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lunes, 20 de octubre de 2014

La lenta muerte del teatro Campoamor



El Capitolio, monumento nacional, sede del Congreso de la República hasta 1958, está en reparaciones.

A solo unos pasos, en la esquina de Industria y San José, desde hace más medio siglo, el Teatro Campoamor está condenado a muerte.

En este hermoso teatro en forma de herradura, artesonado con orlas doradas y palcos con barandillas de bronce, se daba cita la sociedad habanera y también el populacho, que se apelotonaba en el gallinero para chiflarle al tenor de opereta cuando se le escapaba un 'gallo'.

En el Campoamor brillaron Rita Montaner, Libertad Lamarque, Imperio Argentina y Lola Flores, entre otras famosas de entonces.

En el teatro de moda de la década 1930-40, Fernando Ortíz celebró sus veladas afrocubanas. Y por primera vez se escucharon los tambores batá de Pablo Roche, en 1936. Ese mismo año, Ortiz auspició allí el Festival de Poesía que dirigió Juan Ramón Jiménez.

Por su escenario pasaron las grandes compañías españolas y cubanas de vodevil, con Angelita Castany, Blanquita Amaro, y también lo más chispeante del teatro vernáculo. En sainetes con música de Rodrigo Prats, Alicia Rico y el viejito Bringuier, con chispa contagiosa, improvisaban 'morcillas', atacando a los políticos.

En un ejemplar de la revista Lux de 1938 aparecía este anuncio:“Cine-velada 15 de agosto en Campoamor: 1. Más gatitos (cartón de Artistas Unidos); 2. Noticiero (Universal); 3, Noches de Fuego (International Films)".

En un noticiero proyectado en el Campoamor, pudo verse al presidente Roosevelt dirigirse a las naciones civilizadas, para que proscribieran la barbarie bélica que se aproximaba. Un mensaje que ese año fue escuchado por 50 millones de personas a través de 1,300 estaciones de radio del mundo.

En 1954 se proyectaron dos grandes filmes, la producción británica Hamlet, y Roma, cittá aperta, exponente del neorrealismo italiano. Los habaneros también tuvieron oportunidad de ver películas mexicanas y melodramas argentinos, algunos con el ídolo del tango Carlos Gardel.

El Campoamor combinaba los sainetes bufos con compañías de vodevil y proyecciones cinematográficas. En cada función exhibía dos largometrajes, cortos de noticias y de humor.

Era costumbre que un espectáculo dramático-musical, por lo general piezas picarescas con doble sentido o alusiones políticas, se mantuviera por largo tiempo en escena. Por exigencia del gremio de músicos y artistas, el gobierno obligaba a los dueños de salas- teatros, a ofrecer películas conjuntamente con espectáculos en vivo.

El afamado criminalista argentino Osvaldo Laudet, en una conferencia en el Campoamor, expresó: “¡Vivir es una cosa diferente a existir!”. Sentencia aplicable a este teatro, porque entre vigas, techos y paredes en ruinas, existen piedras que cuentan historias secretas de amor, llanto, risas y esperanzas.

En el filme Arte nuevo de hacer ruinas, del alemán Florian Borchmeyer, basado en una crónica del escritor Antonio José Ponte, la cámara entra a las ruinas del Campoamor.

Y en lo que fuera el artesonado del escenario, vivía Reinaldo, trabajador del teatro durante ocho años, y que al quedarse sin casa, como tantos cubanos, residió entre escombros. Sobrecoge el amor de este hombre por las memorables piedras. Reinaldo falleció a consecuencia de un derrumbe que en 2012 se produjo en el interior del teatro, su vivienda.

El Teatro Campoamor, situado en el entorno de la Habana Vieja, declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, por su historia y arquitectura, es un inmueble patrimonial. Pero la mandarria de la revolución lo convirtió en ruinas.

Reinaldo Cosano Alén
Cubanet, 30 de julio de 2014.
Foto tomada de Cubanet.

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