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lunes, 30 de enero de 2017

El Partido Unido de las Señoritas Alegres



Ingresé a la Escuela de Letras en 1968, con apenas 17 años. Me recuerdo caminando por la Avenida G arriba, toda nerviosa ante ese emporio de la intelectualidad (sí que lo era, hasta los monstruos como la Dra. Elena Calduch y los humillantemente sumisos como Roberto Fernández Retamar, eran 'scholars' a la altura del profesorado de las mejores universidades del mundo).

Respecto a las viejas comunistas de tradición como la Dra. Vicentina Antuña, entonces directora de la Escuela, Isabel Monal (nunca era más brillante que cuando daba una clase totalmente borrachita, se inspiraba, a pesar de que la llamaban Isabel Manual, era, o es, una persona afable y comprensiva) y Mirta Aguirre, a veces cruel, especialmente con los homosexuales, algo que nunca he entendido por qué siendo ella lesbiana. Pero era sin duda una profesora, poetisa y ensayista de altura.

En esa época la Escuela, como le llamábamos, tenía también el privilegio de José Antonio Portuondo, Pepé, que era tan buen profesor de Estética como de enseñar a hacer frijoles negros; Beatriz Maggi, mi mentora y amiga íntima, Luisa Campuzano, Federico Álvarez (un español/mexicano que enseñaba como ningún otro Teoría y Práctica de la Investigación Literaria), la Dra. García Sardiñas que sabe más de gramática española que los de la RAE, Norma González, que nos torturó con Historia de la Lengua Inglesa, con caracteres rúnicos y todo cuando aquello del Beowulf.

Se me olvidan otras figuras de la intelectualidad cubana, lo que no se me olvida es la excelencia de los instructores graduados, como la desaparecida Marta Eugenia Rodríguez, de una erudición que quisieran muchos profesores que he conocido aquí. Dejé para último, por incunable, a Sam Goldberg, un judíoamericano gruñón, sencillo, insoportable y mi otro mentor, de una erudición y excelencia pedagógica muy sui generis, sin par. Años después adopté su estilo de profesor... sin sus excentricidades. De eso puede dar testimonio Frank Vales, el rector del Instituto de Traducción e Interpretación donde los estudiantes eran apenas unos años menores que la mayoría de nosotros. Esa será otra crónica de mis mejores recuerdos.

Me quedé en cuando iba G arriba; al entrar al entrañable vestíbulo de la Escuela, no me fijé en la muchedumbre del primer día sino en un enorme banco de caoba donde había unos estudiantes más viejos que yo. Tiempo después sabría que ese banco era testigo de todo, desde declaraciones de amor, chismorreos y especialmente lugar de janguear de los habituales, los cuales no menciono porque he de respetar la privacidad de “los tipos del banco”; los cinco estudiantes de Licenciatura en Inglés también usábamos el banco entre turno y turno, si había espacio. Bueno, el elevador, que tenía elevadorista estaba repleto. Como una escolar sencilla subí al aula.

Las primeras clases eran con todas las especialidades juntas y éramos un montón, pero enseguida fui como un imán a quienes serían mis amigos hasta hoy, Iván Pérez Carrión y Laura Meneses, Picky, nieta peruana de Albizu Campos. El fenecido y recordado Alejandro Expósito, tan titiritero como siempre, lo primero que hizo fue encender un cigarro para que todos supieran que en la Universidad se podía fumar. También caté, como Mío Cid, aquellas personas que debía evitar.

Por qué no me dejaron entrar el año anterior. Había hecho una entrevista excelente (para entrar a la Escuela había que pasar una entrevista cultural y política). En mi panel estaba Mirta Aguirre. Con su voz de fumadora vieja me espeta:

-¿Cuántas espadas tenía el Cid?

Yo me quedé hecha una piedra, pero no sé de qué rincón de mi memoria salió:

-Dos, la Tisona y la Colada.

Cuando me enteré que no me habían admitido, con 16 años, ni corta ni perezosa le pedí una entrevista a José Miyar Barrueco, Chomy, entonces Rector de la Universidad de la Habana. Me recibió enseguida. Tras escuchar mi catilinaria me dijo muy zumbón que en realidad lo que yo debía estudiar era Derecho.

-Rector, yo le pedí esta entrevista para saber las razones por las que no fui admitida.

-Bueno, te las voy a decir todas, parece que andas en un grupito de serias desviaciones ideológicas, incluso se hacen llamar el Partido Unido de Señoritas Alegres (como una burla al PURS, siglas del Partido Unido de la Revolución Socialista).

Aquello era una absoluta calumnia inventada por alguien que hasta hoy no sé quién fue ni por qué quiso destruirme de tal modo. Sí sé que debe haber tenido una mente muy sucia por haber inventado aquella cochinada. Chomy me creyó y me sugirió que volviera a solicitar el ingreso el curso próximo. Así lo hice y fui aceptada.

