Durante los 60 y 70, los cubanos de New York City abanderaron a las comunidades latinas como bailadores de swing, funky y bandstand style. Algunos de ellos no tenían nada que envidiarles a los negros del Bronx.
La pareja de Ramón y Cecilia -él de la barriada habanera de Cayo Hueso, y ella santiaguera de El Cobre- fueron venerados muchos años en el club St. Mary’s, templo popular del swing de la ciudad en los 60, y más tarde del funky.
Ramón y Cecilia llegaron a ser muy reconocidos como personajes de la noche en la Gran Manzana y abrieron juntos una academia de baile en el Low Manhattan, que se fue al traste cuando dejaron de ser pareja sentimental, y también de baile.
Aun así, ya separados, ambos visitaban con frecuencia Studio 54, donde eran tratados como celebrities, tanto que el show televisivo Soul Train les rindió un homenaje unos años antes de dejarse de emitir.
Su olvido no fue culpa de los americanos, sino nuestra, y particularizando, de Agapito y su infernal engranaje cultural comunista. Si el rock y otros ritmos de moda estuvieron prácticamente proscritos por la oficialidad, sus escasos exponentes en lo bailable también lo estuvieron. Y siendo el funky el hermano pobre del pop y del rock, le tocó correr idéntica suerte.
Aunque, muy a pesar de Agapito, nos llegó el funky y lo asimilamos y bailamos de forma casi furibunda, nunca fue un género que trascendiera a los medios. No tenía intérpretes nacionales que dieran la cara por él, a pesar de que lo bailamos (y gozamos) todos los que hoy rondamos los 50.
Así que instintivamente lo infravaloramos en favor del intocable son y de su hija putativa, la pretendida salsa, que se tragaron a todos lo demás ritmos foráneos, en virtud de esa “cubanía revolucionaria” que luchaba contra el diversionismo ideológico hasta en los pentagramas.
Y así, en Cuba también cayeron en el olvido otros brillantes bailadores populares de funky, como el gran Henry, también de Cayo Hueso, que tenía pies cubanos y oído americano, y que durante su larga vida como coreógrafo “underground” montó las coreografías de funky más sonadas de las fiestas de quince de La Habana de entonces. Un servidor tuvo el placer de bailar a sus órdenes en varias de ellas, y mi amigo Adolfo García Lozano no me dejará mentir.
Hoy pocos recuerdan a Ramón y a Cecilia cuando se habla de bailadores o bailarines célebres de la Isla en el exilio, y la gran mayoría de los cubanos vivos dentro y fuera, ni siquiera los conoce. Quedaron a la sombra de las grandes rumberas, entonces más cotizadas y reconocidas en Cuba, porque allí el funky era un ritmo del enemigo. ¿Para qué recordar entonces a unos negros cubanos funkyteros?
Desconozco qué ha sido de ellos a partir de los 80, quizás algún cubano sesentón que viva en Nueva York y los haya conocido, tenga una idea.
Gracias a mi socita, añeja compañera de exilio y también ex bailarina, pero de Tropicana, Loyda La Raspadura, he conseguido esta instantánea maravillosa y única de la pareja, que Loyda subió hace unos días a su cuenta de twitter.
La comparto con ustedes con gran placer, y con la idea romántica de estar haciendo un poquito por no perder del todo la memoria de nuestros “artistas de la calle”, ésos que desconocemos o hemos olvidados.
Carlos Ferrera
Negra cubana tenía que ser, 24 de abril de 2016.
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