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jueves, 15 de septiembre de 2016

Sirique retorna a través de fotos olvidadas



Herrero de día, músico y promotor sonoro en sus días libres, Alfredo González Suazo -más conocido por Sirique- condujo en los años 60 uno de los espacios más importantes de la música tradicional en su propia herrería. Un día, el joven fotógrafo Ernesto Fernández lo descubrió y registró este espacio. José León Díaz conversó con Fernández sobre esta circunstancia, en un texto -adaptado con autorización- de la revista cubana Revolución y Cultura. Y como un feliz añadido, un documental sobre la Peña de Sirique.

Esta increíble serie de imágenes, cedidas por el fotógrafo Ernesto Fernández para su publicación, comenzaron mucho antes en el tiempo. Con un personaje, Alfredo González Suazo, a quien todos conocen por Sirique en la historia de la cultura cubana. Nació el 29 de septiembre de 1895, en una casa de la calle Trinidad entre Consejero Arango y Carvajal, en la barriada de Carraguao, El Cerro, donde prácticamente desarrolló toda su vida. A los diez años de edad comenzó a aprender el oficio de herrero, en la fundición de León Leoni, donde tuvo por maestro al experto fundidor Jaime El Catalán. En 1912 ya era mecánico en los talleres ferroviarios de Ciénaga, donde llegó a ser jefe del Departamento de Maquinarias.

Con sus compañeros de trabajo formó un equipo de baseball, ahí nació el apodo de Sirique, herencia de su padre: Valentín González, reconocido jugador y árbitro, miembro del Salón de la Fama de este deporte. Chofer de alquiler, en 1927 Sirique instaló su propio taller de herrería allí mismo, donde estaba su peña. Sirique, hay que decirlo, era un gran aficionado de la música. Y era un promotor nato, dueño de un carisma que le facilitaba la relación con todo cuanto brillaba en el universo musical cubano de aquellos años. Llegó incluso a contar con un espacio en la radioemisora CMCQ, adonde convocaba a sus amigos, es decir, los músicos.

Luego del triunfo de enero de 1959, Sirique tuvo la idea de organizar todos los domingos una peña de música tradicional, y la herrería de Santa Rosa e Infanta fue la sede escogida por él para esta nueva aventura. Hasta allá podía llegar todo amante de la música cubana, y disfrutar de ella gratuitamente. Solo estaba prohibida la ingestión de bebidas alcohólicas. Es decir, los asistentes solo acudían por el plaisir de la musique.

Como complemento a la peña, Sirique decidió formar en 1962 un conjunto integrado por viejos soneros jubilados, que en otros tiempos fueron verdaderas estrellas. No sin ironía lo nombró Los Tutankamen, cuyo lema era: un maestro en cada instrumento y en conjunto un hogar de ancianos. Los Tutankamen constituyeron una suerte de antecedente del Buena Vista Social Club. Entre sus miembros se encontraban músicos de calibre como el tresero mayor Isaac Oviedo, Luis Peña el Albino y el famoso timbalero Chori.



Y la peña creció. Hasta el punto de que la televisión y el cine se hicieron eco de ella. Esther Borja, la gran dama de la canción cubana, realizó uno de sus programas Álbum de Cuba desde la popular herrería; y el Instituto Cubano del Cine filmó en 1966 un documental dirigido por Héctor Veitía, La herrería de Sirique, con fotografía de Mario García Joya y Marucha. La edición estuvo a cargo de Roberto Bravo y el sonido de Germinal Hernández., sin duda un valioso testimonio por las actuaciones que el realizador recogió para la historia.

Fue así que la peña de Sirique se convirtió en una de las más famosas que hayan existido en Cuba. Durante años congregó todos los domingos a los más célebres trovadores cubanos, entre ellos: el Trío Matamoros, Sindo Garay, María Teresa Vera, Odilio Urfé, los boleristas Bienvenido Julián Gutiérrez y Juan Pablo Miranda, entre otros. Notable participación también tuvieron los rumberos Agustín Pina, Flor de Amor, Mario Dreke y Osotolongo. Por si fuera poco, allí se celebraron homenajes a Sindo Garay en su centenario, al trío Matamoros, a Blanquita Becerra, popular vedette del Alhambra, a los destacados compositores Graciano Gómez, Oscar Hernández, Gonzalo Roig...

Una noche de enero de 1967, el joven escritor español Juan Marsé, miembro del jurado del Premio Casa de las Américas, invitó a la peña de Sirique a otro joven, el fotógrafo cubano Ernesto Fernández. La invitación se extendía a los demás integrantes del jurado.

