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lunes, 13 de abril de 2015

Las primeras presas políticas cubanas (VII) María de los Angeles Habache



María de los Angeles Habache

Testimonio tomado del libro Todo lo dieron por Cuba, de Mignon Medrano, Miami, 1995.

Maestra de tercer grado en el Colegio Baldor y estudiante de Pedagogía en la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva, María de los Angeles Habache y su hermana vivían en la Congregación Rosa Mística hasta que su familia se pudiera trasladar desde Sagua La Grande hacia La Habana. Su hermano, Eduardo Habache, residía en la Agrupación Católica y dirigía un espacio dominical de televisión titulado El Hombre y Dios.

Pero un domingo, en el programa decidieron enfocar un paralelo entre el capitalismo y el comunismo. Fue intervenido por el gobierno castrista y a la Iglesia se le advirtió que en lo adelante, el programa sería revisado antes de salir al aire. Eduardo se opuso y comenzó un hostigamiento que alcanzaría a María de los Angeles. La directiva de la Agrupación propuso a Habache que se mudara, para no comprometer a los demás, y las dos hermanas decidieron mudarse para el pequeño apartamento junto a su hermano Eduardo. Poco tiempo después se les unieron sus padres.

"La Acción Católica tenía un proyecto llamado Vanguardias Apostólicas. Los fines de semana íbamos a los pueblos y caseríos pobres cercanos a la capital, visitábamos casa por casa y en la iglesia bautizábamos a los niños. Cantábamos acompañadas por guitarras, poníamos películas para las familias y llevábamos al Dr. Ruiz Leiro para atender a los enfermos. Era una labor puramente religiosa y social. Pero las cosas comenzaron a ensombrecerse.

"Un día, le pregunté a mi amiga Teresita Álvarez si ella conocía alguien que estuviera conspirando, que me pusiera en contacto. En el balcón de su casa, en la calle Línea, le pedí a Dios que guiara mis pasos para combatir a su peor enemigo, el comunismo. Ella me presentó a Reynol González, del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y me uno a su grupo estudiantil. Teresita y Reynol se habían casado clandestinamente y estaban juntos todo el tiempo, pero ella salió en estado y Reynol me pidió que fuera trabajar con la sección obrera. Yo buscaba asilo en las embajadas y me convertí en su persona de confianza. En eso conocí a Roberto Torres, que más tarde sería mi esposo. Teresita traía jimaguas y logramos convencerla de sacarla para Miami.

"El 4 de agosto de 1961, Roberto, mi novio y coordinador provincial obrero, cae preso en una redada en la que también cayó la gente de El Encanto, pero no los identificaron y se salvaron del paredón, los condenaron a 20 años. En una visita a Roberto a la cárcel supe que Reynol también estaba preso y traté de avisar a los otros. Me aconsejaron que me asilara, el movimiento comenzaba a debilitarse. Nunca había hecho sabotajes aunque participaba en el traslado y escondite de armas. Pero cuando hizo falta gente para quemar algunas tiendas, Roberto se opuso a que yo participara. A una reunión donde se iban a repartir petacas incendiarias, a mí me tenía que llevar un individuo cuyo nombre de guerra era Emilio. También era el encargado de quitarle el sello.

"A Dalia Jorge, que tenía más experiencia, le darían las petacas que demoraban menos tiempo en explotar y a mí las que demoraban más. Dalia y yo intercambiamos las petacas y gracias a ese cambio, hay algo que los castristas dejan de saber, porque sabían todo lo demás: quién te llevaba, quién te trasladaba. Dalía lo sabía todo, pero hasta que se reunió con nosotros en la casa, de ahí en adelante no supo más nada. Emilio me llevó hasta Fin de Siglo, que yo había visitado esa misma mañana para estudiar el mejor lugar donde colocar la petaca. Él le quitó el sello a mi primera petaca y cuando entré a la tienda ya estaba caliente. La segunda la puse en el tocador de señoras, calculando la hora del cierre de la tienda, para asegurarme de que no habría nadie adentro. Salí con el último timbre que salieron las empleadas. Pero a Dalia la cogieron en Sears.