Pues bien, todo transcurría de maravilla, nos estaban formando como sólidos intelectuales (el que no daba la talla se tenía que ir, las notas lo decían todo). Tanto las clases en común, como las de la especialidad eran de quedarse hipnotizada, discutir, disentir, y aprender. No nos importaba mucho que, salvo los privilegiados, todos estábamos vestidos a lo Mao, con camisa y pantalones de trabajo, botas o kikos, como le decían al clazado plástico.

En las especialidades teníamos el privilegio de ser a lo sumo cinco, y tres en francés entre los que se encontraban David González y Rafael Hernández -este último se ha reciclado y especializado en Estados Unidos. Las especialidades eran Inglés, Francés, Ruso, Lenguas Clásicas e Historia del Arte. Hubo cinco locos que estudiaron Latín y Griego y que nos hacían a todos las tareas de los insoportables cuatro semestres del Latín, que de las pocas cosas que me acuerdo es galina clamat (la gallina cacarea). En ese grupo estaba el entrañable Amaury, un guajiro con ansias de erudición y vocación pedagógica que tradujo y cantaba en latín Cuán dulce fue el beso.

No voy a hablar de los trabajos productivos, tendría que hacer una novela; solo algunas anécdotas inolvidables, como por ejemplo, cuando después de almuerzo nos sentábamos debajo de una mata Iván, Carlos Victoria, Abel Prieto y yo, a gusanear por lo alto, ¡ni Mas Canosa nos ganaba! O la Gran Orgía de la Facultad de Humanidades en un Tres por Uno (recordarán que era ir un fin de semana al mes al campo). Una noche estaba con nosotros un equipo del ICAIC que no alcanzo a comprender por qué querían filmar aquel 3 X 1.

De pronto se va la luz y sucede lo que yo hasta hoy pienso que fue un suceso de histeria colectiva. De pronto, sin alcohol, o con muy poco, no recuerdo, todo el mundo comienza a emparejarse, y hacer el amor allí mismo o en los cañaverales; soy una testigo muy creíble porque yo estaba casada y no sentí ningún interés de entrar en aquel suceso. Antes bien me dediqué a divertirme, desde ver quién se emparejaba con quién o con alguien del ICAIC o reírme de Talía Fung que, cual cangrejo, estaba encaramada en una litera, chillando que aquello iba a tener consecuencias. No las tuvo. Aquello cayó en el mayor silencio.

La Escuela era una maravilla, exigente y divertida. No se me olvidan las escapadas a G y 23 a tomar un brebaje inmundo que llamaban café. Pero en Cuba las maravillas no duran. Llegó la Ofensiva Revolucionria. Tras una asamblea que duró toda una noche y que no puedo reproducir porque fue surrealista: no recuerdo de qué los inquisidores de Ciencias Políticas nos acusaban a los afeminados y extravagantes de 'la Escuela Fina', algo de diversionismo ideológico y por ahí.

Hubo encartados que fueron expulsados sumariamente como el querido Carlos Victoria y Desquirón, debe haber habido más, y otros, entre quienes nos encontrábamos Abel Prieto, Helmo Hernández y una servidora fuimos llamados ante un Tribunal de la Inquisición. No sé cómo Helmo salvó el pellejo, pero quedó bien tembloroso; a Abel lo salvó ser hijo de papá; lo que sí recuerdo mi breve entrevista de inquisición. Los Torquemadas eran David González y Rafael Hernández.

-Blanca, esta entrevista es porque se dice que tienes problemas de desviaciones ideológicas.

-¿Cómo ustedes dos precisamente se atreven a hablarme de desviaciones si Esther Pérez, esposa de David, se acuesta con Rafael y tú lo permites, David. Si es necesario dar explicaciones, pido una asamblea y las doy en público. Ahí terminó la inquisición. Fueron brutos. Si otros hubieran sido los inquisidores a lo mejor no hubiera terminado la universidad.

Pues pasó el tiempo y pasó un águila por el mar. A pesar de aquel trago amargo, seguí disfrutando cada día cómo me iba formando y la excelencia de la educación que recibía, y también todo lo que nos divertimos, que eso tampoco lo olvido: no creo que ninguno de aquella promoción lo haya olvidado. A los que fueron HP, mai non troppo, los acepto, y mantengo con ellos formales relaciones electrónicas, punto. Me gustaría encontrarme con Amaury, que sé que por su excelencia ocupa un alto puesto en Educación Superior. ¡Se lo ganó!

Me gradué, seguí en contacto con mis amigos, sabía de otros, como El Santo Niño de Atocha, perdón, Carlos Galiano, por su programa televisivo. Volví a la Escuela que dejó de ser para siempre donde yo estudié. Se retiraron los grandes intelectuales, la educación cayó por el suelo. Seguí adelante triste, pero aceptando la realidad. Y “hoy recuerdo con tristeza lo solo que está mi mundo”.

Blanca Acosta
Cubaencuentro, 22 de junio de 2016.
Foto: Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Tomada de Cubaencuentro.

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