Yasmani creía haber dejado atrás lo más difícil. Su romance con Roxana fue a largo plazo. “Flirteábamos desde segundo año del pre. Alguna que otra vez íbamos a una fiesta y tonteábamos un poco, pero no me decidía a lanzarme. Cuando yo estaba en cuarto año de la carrera de Derecho nos hicimos novios”, recuerda.
Y llegaron las vacaciones de verano. Los padres del joven, por sus buenas notas académicas, le regalaron 25 pesos convertibles. “Planificamos ir a una discoteca y luego alquilar tres horas en una casa para parejas. Pero en la disco nos excedimos en los gastos. Al final terminamos haciendo el amor en el patio de una escuela, como siempre”, cuenta Yasmani.
Su caso no es una excepción. Incluso matrimonios consolidados de muchos años tienen que ser muy creativos a la hora tener sexo. Mario, padre de tres hijos, duerme en un sofá de la sala de su casa.
“En la vivienda hay tres habitaciones. Mis suegros duermen en una. En la otra, la hermana de mi esposa con su marido y sus dos hijos. Y en la tercera, dos de mis hijos en una litera y el otro con su madre en una cama personal. No hay cama para tanta gente”, dice con una sonrisa.
Según Mario, hacer el amor es casi una hazaña. “Es como jugar a los escondidos. Cuando más lo deseamos, a la suegra le da por ver la tele hasta altas horas de la noche. Cuando éramos jóvenes íbamos a parques oscuros o en la escalera de algún edificio. Ya no estamos para esos trotes. Nuestras citas son de madrugada. Pero a esa hora casi siempre estamos cansados”, señala.
Matrimonios como el de Mario no tienen dinero para pagar unas horas en alguna casa de alquiler que como flores surgen en La Habana. El déficit habitacional en Cuba complica la privacidad y la estabilidad conyugal.
“Es muy raro que en en Cuba, en una casa no vivan cuando menos tres generaciones diferentes. Si tienen hijos, es habitual que ellos duerman en el mismo cuarto con sus padres. Lo cual dificulta las relaciones de pareja”, apunta Arturo, sexólogo.
Antes de 1989, cuando Cuba comenzó su largo trayecto por el desierto de la actual crisis económica estacionaria, que se inició con el llamado ‘período especial’, existían posadas, casas de citas a precios módicos en distintos sitios de la capital.
Todavía Renato se acuerda de los tiempos en que hacía el amor con su novia en una desvencijada posada habanera de su barrio.
“Habían posadas de varias categorías, según el bolsillo. En la Avenida Acosta y Carmen, en Lawton, estaba ubicada la peor de todas. Las ventanas eran de concreto, parecía que estabas en una celda. Las habitaciones no estaban climatizadas y el posadero tenía pinta de borracho o asesino. En los cuartos existían pequeños orificios donde mirones desde la calle se dedicaban a fisgonear. Una vez cogí a un tipo introduciendo un pequeño espejo entre los barrotes de cemento. Aquello era un infierno”, evoca Renato.
No todas las posadas eran tugurios de paredes colmadas de frases lascivas de mal gusto y donde merodeaban rescabuchadores y jamoneros. “En el Vedado y por la carretera Monumental, al este de La Habana, habían posadas discretas, con aire acondicionado y neveras con cerveza y refrigerios. Eran más caras. Pero cualquier trabajador podían ir”, dice Renato.
Hiram, posadero retirado, señala que “las posadas eran un buen negocio. Siempre había colas. Los posaderos teníamos dos o tres cuartos habilitados para las parejas que pagaban un dinero extra. En esa época no estaba autorizado alquilarle a los homosexuales”.
En el siglo XXI, las posadas estatales son un recuerdo lejano. Casi todas se han transformado en albergues para personas que han perdido sus casas debido a derrumbes.
Si deseas compartir con tu pareja en un sitio confortable debes disponer de no menos de 120 pesos, la mitad del salario mínimo en Cuba. En La Habana existen más de 450 casas particulares para citas.
Casi todas con aire acondicionado, agua fría y caliente, neveras con bebidas y algunas hasta con jacuzzi. Tienen servicio de comida y tres horas pueden costar 5 cuc o 120 pesos, las más baratas.
Por las noches, los dueños prefieren rentar el cuarto a 10 pesos convertibles toda la madrugada. “Es mejor. Después de las dos o tres de la madrugada es difícil que vengan nuevos clientes”, apunta Norberto, dueño de una casa que alquila a parejas en la barriada de La Víbora.
Hay casas de citas para todos los gustos. Residencias exclusivas con piscina y un bar bien surtido. En otras, sobre todo en la parte vieja de la ciudad, los cuartos son auténticos cobertizos calurosos. Por lo regular son alquilados por vecinos a personas que ligan prostituas y pingueros y cobran 25 pesos la media hora.
En estas casas se permiten parejas homosexuales y orgías discretas con lesbianas. “Cualquier cosa mientras paguen, cuiden la propiedad y no sean muy ruidosos. Lo único que prohibo es el acceso de menores de edad”, comenta Miguel, propietario de una precaria casa de citas.
Según Carlos, sociólogo, la prostitución, la infidelidad matrimonial y el homosexualismo han convertido el hospedaje de parejas en un excelente negocio. “El machismo rampante en Cuba provoca que sea de buen gusto que los hombres de éxito o con poder tengan una o varias amantes. Esas casas suelen ser sus nidos de amor”, acota el sociólogo.
Mientras muchas parejas reservan en habitaciones confortables, otros como Mario o Yasmani deben jugar al gato y al ratón con sus suegros o el custodio de una escuela si quieren tener un rato de intimidad. Para ellos el sexo es una aventura.
Iván García
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