"Para mí, que todo estaba preparado. Tan pronto la cogen a ella, empiezan a revisar todas las tiendas. Mis petacas ya estaban prendiéndose cuando las encontraron. Uno de los cargos más severos contra mí es que en mi casa se habían repartido las petacas y yo declaré que yo misma las había repartido, recibidas de Tony Veciana, que se había ido en una lancha y estaba a salvo. Cuando visité a Roberto en la cárcel, me dijo que le avisara a Dalia Jorge que tratara de asilarse porque estaban preguntando por ella. Le di el recado, pero Dalia rechazó la oferta de asilo: 'No, no, yo no me asilo, me voy a esconder en una finca'. Aparentemente, estuvo escondida una semana y volvió a reaparecer. Se decía que ella había sido infiltrada en el grupo, había tenido un romance con uno de los fiscales de apellido Flores y quedó embarazada. Infiltrada o no, parece que le contó todo a él y comenzaron a seguirnos.

"Mis padres no aprobaban los riesgos, pero siempre respetaron mis decisiones. Ya mi hermano estaba asilado en la embajada de Venezuela. El 15 de octubre de 1961, estando mi mamá en misa, vinieron a apresarme. Cuando dijeron que iban a hacerme un registro, les expliqué que estaba en pijama y que compartía el cuarto con mi hermana. Al preguntar cuál era mi parte, les mostré la de mi hermana, que registraron y no encontraro nada. Cuando me llevaron para el G-2 en Quinta y 14, mi madre, que era más G-2 que ellos, registró mi parte del cuarto y la encontró llena de armas y panfletos contrarrevolucionarios. Localizó a los del grupo y los alertó.

"Antes de comenzar a interrogarme en el G-2, el tipo me dijo: 'Párate y camina. Vuélvete a sentar. Te describieron tal como eres'. A mí no me gustó mucho aquello y comenzó a leer un largo mamotrero donde aparecían todos mis cargos. En mi casa se había hecho una reunión donde estaban Dalia Jorge, que iba a quemar Sears, y otros compañeros que iban a hacer otros sabotajes. Y aquel hombre me relató la reunión completica, inclusive que en el comedor estaban mis hermanos escribiendo a máquina. Alguién nos había delatado.

"Pasan varios días y me llevan a interrogatorios con los ojos vendados, dentro de un camión blindado. Creo que me llevaron a Las Cabañitas, en La Coronela, donde Reynol escribió su libro, lugar sombrío que antes había sido una hermosa residencia, ahora malolienta con todas las ventanas tapiadas. Se podía oir algo, pero nada podía verse. Sobre el piso cubierto de cenizas y colillas de cigarros, un colchón mugriento. En el techo, unos reflectores potentísimos y el aire acondicionado al máximo. Las ventanas estaban tapiadas con maderas. Había un baño y una reja para que la posta pudiera mirar hacia adentro. No te podías mover. Allí te retiran todas las pertenencias y solo te dejan lo puesto. Era un lugar de torturas. Yo oía cómo torturaban a los de al lado mío. A mí me torturaron mentalmente los psicólogos rusos, pero no físicamente. Cuando me llevaban a los interrogatorios me vendaban los ojos y me ponían cordones eléctricos en el piso y me decían: 'Cuidado, que pisas la corriente'.

"Me preguntaban cómo yo conocí a Reynol e insistían que él había hablado de mí. Yo no soltaba prenda y contestaba que él estaba casado con una amiga mía. En eso, el interrogador gritó: 'Basta ya, tráiganlo como está'. Y me escondieron detrás de un bar. Cuando le preguntaron si me conocía y oí la voz de Reynol contestando 'Sí, yo la conozco de la calle G, es amiga de mi esposa', salí de mi escondite, no podía dar crédito. La cabeza de Reynol era un balón, el cuerpo todo hinchado. Era como un sapo con una cabeza enorme. Ellos se fueron y nos dejaron solos. Manifestamos pesar por los demás, que estaban siendo torturados y Reynol me dio instrucciones que nadie se dejara torturar por no entregarlo a él, porque ya en ese instante iba a aceptar los cargos en su contra. Insistía que si él aceptaba confesarse culpable en la televisión, les conmutarían las penas de muerte a los muchachos.

