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lunes, 29 de septiembre de 2014

Recordando a Maggie Prior (I)


Por casualidad encontré esta excelente investigación de Rosa Maquetti, que rescata la figura de Maggie Prior, una cantante que tuve la suerte de escuchar en La Habana de los años 60. Una ciudad con una fabulosa vida cultural que la revolución, en vez de  seguir estimulando, lo que hizo fue pasarle una aplanadora e ir desapareciendo todo aquel talento musical, artístico e intelectual que se concentraba entre las barriadas de Cayo Hueso y El Vedado, y en La Rampa tenía el corazón. Hay que agradecer a Rosa Marquetti y Senén Suárez, fallecido en octubre pasado, que hayan puesto sus blogs al servicio de la música y la cultura nacional. No son los únicos, en internet se localizan otros que recuerdan la huella musical y cultural dejada por tantos y tantos cubanos en el último siglo (Tania Quintero).

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La noche llega rotunda a la esquina de las calles 23 y L, en El Vedado, ese día de un año impreciso de la década de los 70. Por alguna razón intrascendente, aún estoy esperando a alguien en el lobby del hotel Habana Libre. Mientras tanto, contemplo el ir y venir de esa peculiar pasarela que era entonces aquel amplio vestíbulo.

Entra ella y supe de inmediato que era diferente: su estatura y elegancia, la hacían notable. Dueña de un peculiar refinamiento, se desplazaba rítmicamente, erguida y cimbreante en dirección al bar El Patio, como si su forma de andar fuera también una manifestación de esa música que la obsesionaba. Allí, en aquel lobby-bar, donde solía descargar por entonces, comenzaron a esparcirse inmisericordes, más allá de ese espacio, lo mismo un blues, un tema de la Fitzgerald, un bolero de Portillo de la Luz o una canción de Edith Piaf.

Así recuerdo mi primer encuentro con Maggie Prior. Pero después de poco más de cuatro decenios, su imagen y su voz van desdibujándose empecinadamente, sin el asidero de un registro sonoro o una imagen, y solo aquéllos que ya casi llegan a las seis o siete décadas, pueden hablar del modo de cantar que la hizo singular y de los demonios que la atormentaron y terminaron venciendo su proverbial tenacidad: la necesidad de expansión de sus cualidades interpretativas tantas veces escamoteada; los extremos antagónicos en que se dividieron siempre las loas y los ataques al ponderarla; la pertenencia inconsciente a una época que no la comprendió, ni podía hacerlo; la incapacidad para asimilar la pendiente en descenso, el paso de los años; el engaño; el trágico final…

Pero esto casi nadie lo sabe. Ni Margarita Prior Kindelán, ni Maggie Prior, su nombre artístico, han existido hasta ahora en los diccionarios y textos analíticos y enciclopédicos sobre música cubana. Tampoco ningún cronista se ha ocupado de ella, salvo las atinadas excepciones de algunos textos referidos al jazz que la mencionan y contextualizan: los escritos por el ensayista y jazzman Leonardo Acosta; el saxofonista y escritor Paquito D’Rivera, y la investigadora colombiana Adriana Orejuela, quienes la sitúan puntualmente en el contexto del jazz.

Nadie puede confirmar las fechas de su nacimiento y muerte. No abundan fotos suyas y las cintas con su voz, transidas de tanto olvido, decidieron desaparecer. Sin embargo, su nombre está irremediablemente ligado a la historia de ese género en Cuba y también de otros no menos importantes.

Leonardo Acosta afirma que fue “Maggie Prior, la única cantante además de Delia Bravo que se mantuvo durante más de treinta años dedicada al jazz”. En el intento de deconstruír su huella en la vida músical de la última mitad del siglo XX cubano, el punto de partida, es sin duda, el jazz, en definitiva, principio y pretexto en su largo y azaroso camino de hallazgos y desalientos. Es el jazz su seña identitaria.

Pero también las muchas Maggies que habitaron en ella son recordadas, para bien o para mal, devolviéndonosla como alguien con un perenne espíritu de búsqueda, apreciada por adeptos y denostada por detractores. Alguien que, al decir de Gilberto Valdés Zequeira, era portadora de una contagiosa y burbujeante alegría y una fuerte personalidad, alguien que, en modo alguno, podía pasar inadvertida y mucho menos, obviada.

