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lunes, 3 de septiembre de 2018

La casa de la familia Badell-Yturriaga



En 1958, Eduardo Badell Portuondo se mudaba con su esposa Rufina Yturriaga López-Acevedo, y sus dos hijos, Mariana y Eduardo, a la casa que él y su mujer habían solicitado diseñar a una de las prestigiosas firmas de arquitectos cubanos que entonces había en La Habana.

El resultado fue una espléndida y confortable residencia de dos plantas, en el número 908 de la Calle 82 entre 9na. y 11na., Miramar. Fue construida con los ahorros de toda una vida de Eduardo, un empleado de la Cuban Electric Company que por su laboriosidad, formación profesional y en particular por su dominio de las matemáticas, llegaría a ser el contador principal de la empresa estadounidense que durante 38 años (1922-1960) operó en la Isla.

Miembro de una familia emparentada con los aguerridos marinos vascos Rodrigo y Domingo de Portuondo, cuyos descendientes a inicios del siglo XVII se asentaron en Santiago de Cuba, Eduardo Badell Portuondo no podía imaginar que pocos meses después de estar viviendo en Miramar, el 1 de enero de 1959 llegaría al poder un ejército de barbudos con un comandante dispuesto a acabar con la 'diversión' y 'meter en cintura' a Cuba y los cubanos.

"Eduardo trabajó hasta el mismo año 59. Le dejaron 400 pesos de retiro. No le quitaron la casa donde vivía con su mujer e hijos, pero sí otras, incluidas las casitas edificadas para ciudadanos de pocos recursos en una zona de Santiago de Cuba que aún existe y sigue siendo conocida como Reparto Portuondo", explica por teléfono un familiar.

La mayoría de los vecinos del Reparto Portuondo eran -y siguen siendo- negros o mulatos, muchos seguidores de la religión yoruba, otros se destacaron en la música o el deporte, como el entrenador de boxeo Alcides Sagarra. "Siempre fue un barrio de gente de color. A Rufina le gustaba contar que cuando iban a cobrar los alquileres, que eran bajísimos, los inquilinos salían a la calle y dando palmadas coreaban llegaron los dueños, llegaron los dueños... Eran muy alegres, como todos los santiagueros", rememora el mismo familiar.

En internet no se localizan datos sobre Eduardo Badell Portuondo (Santiago de Cuba 1901-La Habana 1986), pero sí sobre su hermano Enrique, una eminencia científica, según el portal de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba:

"Enrique Badell y Portuondo, nacido el 21 de febrero 1897, obtuvo en la Universidad de la Habana los títulos de Ingeniero civil, Arquitecto, doctor en Ciencias Físico- Matemáticas y doctor en Ciencias Físico-Químicas. Su existencia fecunda fue una consagración perenne al estudio. Del 3 de abril de 1920 al 31 de mayo de 1923 ocupó, ganada por oposición, la cátedra de Física y Química del Instituto de Camagüey que renuncia para trasladarse a La Habana y prepararse para concurrir a las oposiciones de la cátedra de Física Superior en la Universidad habanera, que gana en 1928 y desempeña hasta 1934 cuando optó por la de Física Teórica, asignatura que desempeñó con notable sapiencia. Tras el deceso de su esposa y su única hija, se aísla del mundo y se recluye entre cuatro paredes cargadas de libros. En su soledad austera comienza a redactar un Tratado de Física Teórica, del que dejó escritos y terminados, con valiosas tablas de cálculos vectorial y tensorial, cuatro de los siete tomos que debían formar la obra -acervo de cultura- y que tras su fallecimiento fue entregada por sus deudos a la Universidad, quienes no tendrían la satisfacción de verla publicada, ya que ni siquiera recibieron acuse de recibo. Badell fue muy querido por sus discípulos y compañeros, un hombre de bien, de noble corazón, a quien la muerte venció el 21 de diciembre de 1947, a los 50 años de edad. Como postrer tributo, fue velado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana".



Cuando la periodista Tania Quintero conoció a Mariana Badell Yturriaga ya su padre había muerto. Ingeniera química graduada de la Universidad de La Habana en 1971 y con un doctorado en la Universidad Mendeleev de Tecnología Química de Moscú, en ese momento Mariana laboraba como especialista en el CECE (Comité Estatal de Colaboración Económica), se había casado por segunda vez y de su primer matrimonio tenía una hija, Vivianne Roque Badell, nacida en 1970, el año de la fracasada zafra de los diez millones.

Por su trabajo, Mariana había viajado a varios países, entre ellos el Reino Unido, Bélgica y la India. Tania había salido una vez de Cuba, a la República Democrática Alemana, como reportera de la revista Bohemia, en 1979. Las dos eran habaneras, se llevaban seis años de diferencia y sus procedencias sociales eran muy distintas. Entonces, internet era cosa de ciencia ficción, pero Mariana y Tania se las arreglaban para estar informadas de lo que pasaba en el mundo, particularmente en la Unión Soviética, desde donde los aires de la perestroika y la glasnost llegaban a la isla de los hermanos Castro. A ellas también les interesaban otros temas, como la productividad laboral en Japón, nación que siguieron más de cerca después de leer el libro Made in Japan, de Akio Morita, fundador de la Sony.