"Le insistí en que yo podía cargar con las culpas, pues no me estaban torturando físicamente. No volví a ver a Reynol, pero en la pared del G-2 dejé escrito Aquí estuvo Mary Habache. Cuando subieron a los muchachos para interrogarlos, supieron que yo había estado allí. A ellos, entre otras torturas, los metían cabeza abajo en un pozo, y cuando los sacaban, medio ahogados, les preguntaban nombres, direcciones... Eso duró tres días y tres noches, manteniéndoles de pie, sin dejarlos dormir. Eran unos monstruos. A nosotros nos servían la comida en platos de lata, pero un día, al preso al lado de mi cuartico le dieron uno de loza y se cortó las venas. Aquel pobre hombre no pudo soportar más las torturas. Le metían un perro en la celda, azuzándolo para que lo mordiera. Aquel guiñapo humano gritaba. mientras daba vueltas en aquel estrecho cubículo sin poder escapar del furioso animal, y eso se repetía día tras día. Estaban, además, los 'fusilamientos' en el patio, los 'fusilaban' con salvas, una y otra vez.

"Un día, el de la posta me trae una revista italiana donde aparecía el nombre de Dalia Jorge. Otro día me llevaron a verla. Mi sorpresa no tuvo límites: su cuarto era de lujo, tenía muebles, su mamá le traía la comida de su casa, y ella tenía el pelo limpio, recogido con rolos. Era el cuarto de La Princesa frente al de La Cenicienta. Y yo, de tonta, pensé que era porque a ella la detuvieron primero. Entonces me contó que cuando la arrestaron, estuvo tres días inconsciente y que la habían violado. Le contesté que a pesar de las torturas psicológicas sufridas, a mí no me habían tocado. Luego supe que sus vómitos era del embarazo por su romance con el fiscal Flores. Dalia era muy hábil. Como ella trabajaba en la compañía de teléfonos, conocía a muchas personas, tenía acceso a mucha información y delató a mucha gente. La llevaron a juicio y nos cambiaron los papeles. A ella la quitaron de la causa de acción y sabotaje, donde me pusieron a mí, a ella la soltaron y a mí me condenaron. Como ella conocía a todos dentro del movimiento, se dedicó a mirar por un espejo e identificó a cada uno de los nuestros.

"Regresé al G-2 y de ahí me mandaron a la prisión de Guanabacoa, pero allí hicimos un plante y como castigo nos trasladaron a Guanajay. Cuando me celebraron juicio junto a todos los demás, aunque ya él estaba condenado a 20 años, trajeron a Roberto: Dalia denunció que él no se llamaba Daniel, sino Roberto Torres y dijo que era mi novio. Cuando me llamaron a declarar, custodiada por cuatro militares con armas largas, tras decir el fiscal 'Para esta chica yo pediría la pena de muerte', ante el juez, fiscales, abogados y testigos dije lo que había confesado en privado: 'Soy la única responsable de repartir las petacas y yo fui sola, nadie me acompañó'.

"A ellos no les convenía esta declaración pública, porque a mí no me iban a fusilar, pero con eso lograba que les conmutaran la pena de muerte. Ese juicio no se terminó. De Guanajay me mandaron para Baracoa, castigada. Estando allí me avisó el abogado que era un buen momento para reabrir el juicio, pero necesitaba mi consentimiento para hacerlo sin mí. Sabía que me iban a condenar de 20 a 30 años, así que rechacé el abogado. Me condenaron a 20 años, de los que cumplí diez".

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