Decido comenzar un verdadero peregrinaje, casi arqueológico, tras sus huellas, empecinada en encontrar entre los que la conocieron y aún pueden contarlo con coherencia, su imagen, su temperamento, su obstinación por cantar, siempre cantar; apresar la rebeldía de su espíritu y la ternura que intuyo en su gesto, y sobre todo, constatar las claves conflictuales que marcaron, en ciertas etapas, su cuestionable capacidad de inserción y aceptación de una realidad político-social con la que tuvo que interactuar, irremediablemente.

Alguien que la conoció en sus primeros años habaneros afirma -sin que hayamos podido comprobarlo- que Maggie tuvo ancestros paternos en la caribeña isla de Barbados, pero ella rechazaba referirse a ese vínculo filial y ocultaba tras el silencio el trauma perceptible asociado a la figura del padre.

Habría nacido en Santiago de Cuba, un acuariano 25 de enero de 1942, desde donde viajó muy temprano a La Habana. A finales de la década de los 50, ya Maggie formaba parte de ese grupo de jóvenes que peregrinaban hasta las zonas más increíbles de la ciudad, para escuchar un nuevo disco, leer la última revista sobre música norteamericana o bailar y cantar hasta la extenuación, siempre jazz, todo el tiempo blues, jazz, mezclado también con un estilo composicional e interpretativo que ya se iba identificando como feeling.

En Prado y Neptuno, en el espacio que antes acogiera a una afamada “academia de baile”, en el Bodegón de Goyo, el Bodegón de Celso, también en las descargas dominicales de Tropicana y cuanto sitio fuera propicio para escuchar y bailar, incluso algunas casas en las que sus dueños se transmutaban en diligentes anfitriones, que propiciaban el acceso a las últimas grabaciones llegadas del Norte, y el disfrute de voces y guitarras, a veces piano, y donde convergían los adeptos del feeling y los cultores del jazz, que podían ser los mismos o diferentes.

Pablo Marquetti la conoció en el Bodegón de Celso, una bodega de barrio situada en Gervasio y San José, en la zona del actual Centro Habana. La aparición de Maggie en el singular establecimiento era rutinaria, pero esperada por algunos asiduos, prestos a escuchar a “la princesa” que, al parecer, aún no rebasaba las dos décadas. Tras revisar los últimos discos que Goyo había hecho traer desde Nueva York o Miami, Maggie comenzaba su espontáneo performance. Eran tiempos en que aprendía, escuchaba, desplegaba cada vez con más insistencia sus deseos de cantar.

Así la recuerda Gilberto Valdés Zequeira, quien la conoció entre 1957-1958, en el barrio de Buenavista, poco tiempo después que la Prior abandonara su ciudad natal y se instalara en La Habana. Maggie intentaba febrilmente crear su primera formación musical, con la que se empeñaba en apresar la voz y el temperamento de Ella Fitzgerald, de Sara Vaughan, -sus grandes referentes-, para proyectarlos como lo que ella pretendía ser en ese momento: la voz líder de un cuarteto en ciernes que no lograba despegar. Desde entonces, Maggie se aferró al jazz y lo hizo parte y pasión de su vida.

A sugerencia del guitarrista y bajista Alberto Menéndez -vinculado al movimiento del feeling- Gilberto refiere haberle montado las primeras voces para aquel endeble cuarteto, cuyo nombre se perdió en el olvido. Con Valdés emprendería, muy a inicios de la década de los 60, su primera aventura musical de cierta envergadura: ocurrió que Alberto Menéndez y su esposa Mercy Hernández, -conocida cantante en el ambiente del feeling- integraban entonces el grupo instrumental Los Modernistas de Gilberto Valdés, pero llegado un momento, deciden abandonarlo. Será Maggie quien sustituya a Mercy Hernández, en lo que sería su debut dentro de una formación musical.

Con el cuarteto Los Modernistas de Gilberto Valdés y en el Casino del Hotel Deauville, en Galiano entre San Lázaro y Malecón, se inició el camino de Maggie sobre los escenarios. José Eugenio Yllareta, uno de sus integrantes, rememora esos inicios:

“Tuve la oportunidad de comprobar, sin siquiera pensar que lo estaba haciendo, las facultades vocales de Maggie. Estando Gilberto Valdés y yo a la caza de algún trabajo, nos acercamos al administrador del Deauville y le planteamos que teníamos un grupo que sería la propuesta ideal para 'amenizar' en el entonces existente Casino de Deauville. Nos aceptaron y nos plantearon que debíamos estar a las 2 de la tarde en el Casino. Eran las 10 de la mañana y nosotros no teníamos grupo alguno. A correr, con algunas monedas rumbo al teléfono más cercano. Y armamos el grupo con los que habían aceptado: Columbié, Juan Bringues Ochoa, Gilberto Valdés, José Eugenio Yllareta y Maggie Prior. Ella fue la última en entrar, pero pudo demostrar de manera fehaciente sus cualidades, ya que, prácticamente sin ensayo, logró interpretar un repertorio de standards en un momento en el que de esa actuación dependía el contrato, y ella lo hizo. Fue una prueba de su alto nivel de profesionalismo”.

