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miércoles, 2 de marzo de 2016

Rembert Egües: "Soy de mi tierra, soy de Cuba" (I)



Aplausos prolongados. Las cortinas se vuelven a abrir y todo el elenco ocupa el lugar previamente ensayado. El director, como siempre, ha quedado en el centro del escenario, flanqueado por los protagonistas. Para él ha sido la batería más fuerte y prolongada. La compañía debe hacer las maletas. Pronto estarán presentando el mismo show en otra ciudad. Son cerca de cinco horas en avión y hay que bajarse para hacer una conexión. Es la presentación número 455, pero ninguna ha sido en la ciudad donde se gestó ni en el país al que se deben la música y la historia. Es Cuba lejos de Cuba.

Puedo conversar camino al aeropuerto y en el avión si no me duermo. Todo el elenco está contento: es la tercera vez que se presentan en esa ciudad y el público sigue respondiendo. Del teatro al aeropuerto son treinta minutos. Hay mal tiempo y muchos vuelos han sido retrasados o cancelados. Es pasada la media noche y algunos niños no se dan por enterado y corretean seguidos de sus padres que tratan de controlarles; los adolescentes se concentran en sus dispositivos electrónicos. Son los hijos de internet; socialmente no existen sin la conexión, el chat y las redes sociales; deben estar contando a un amigo lo aburrido que es estar en la sala de espera de un aeropuerto.

La inmediatez de la red crea una comprobada adicción por lo que estar conectado es importante en estos tiempos. Navegamos y en el principal periódico local aparece una crítica al espectáculo. Sigue siendo tan buena como la primera, aunque ahora firma otro redactor. En algunos blogs se habla del acontecimiento: tres noches a teatro lleno. Alguien no solo recomienda la obra, sino que agrega el enlace a una agencia de viajes que ofrece buenos precios para visitar Cuba.

El director de la compañía, mi entrevistado, ha pasado la mitad de su vida profesional y personal en Francia. "Llegué en 1989 para cumplir un contrato de trabajo y he vivido a caballo entre París y La Habana. También he podido desplazarme lo mismo a España que a Nueva York, que a otras capitales del mundo. Unas veces en calidad de director musical y otras con este show. Vamos a hacer una cosa. Yo te cuento mi vida y tú escribes lo que te parezca interesante. Dos cosas nada más te pido: que no me interrumpas y que me acompañes con un trago de ron cubano. Tengo guardada una botella de Santiago que me regaló mi hermana Gladys antes de salir de La Habana y aún no la he abierto".

Al fin encontramos un lugar donde acomodarnos y las personas agolpadas en el largo salón molesten lo menos posible. Sirve el ron en dos vasos plásticos largos saturados de hielo y reparte una ronda entre algunos miembros de su staff. Después de varios años trabajando juntos, funcionan como una gran familia. Ésta es la historia de su vida.

-Nací el 4 de febrero de 1949 en La Habana y me pusieron por nombre Rembert Egües Cantero. Parte de mi infancia la viví con una familia amiga de mis mayores, parece que era un niño gracioso porque estuve con ellos de modo intermitente hasta que cerca de los nueve años comienzo a vivir con mi papá. Mi familia era un poco nómada, mi abuela vivía mudándose constantemente lo mismo de ciudad que de casa. Recuerdo haber vivido en Matanzas, en Bolondrón, en Agramonte y aunque mis padres estaban divorciados te puedo decir que tuve una familia hermosa. Mi madre se fue a vivir a Estados Unidos siendo yo un niño.

-Yo tenía que ser músico. Mi primer profesor fue mi abuelo Eduardo, él fue quien enseño a mi papá y a mi tío Blas, que comenzó a enseñarme a tocar la flauta y el piano. Además de músico y profesor, era lo mismo barbero, que panadero o sastre. Se metía en cuanto oficio le ayudara a poder mantener a su familia cuando no estuviera contratado tocando con la banda o con alguna orquesta.

-Empecé tarde en la música estudiando piano y flauta, el instrumento familiar. Tenía diez años y decían los profesores que poseía grandes condiciones como ejecutante y no me sorprendería eso; sin falsa modestia. Volqué todas mis energías a los estudios de música. Recuerdo que en el primer año estaba estudiaba El claro de luna de Debussy que era de cuarto año. Era tanta mi sed de estudiar y aprender que mi abuelo se sorprendía de mis avances y mi papá se preocupaba por la cantidad de horas que estudiaba. Pero más que para ser un buen instrumentista quería aprender para componer, los instrumentos para mí eran un medio para lograr un fin mayor que era ser compositor. Quería escribir música con esa misma fuerza que tenían los estudios que aprendía.

-Para el resto de los estudios casi era un desastre. Esto que te voy a decir es un secreto de familia: nunca terminé los estudios ni de piano ni de flauta, no lo digas pues me puedes poner en crisis con alguna gente... Pocas veces hablo de la relación con mi padre Richard Egües. Era mi amigo y además una persona recta, pero muy cariñoso, siempre pendiente de mis estudios y de mis hermanos. Te dije que mis padres se divorciaron, pero parecía que no lo estaban, de lo bien que se llevaban. Lo más importante fue el cariño que papá nos dio una vez que mi mamá no pudo venir más a Cuba cuando se rompieron las relaciones con Estados Unidos.

-Mi debut profesional -si es cuando uno gana dinero- oficialmente fue con un cuarteto llamado Los Chicos del Jazz, éramos Amadito Valdés, Fabián García, Paquito D´Rivera y este servidor. Después el cuarteto creció, entraron Nicolás Reinoso, Carlitos Godínez, Sergio Vitier. Al cuarteto llegaron a anunciarlo con bombo y platillo e incluso tocamos en un par de lugares y hasta dejaron de pagarnos. Por qué el jazz, bueno, chico, a nosotros nos influenció un norteamericano que vivía en Cuba llamado Mario Lagarde, que nos enseñó los secretos del blues y nos pareció interesante. Si se me olvida algo podemos preguntarle a Amadito Valdés, él tiene guardado todos esos papeles y su memoria es prodigiosa. Creo que Amadito nació viejo, por esa manía de guardar papeles y cosas.

