Desde el pasado colonial, la Nochebuena y la Navidad son las fiestas tradicionales de la familia cubana, a pesar de las infructuosas artimañas creadas por la dictadura de los Castro para acabar con ella. Estas festividades de diciembre unen a la familia, pues son la ocasión perfecta para manifestar nuestro cariño hacia familiares y amigos.
Jorge Fernández Hevia, 68 años, es uno de los miles de cubanos que no ha dejado que se pierda la tradición. Opina que, aunque no lo parezca, los más viejos transmiten la costumbre a los más jóvenes.
Me cuenta que nació y creció en Párraga, un barrio marginal. Su familia era pobre, pero su abuela materna, que era cocinera en una casa de Miami, venía todos los años a pasar la Navidad con la familia y les traía regalos. Hasta que en 1960, los de Inmigración le advirtieron que si volvía a salir no la dejarían regresar, y ella decidió no alejarse definitivamente de su familia.
“En Nochebuena nos reuníamos 17 o 18 parientes, entre abuelos, padres, tíos y primos. Se asaba un puerquito en el patio, con carbón y en púas”. Jorge recuerda la Calzada de Bejucal adornada con guirnaldas de colores, y a pesar de que era estrecha y con árboles a todo lo largo, se llenaba de quioscos con nueces, avellanas, uvas, manzanas, peras, turrones...
“Una familia del vecindario hacía unos buñuelos muy sabrosos que mi mamá compraba para la cena. Cenábamos sobre las 12 de la noche. El 25 nos ponían ropa nueva, comíamos la montería (lo que quedaba de la noche anterior) y por la tarde nos llevaban a ver vidrieras. “Se comía con vino, incluso los niños. Como era una fiesta familiar, los adultos se cuidaban mucho de emborracharse. Siempre había un plato dispuesto para quienes pasaban a saludar, que por lo general picaban algo y se iban a hacer otras visitas.
"Ahora la cena de Nochebuena está casi racionada, no podemos invitar a nadie ni queda nada para la montería. Muchas veces hemos guardado el pollo de la cuota para ese día, aunque siempre he tratado de comprar un pedacito de puerco para comerlo con arroz, frijoles negros, yuca con mojo y ensalada".
Rafaela León Padrón, 68 años, me cuenta que nació en San Nicolás de Bari, Güines, en la finca La Guadalupe, donde su familia tenía una pequeña parcela para el autoconsumo que les había dado el tío abuelo, dueño de la finca.
“Aunque estábamos en medio del monte, celebrábamos la Nochebuena. Las aves, el puerco, las viandas, los dulces criollos como buñuelos, cascos de naranja y coco rallado, todo salía de la finca, y los tíos de La Habana, que iban a pasar la Nochebuena con nosotros, llevaban turrones, avellanas, nueces, castañas, uvas, manzanas, dátiles e higos. A mi abuela le llevaban turrón de yema, su preferido. Mis tíos tenían una pescadería en La Habana, y llevaban pescado para asar. También vino dulce y vino tinto. Siempre sobraba comida. Antes, además del puerco, se preparaba guineo y pavo. Algunas familias, como la nuestra, un buen pargo asado.
"Hoy solo hay dos opciones: el pollo de la cuota o comprar un pedacito de puerco en el agro. En aquella época, en mi casa se criaban dos tipos de puerco: para asar, alimentado con palmiche, pues no tenía grasa y la masa era más sabrosa, y los de ceba, criados con viandas, la leche que sobraba, caña y miel".
Nancy Martínez Valdés, 77 años, nació en Pedroso e Infanta, en El Cerro. Su padre era trabajador de la construcción. “En mi casa se compraba el lechón ya asado. Y en la casa se asaban cuatro o cinco guineos que se ponían alrededor del lechón. Luis Mion, el jefe de mi padre, era italiano, y daba un aguinaldo generoso. Ese dinero nos permitía cenar arroz blanco, frijoles negros, congrí (con frijoles colorados), ensalada de tomates con lechuga americana y rabanitos, turrones de alicante, jijona y yema, membrillo con guayaba, dátiles, higos, vino tinto y vino dulce para los niños. Las manzanas se asaban y se acaramelaban. Al día siguiente, la montería. No había 25 de diciembre sin ropa nueva. Ese día nos llevaban a ver vidrieras.
“Cuando nos mudamos para Lawton, el puerco se vendía a 25 centavos la libra en pie en Diez de Octubre y Dolores. La calzada se llenaba de quioscos y se vendía de todo. La última vez que comí dátiles e higos fue en Alemania, porque en Cuba hace rato que no hay. Nuestros nietos no los conocen, tampoco los albaricoques”.
Otra de mis entrevistadas, una señora que no quiso ser identificada, contó que "antes, te daban aguinaldo, salario extra que posteriormente desapareció. Después del 59 cenábamos a escondidas, hasta que por la visita del Papa Juan Pablo II, a partir de diciembre de 1997 el gobierno declaró feriados los 25 de diciembre. La Nochebuena no estaba prohibida por ley, pero sí tácitamente. Yo tenía un árbol navideño de los Estados Unidos y en 1960 el gobierno comenzó una campaña para que la gente hiciera arbolitos con matas cubanas, los americanos eran mal vistos".
Al pedirles a mis entrevistados que hicieran un cálculo del costo aproximado de una cena de Nochebuena en la actualidad, todos coincidieron en que hoy en día lo más importante es comprarlo todo con bastante tiempo de antelación, porque a medida que se acerca el 24 los precios se disparan, y no bajan sino hasta enero.
Para 4 personas habría que comprar libra y media de frijoles negros (18 pesos); 3 libras de arroz (15) y 6 libras de yuca (18 pesos). Para condimentos (ajo, cebolla, ají pimiento, comino, naranja agria), unos 50 pesos. Un pernil pequeño, de unas 10 libras, puede costar 350 pesos (35 pesos la libra de carne de cerdo). Ensalada de tomate y lechuga, 35 pesos. Total: 500 pesos, casi un salario mensual.
Hoy, para Nochebuena una familia compra lo imprescindible. Turrones, vinos, sidras ahora son recuerdos para los más viejos, o desconocidos para los más jóvenes. Solo en un turrón español se gastarían 10 cuc (250 pesos). El vino de mesa más barato 5 cuc (125 pesos), a no ser los dulces y moscatel de fabricación artesanal, que pueden costar entre 35 y 60 pesos. “No nos gustan mucho, pero al menos ese día comemos con vino”, me dice un vecino.
Antes de 1959, la mesa de Nochebuena era alegre y bien provista. Sin contar la ayuda de la iglesia y del gobierno, que a los niños entregaban golosinas y cenas a los menos favorecidos, sin distinción de ideología o credo. Hoy, en cambio, muchos que ni siquiera se consideran pobres en comparación con la realidad actual, tienen que ajustarse el cinturón para poder cenar el 24 de diciembre.
Texto y foto: Gladys Linares
Cubanet, 24 de diciembre de 2014.
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