El 1 de octubre se celebró el día internacional del adulto mayor, las personas de edad o los ancianos, como prefieran decirle. Ese día, Cubanet publicó un video y un texto de Rosa M. Avilés sobre Domitila Blanco, una cubana de 95 años que acaba de fallecer, desamparada y en miserables condiciones de vida, como tantos y tantos viejos cubanos.
Ese día, casualmente, estaba preparando un post sobre Ricardo Simón Antonio, sonero de Holguín de 97 años. Y buscando en YouTube a ver si encontraba un video con el holguinero, encontré el documental Los viejos y sabios músicos de Cuba, donde el protagonista es Laíto Sureda (ver Recordando a Laíto Sureda, publicado en este blog el viernes 20 de noviembre).
En el documental, entre otras anécdotas, Laíto recuerda cuando por 15 centavos en una fonda china te comías una 'completa' (arroz blanco, potaje, carne y plátanos maduros fritos). Me recordó que en mi infancia, a cada rato me mandaban a comprar una 'completa' para los cuatro de la casa: mis padres, mi tío Luis, recientemente fallecido a los 98 años, y yo.
Me daban una cantina y un peso, para que me echaran las cuatro raciones por separado. Siempre iba a una fonda china que quedaba a dos cuadras de la casa, en Monte casi esquina a Castillo, al lado de una ferretería que colindaba con el edificio de la COA (Cooperativa de Ómnibus Aliados), que quedaba pegada a mi escuela, la Ramón Saínz.
En mi barrio, El Pilar, en El Cerro, quien quería comida de cantina la encargaba en San Joaquín entre Monte y Omoa, pero a mi padre le gustaba más cómo cocinaban los chinos la comida cubana, sobre todo la carne con papas.
Si queríamos comida china íbamos a La Estrella de Oro, en Monte, antes de llegar a los Cuatro Caminos. Por lo regular comprábamos arroz frito, chop suey y maripositas chinas.
Las fritas preferidas eran las de René y costaban 10 quilos o centavos. En su timbiriche, en Monte y Fernandina, también podías pedir pan con bistec (0,20); perros calientes (0,15); minuta de pargo (0,15) o pan con tortilla (0,10). René te echaba lo que le pidieras: catsup, mostaza, cebolla fresca bien picadita y papitas fritas a la juliana. O aliño de un pomo con ajicitos picantes macerados en vinagre.
Cerca del puesto de René estaba la cafetería donde solo vendían batidos. Quedaba al lado del cine Roosevelt (después le pusieron Guisa y ya no existe, como tantos cines habaneros). Había de mamey, anón, platanito, fruta bomba, mango, trigo y leche malteada, el vaso pequeño costaba 0,10 centavos y el grande 0,20.
Al lado, una panadería y dulcería, las torrejas que hacían era muy sabrosas y por un medio (5 centavos) te daban dos, enchumbadas en almíbar. Pan, palitroques y galletas grandes de sal se compraban en la panadería que había en Monte y San Joaquín, que todavía en 2003 existía, ya en pésimas condiciones.
Los domingos por la tarde mi madre no cocinaba. Comíamos sandwich (0,50) con pan de flauta, jamón, queso, pierna asada y pepinillo encurtido; media noche (0,35) con pan suave alargado y dulzón, con jamón, queso, mortadella y pepinillo encurtido o galleticas preparadas (0,25), cuatro galletas de soda pegadas, con jamón, queso y pierna asada. Para tomar, malta, sola o con leche condensada.
Casi siempre era yo la encargada de adquirir la 'cena' dominguera, en la Casa Presno, en Monte y Fernandina, o en cualquiera de las dos cafeterías que había en la Esquina de Tejas, las dos frente al cine Valentino y la valla de gallos.
Helados, en el puesto de chinos, en Romay y Zequeira (3 quilos una bola y 5 quilos dos bolas, de coco, mamey u orejones, como antes le decían al helado de tutti fruta). O esperar a que por la tarde o por la noche pasaran los carritos de Guarina, Hatuey o El Gallito.
Mariquitas, boniatos fritos, frituras de bacalao y chicharrones de viento o tripitas, también en el puesto de chinos. Empellitas, las que hacía mi mamá. Aceite de oliva -Carbonell en lata- ella solo usaba en ensaladas y potajes. Como buena campesina, a todo lo demás le echaba manteca de cerdo. Y nunca tuvo problemas de colesterol ni con el peso: siempre fue delgada, vivió 86 años y si no duró más como el resto de sus hermanos, casi todos centenarios, fue porque desde niña fumaba cigarros fuertes.
En mi época, gustaban mucho las manjúas fritas. Las manjúas eran unos pececitos que los chinos eran expertos en freírlos. El cartuchito costaba un medio o un 'nickel': a la par con las monedas cubanas, circulaban las americanas de 5, 10 y 25 centavos. Entonces, el peso cubano y el dólar estadounidense tenían el mismo valor.
Papitas fritas de paquete, en el Estadio del Cerro, a cual yo iba solo cuando jugaba el Habana o para acompañar a mi padre, que era del Cienfuegos. Refrescos, maltas y cervezas, en la bodega de los 'gallegos' de la esquina, en Monte y Romay. También en la bodega comprábamos chiclets, Adams de cajita o de bola; galleticas de sal, soda o dulce, africanas, peters, besitos de chocolate y rompequijás, entre otras chucherías, de Siré, La Estrella o La Ambrosía. O boniatillos, que había de dos tipos, no sé donde los hacían, pero eran sabrosos y cada uno costaba 2 quilos.
La especialidad de los vendedores callejeros eran los coquitos acaramelados, el maní tostado, salado o garapiñado, las naranjas peladas, los durofríos y, sobre todo, los tamales, con o sin picante, calienticos, riquísimos, por solo 10 centavos.
Hoy, muchos viejos cubanos recuerdan aquellos tiempos, cuando con muy poco dinero podías comer bastante y sabroso. Tiempos que nunca más volverán. Como Domitila, Laíto, mis abuelos, mis padres y mis tíos, y los abuelos, padres y tíos de ustedes.
Tania Quintero
Versión de trabajo publicado en Martí Noticias (http://www.martinoticias.com/content/salimos-a-comer-algo/105764.html).
Foto: Bistec de palomilla. Tomada de Foodspotting.
Nota.- Antes de 1959, una o dos veces a la semana, en mi casa se comía bistec de palomilla, era para mis padres y mi tío Luis (el de costilla no les gustaba, era muy seco y lo vendían con el hueso). Para mí, bistec de filete, que mi madre lo ponía en una parrilla en la cocina de carbón y debajo un plato metálico, para recoger el 'bistí' o jugo que soltaba la carne.
En nuestra casa de Romay cocinamos con carbón hasta fines de los 60, cuando Fermín cerró la carbonería, que quedaba en la esquina de Romay y Zequeira, frente al puesto de chinos y la carnicería.
En mi niñez, en las carnicerías colgaban piezas completas de vacas y las amas de casa les pedían a los carniceros que les cortara de las partes según lo que fueran a preparar: bistec frito o empanizado, bistec en cazuela, carne asada, carne con papas, falda para hacer sopa o carne molida, para preparar albóndigas, pulpeta, salpicón, croquetas o comer como picadillo, que además de ajo, cebolla, ají, tomate (natural o de lata), comino, orégano, laurel y vino seco, se le echaban aceitunas, pasas y alcaparras. Al final, papas fritas en cuadritos.
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