Ernesto, aunque conocía de Sirique y sus peñas, nunca había estado allí. Él me cuenta:

“El lugar impresionaba muchísimo. Y no lo digo solo con el ojo entrenado en buscar imágenes, sino por el contexto. Se trataba de un lugar propio de obreros, en realidad un taller, y sin embargo todos estaban muy bien vestidos. Daba una atmósfera parecida a la del Bronx, como me comentó un amigo norteamericano que viera las fotografías recientemente. La música, las luces, el humo creaban un ambiente extraordinario. Por casualidad, y por fortuna para mí, aquella noche homenajeaban a uno de los grandes de la música cubana de todos los tiempos, el maestro Gonzalo Roig, quien dicho sea de paso no solo era un gran músico sino también muy fotogénico. Es algo que, al ver las imágenes, le agradeceré eternamente a Marsé.”

Pregunté a Ernesto algunos detalles técnicos, esas curiosidades que a veces sentimos los aprendices de fotógrafo, y me respondió:

“Ni recuerdo con qué cámara hice las fotos. Sé que no era de mis favoritas, pues estas quedaron destruidas durante la batalla de Playa Girón, y tardé años en encontrar otras que me complacieran. Los negativos indican que era de 35 mm, y lo más seguro es que la estuviera probando esa noche. Pienso que en verdad se trata, más que de un trabajo, de un sentido homenaje a Sirique y a todos aquellos que tanto amor dieron a la música cubana. Todas las fotos las tomé en una sola sesión. Y nunca las toqué, ni siquiera las vi entonces. Casi cincuenta años después, cuando mi hijo Ernesto Javier se dio a la tarea de restaurar (gracias a las nuevas tecnologías) todas mis imágenes, fue que las vine a ver y quedé muy sorprendido. Eran unas tiras de negativos que había encontrado en la casa de mi madre, tras su fallecimiento. Es como un milagro de Dios.”



La Peña de Sirique fue cerrada en 1968, luego de la llamada Ofensiva Revolucionaria, cuando fue nacionalizado el taller. Al administrador que la Revolución colocó allí no se le ocurrió continuar, o permitir que continuara aquella maravilla. Tampoco a ninguna institución cultural. Sin embargo, un detalle curioso: Sirique, su gran promotor, falleció el mismo día que comenzó, en Lajas, Cienfuegos, el Primer Festival de Música Popular Benny Moré, el 18 de febrero de 1980.


Texto: José León Díaz. Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, 1985. Actualmente es subdirector de la revista Revolución y Cultura. Integró el grupo Nos y Otros entre 1982 y 1988. Ha Publicado Continuación del laberinto (poesía), y Solo por un tiempo y Habitación azul con begonias, ambos en narrativa.
Fotos: Ernesto Fernández

Cuban Art News, 17 de septiembre de 2015.

Ver más fotos en Cuban Art News.

Nota.- Hubo dos lugares en La Habana por los cuales muchos domingos pasé, escuché la música que de sus interiores salían y alguna que otra vez me asomé a la puerta y durante unos minutos me detuve a mirar, o más bien, a curiosear. El primero, en los años 60, fue la Peña de Sirique, en Santa Rosa e Infanta, a unas tres cuadras de nuestra casa, en Romay entre Monte y Zequeira, barrio de El Pilar, Cerro. El segundo, en los años 90, en el círculo social del batey del central Toledo, cercano a la sede universitaria conocida como la CUJAE. Allí, los domingos por las tardes se reunían parejas de personas mayores para bailar danzón. Creo que ellos formaban parte del Movimiento Amigos del Danzón Eliseo Grenet de Marianao. En esa época, yo vivía en La Víbora, 10 de Octubre, pero algunos domingos solía pasarlos en el apartamento que Hortensia y Víctor, un matrimonio amigo mío, tenía en el quinto piso de un edificio de microbrigadas en el reparto El Palmar, Marianao. Tanto a la ida como a la vuelta, tenía que atravesar por el batel del central, y frente a la CUJAE, quedaba la parada de la ruta 201, la única guagua que enlazaba esas dos localidades habaneras. En ocasiones, pasaba por el batey cuando las parejas estaban llegando al baile, en otras ya estaban bailando y de lejos claramente se podían escuchar los danzones o ya aquellos hombres y mujeres habían terminado de bailar, y elegantemente vestidos, ellos con guayaberas o trajes, y ellas con vestidos y abanicos, regresaban a pie a sus domicilios o se dirigían a la cola de la 201 (Tania Quintero).

1 comentario:

  1. Extraordinarias imágenes. No conocía nada de lo que relata el interesante post. Gracias mil Tania por compartir.

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