-Otro trabajo profesional de esa época fue en unos carnavales. Un sujeto al que le decían Cara de gallo, que por cierto era percusionista, nos consiguió para tocar en la carroza de la Construcción con la banda de Pello el Afrokan y yo iba tocando el triángulo. Triángulo en una carroza, nada que ver con el momento, pero uno es músico. Qué manera de divertirnos. Hasta que un día me llama Felipe Dulzaides para hacerme una prueba para su grupo Los Armónicos. En ese momento yo había solicitado entrar becado a la ENA (Escuela Nacional de Arte) y me habían aprobado, pero fui a hacer la prueba, que era para tocar vibráfono y para Felipe, si tocaba piano podía tocar el vibráfono, así de sencillo. No había terminado de tocar lo que me marcó, cuando me dijo que estaba en la plantilla del grupo. Felipe era un hombre increíble, dominaba un repertorio musical envidiable sobre todo de jazz y del cine norteamericano. Tanto, que cada día yo montaba hasta diez temas musicales en los ensayos y los tocaba ese mismo día.

-Y así llegué al Salón Internacional del Hotel Riviera y la beca en la ENA pasó a mejor vida. Ahora que hablo de esa etapa de mi carrera profesional, me acuerdo de un show que había en el Cabaret Copa Room del Riviera, llamado La cueva de Luis Candela, donde estaban Juana Bacallao y Dandy Crawford, personaje del que nadie habla, pero era un cantante del carajo, y al jazz le sabía un mundo. Juana y Dandy hacían una pareja simpática. Con Felipe no se paraba de trabajar ni de aprender. Después entraron en el grupo Changuito y posteriormente Carlos del Puerto, por ahí hay fotos de esa época. Cuando llegue a La Habana te las enseño, estamos todos sin bigote,

-Sergio Vitier estuvo poco tiempo pues se fue a acompañar a Ruth Dubois, una mujer de una belleza increíble y enloquecedora, entonces es cuando entra Ahmed Barroso. Todos comenzamos siendo adolescentes, con 15 o 16 años. Luego de un tiempo con Felipe, me voy a hacer un grupo al que le pusimos Sonorama 6 donde estaban Martín Rojas, Eduardo Ramos, Carlos Averoff, Changuito y empezamos a trabajar en el restaurante La Torre hasta que me tengo que ir para el servicio militar a donde llegué con cuello y corbata, un recluta con cuello y corbata... Me ubican en la Marina, en una unidad en la playa El Salado, pero como era músico fui un recluta distinto. Terminé como segundo responsable de cultura de ese cuerpo hasta que me mandan para la banda del Estado Mayor General.

-No sé si te comenté de mis clases con Federico Smith, qué locura. Las dábamos en el Bar Elegante del Riviera donde trabajaba con Felipe, y siempre antes de empezar la clase, nos tomábamos un trago Alexander. Sí, porque ahí hacían los mejores Alexander de toda Cuba, y lo repetíamos cuando terminaba. Si no me falla la memoria, en aquellas clases con Smith coincidimos cuatro alumnos: Carlos Malcon y Carlos Álvarez Sanabria, importantes compositores, René González, del que nunca más supe, y este servidor.

-Hoy, cincuenta años después de haber tenido esa experiencia, te puedo decir que mi trabajo con Felipe Dulzaides fue determinante en mi vida futura. Gracias a Felipe yo aprendí realmente la armonía y en aquel momento definí mi gusto musical, un gusto que he enriquecido y que se nutre de aprender cada día con quienes me rodean.

-Mi formación académica se define en el aprendizaje familiar -mi papá y mi abuelo-; mi paso por el Conservatorio y como cierre Felipe y Federico. Sin ánimo de establecer comparaciones, porque cada tiempo tiene sus particularidades, mis comienzos en los 60 coinciden con la existencia de grandes orquesta y músicos geniales. Yo vi cantar a Benny Moré, a Carlos Embale, a Tito Gómez con la Orquesta Riverside... Conocí a grandes orquestadores y compositores de los que hoy nadie habla, pero que fueron importantes. Fueron años en que se hizo una música encantadora y también se vivieron momentos difíciles, como cuando alguien dijo que el platillo de la batería era una expresión de debilidad y de penetración ideológica y se suprimió su uso. Fueron años de aciertos y errores y de los errores se aprende. O se repiten o se corrigen, como se está haciendo ahora.

-En aquellos años también hice locuras como traducir canciones del inglés sin saber ni papa de ese idioma. Me presenté al conservatorio y cuando me pidieron que tocara un tema, les toqué uno que había escrito, pero el jurado quería escuchar uno conocido. Pero sobre todo debuté como compositor al escribir La baquiana, un tema que pudo haber cantado Alina Sánchez, pero Felipe se lo propuso a Luisa María Güell quien finalmente lo cantó y grabó, la orquesta la dirigió Tony Taño y Chucho Valdés tocó el clavicémbalo, era la primera vez que se incluía música de Bach en una canción cubana.

-Escribí la música para un documental de Sara Gómez que tocó el grupo de Felipe Dulzaides. Se llamaba En la otra isla y creo que nunca más lo han puesto en los cines cubanos, el tema lo canta Omara Portuondo.


Cubarte, 25 de noviembre de 2015.
Foto: Rembert Egües retratado en La Habana por el fotógrafo español Jorge Represa. Tomada de su web.

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