia del bolero es una crónica de azares recurrentes: los principales países cultivadores del género (Cuba, México, Colombia, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela) tejen una red manchada por las tintas suplicantes del deseo. El mar Caribe, cómplice y testigo, baña con sus espumas el desborde de la pasión.
El chileno Luis Enrique Gatica Silva, más conocido por Lucho Gatica (Rancagua, 11 de agosto de 1928-Ciudad de México, 13 de noviembre de 2018) lo sabía muy bien. Con su atractiva figura y su estilo inconfundible se convirtió en el sueño de miles de admiradoras en Hispanoamérica. Llegó a Cuba en 1954 para cantar Sinceridad, del nicaragüense Gastón Pérez, el gran éxito que lo respaldaba en Chile. La bolerista Olga Guillot lo introdujo en el filin y a su repertorio incorporó Contigo en la distancia, de César Portillo de la Luz y En nosotros, de Tania Castellanos. El pianista y compositor Bebo Valdés dirigió la orquesta que lo acompañó en su gira por España en 1962.
Visitó a La Habana en ocho ocasiones y sedujo por la ponderación de su fraseo y por la acariciante delicadeza melódica que hacía suspirar a las damas. En una presentación en el estadio de béisbol del Cerro, apareció su madre entre el público: un show hábilmente preparado por el popular presentador Gaspar Pumarejo. Dicen que toda Cuba lloró cuando Gatica abrazó emocionado a su progenitora después de meses sin verla.
En México grabó No me platiques más (Vicente Garrido) y en esos años vendió un millón de discos. En la capital mexicana, el Teatro Capri era su escenario preferido. Caminaba por la Alameda, a un costado del Palacio de Bellas Artes, y la gente le mostraba su afecto. En aquellos tiempos de tríos y temas románticos, Lucho fue un ídolo.
Recuerdo de niño cómo de las victrolas de los bares habaneros brotaba la voz del hijo de Rancagua interpretando Tú me acostumbraste (Frank Domínguez), Historia de un amor (Carlos Eleta), Novia mía (José Antonio Méndez), La enramada (Graciela Olmo), Amor mío (Álvaro Carrillo) y Amor secreto (Gustavo Prado) que se escuchaban entre tragos de ron, aguardiente o cerveza. A los hombres desengañados les gustaba Encadenados: "Tal vez sería mejor que no volvieras / quizá sería mejor que me olvidaras. / Volver es empezar a atormentarnos / a querernos para odiarnos / sin principio ni final".
Pero las consonancias de La barca y El reloj, del mexicano Roberto Cantoral, inundaban los espacios íntimos. Mi madre cantaba a dueto con Lucho Gatica en la radio: “Reloj detén tu camino / porque mi vida se apaga / ella es la estrella / que alumbra mi ser / yo sin amor no soy nada”. El vocalista chileno detenía el tiempo, su voz tentaba quietamente a las mujeres de mi casa. Mi abuela tenía un almanaque con su rostro sonriente en el comedor y mis tías suspiraban y decían: “¡Qué hombre, Dios mío!”. Lucho Gatica y el actor mexicano Arturo de Córdova eran los máximos responsables de los sueños eróticos de muchas amas de casa cubanas en las décadas de 1950 y 1960.
El martes 13 de noviembre, en la Ciudad de México, el hombre que repetía tranquilamente “Yo no le temo a la muerte, soy muy feliz”, dejó de mirar por su ventana el mundo. En La Habana, viejos enamorados se fueron al Malecón a ver cómo la luz del sol se iba apagando y el mar se vestía de amargura, mientras a lo lejos se escuchaba un trío cantando La barca, de Roberto Cantoral, uno de sus grandes éxitos.
Carlos Olivares Baró
Cubaencuentro, 16 de noviembre de 2018.
Una nota de Tania Quintero.- A los 90 años fallecía en México el cantante chileno Lucho Gatica, quien antes de 1959 estuvo varias veces en La Habana. En 1957, año en que cumplí los 15, un grupo de muchachas que vivíamos cerca del Stadium del Cerro, esperamos a que saliera de una conferencia de prensa para que nos firmara un autógrafo, que era lo que se usaba. De hecho, fue la única firma de un artista que tuve en mi autógrafo forrado en piel verde que por 0.99 centavos compré en el Ten Cent de Galiano. La barca, El reloj, Amor mío, El bardo y No me platiques más figuraron en el hit parade de la radio, el principal medio que entonces había para escuchar música cubana y foránea.
En Cuba, Lucho Gatica no desplazaba al bolero, tampoco al feeling. Por igual se escuchaba a los intérpretes extranjeros como Nat King Cole, Frank Sinatra, Dean Martin, Doris Day o Elvis Presley que a los nacionales: José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Freddy, Elena Burque, Omara Portuondo, Moraima Secada, Fernando Álvarez, Vicentico Valdés, Orlando Vallejo, Blanca Rosa Gil y, por supuesto, al Trío Matamoros, María Teresa Vera, Celia Cruz y la Sonora Matancera, Benny Moré, Bola de Nieve y las Orquestas América y Aragón, los Conjuntos Casino y de Roberto Faz, entre otros muchos cantantes y agrupaciones de toda la Isla. Después llegarían las canciones protesta de la Nueva Trova que, por suerte, pronto incluyeron temas de amor como Yolanda y Para vivir de Pablo Milanés, y Unicornio y Óleo de mujer con sombrero, de Silvio Rodríguez.
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