Sería a finales de los años 80 o principios de los 90, cuando Tania comenzó a visitar regularmente a Mariana en su casa, donde vivía con su hija, su marido, su madre Rufina y su tía María Teresa. Allí intercambiaban informaciones entre ellas o con otras personas igualmente interesadas en estar al tanto de lo que lo pasaba más allá de las costas cubanas. A pesar de la escasez y dificultades para mantener y reparar una vivienda en Cuba, sobre todo de esas dimensiones, la casa de la Calle 82 se encontraba en buenas condiciones. Tania la recuerda así:

"En la planta baja, a la entrada, había un zaguán o recibidor y una escalera, debajo de la cual había un baño para las visitas. La escalera, en forma de curva, tenía luces indirectas y daba acceso a un lobby en la primera planta. A la izquierda se encontraba la habitación del matrimonio, con un baño y puerta al balcón-terraza. Al lado quedaba un cuarto para uno de los hijos, y entre éste y el otro cuarto para el otro hijo, un espacioso baño. En la planta alta había una cocinita y al lado, una puerta que daba a una terraza techada donde en los días calurosos se reunían a conversar y tomar limonada. En la planta baja, al final, había un patio de tierra con matas de mangos, plátanos y anones, entre otras frutas. En la época de mangos, las ramas llegaban hasta la terraza y se podían coger los mangos con la mano. En la sala había un gran espejo y una chimenea de ladrillos rojos y se comunicaba con un amplio salón, con ventanales imitando abanicos. Los cristales eran color verde botella, para que no molestara la luz del sol.



"A la sala, el salón y el comedor se accedía por puertas de cristales que se podían dejar abiertas o cerrarlas. Detrás de la cocina principal, en la planta baja, había un cuartico y un bañito, al principio usado por un chofer que tuvo la familia, aunque el auto que se convirtió en seña de identidad de la familia, era un Mercedes Benz blanco, de 1959, modelo 60, que en La Habana llamaba la atención no sólo por la marca, el color y el modelo, si no porque era conducido por una mujer, Rufina, quien antes de irse de Cuba lo vendió por 5 mil dólares. La casa tenía un garage con capacidad para dos vehículos".



A medida que avanzaba el socialismo verde olivo, con sus colas, su libreta de racionamiento y su período especial, ese cuartico se fue transformando en una especie de almacén, donde lo mismo guardaban un saco de papas que de cemento, unas libras de arroz o de azúcar. Si algo caracterizaba a los Badell-Yturriaga era su hospitalidad y buen trato, hacia cualquiera. En dependencia de la hora, te invitaban a almorzar o comer. O a merendar: la especialidad eran los eclairs, de vainilla o chocolate. Y, por supuesto, a tomar una tacita de café acabado de colar. A ese cuartico se accedía por un pasillo lateral derecho y por el otro pasillo, el lateral izquierdo, se llegaba al que una vez fue el cuarto de criados, en realidad un pequeño apartamento donde posteriormente viviría María Teresa Yturriaga López-Acevedo, hermana de Rufina, que en su juventud había sido profesora de literatura y español y ya jubilada ejercía como quiropedista.



A mediados y fines de la década de 1990, la familia Badell-Yturriaga, que como miles en Cuba había depositado ciertas esperanzas en los cambios prometidos por Fidel Castro, decepcionada y cada vez con más dificultades para sobrevivir, decidió emprender el camino del exilio. El último integrante de la familia que se fue, en 1997, vendió la casa de la Calle 82 por 50 mil dólares (hoy su precio no bajaría de los 250 mil dólares). El comprador, un ex combatiente de la Sierra Maestra, en ese momento asesor de un banco español en La Habana, se había casado con una joven de 25 años.

"El hombre compró otra casa más, en 36 y 31, también en el municipio Playa. Invirtió mucho dinero en la compra de esas dos casas y en un piso que construyó en el techo de la casa de la Calle 82. Por esa construcción, totalmente innecesaria, y por otras ostentaciones que hizo, llamó la atención, lo investigaron, le quitaron la casa de 82 y lo metieron preso", cuenta un pariente en un correo electrónico.



Si el tipo que compró la casa de 82 la desfiguró, cuando el Estado se apropió del otrora hogar de la familia Badell-Yturriaga, la llenó de rejas, la convirtió en una especie de cárcel urbana y allí instaló una de las muchas dependencias estatales que el régimen tiene a lo largo y ancho de toda la geografía nacional. En internet se pueden ver fotos actuales del interior de la casa y está irreconocible.

"Me quedé de piedra cuando me enteré del destino de la casa de mi amiga Mariana, fallecida el pasado 2 de abril en Barcelona, cuatro días antes de su 70 cumpleaños. Pensé que el propietario la hubiera revendido por más dinero y el nuevo dueño hubiera aprovechado su excelente arquitectura y diseño, y en especial su ubicación en una de las mejores zonas de Miramar, para montar una paladar o alquilar habitaciones a turistas nacionales y extranjeros.



"Pero jamás hubiera imaginado que la hubieran convertido en sede de un organismo-paripé como es la Comisión Electoral Nacional. Me costaba creerlo y sí, es cierto. Lo confirmé en el boletín de mayo de 2012 del Registro Estatal de Empresas y Unidades Prespuestadas de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información", concluye Tania Quintero.

Iván García

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