Entre los temas interpretados por Maggie con Los Modernistas de Gilberto Valdés, se recuerdan Tenderly, My Funny Valentine, That All Black Magic, Sofisticated Lady, Summer Time, Autumn Leaves y otros que ella dominaba a la perfección tanto desde el punto de vista musical, como idiomático.

En ese tiempo, una versátil Maggie Prior frecuentaría también las descargas y conciertos organizados por el recién fundado Club Cubano de Jazz. Otros cantantes que actuaban en sus conciertos y jam sessions, además de Maggie, fueron el veterano de mil batallas filineras y jazzísticas Dandy Crawford, y también la cantante de jazz y feeling Doris de la Torre, entonces con el grupo de Felipe Dulzaides. Una de las características más sobresalientes de Maggie era su capacidad para intuír dónde se estaba gestando una idea interesante, avanzada, y su ductilidad para insertarse en el grupo que la sostenía.

A inicios de los 60 se siente atraída musicalmente por lo que hoy se reconoce como “la segunda generación de feeling”: Marta Valdés, Frank Domínguez, Ela O’Farrill, Giraldo Piloto y Alberto Vera, el memorable dúo autoral Piloto y Vera, y otros. Se acerca a ese grupo de compositores y cantantes, y se le recuerda con aportes interesantes en sus descargas y presentaciones en night clubs como el Sky Club del Hotel St. John, el Scherezada o el Club 21, todos en el entorno de la entonces mágica Rampa, en El Vedado.

En 1960, la vieja casona de la calle O entre 17 y 19, recibe a Felito Ayón y algunos amigos, cuya iniciativa la convierte en un espacio signado por el buen gusto en su decoración y en su ambiente. El Gato Tuerto comenzó a ser sitio obligado de artistas, estudiantes, escritores, músicos, intelectuales. El dúo Las Capellas, de Marta y Daisy, cantan en su inauguración, pero estrenando las noches de cada día se podía escuchar a cantantes y músicos de filiación filinera, como Elena Burke, Frank Domínguez, Miguel D’Gonzalo, Doris de la Torre, el Cuarteto de Meme Solís y otros que, llegado el momento, descargaban también.

Maggie Prior comenzaría a ser presencia y voz frecuentes en El Gato Tuerto, al igual que en otros espacios donde convergía lo que Adriana Orejuela denominó “esa bohemia alternativa”, variopinta y diversa, que seguía el feeling. Su personalidad, extrovertida y dramática, si no se imponía, al menos llamaba la atención en los círculos que solía frecuentar. Se relacionaba también con figuras del mundo intelectual: pintores, actores y dramaturgos como Martínez Pedro, Felito Ayón, Virgilio Piñera y Carlos Piñeiro, entre otros.

Maggie continuaba manejando un repertorio de standards y canciones norteamericanas más o menos conocidas como The Man I love, Hojas Muertas (Autumm Leaves) y September Song. Se proyectaba con elegancia, demostraba intensos deseos de superación y pese a ser autodidacta, no despreció posibilidades para cultivarse. Si algo no soportaba era la vulgaridad, al decir de su gran amiga de esos años, la socióloga Aries Morales. Había en ella un refinamiento adquirido, pero expresado de modo natural y orgánico.

Su ansia de parecer y estar enterada, y en posesión de lo más reciente en cuanto a información cultural y esencialmente musical, la hacían explorar otros caminos y permearse de todo aquello que consideraba de vanguardia. Comenzó a admirar a Edith Piaf e hizo suyas muchas de sus canciones inmortales. Descubre a Myriam Acevedo, un portento que ya entonces se revelaba, desde su soberbio desempeño como actriz, con un modo muy personal de cantar o de decir y un repertorio de canciones y textos que la singularizaba.

En la primera mitad de los 60 conoce y se involucra con el escritor e intelectual José Hernández Artigas, conocido entre sus amigos y compañeros como Pepe el Loco y quien en esos años, además de poeta y narrador, era jefe de despacho de Antonio Ortega, director de la importante revista Carteles, y también amigo del escritor Oscar Hurtado y del ya descollante crítico de cine Guillermo Cabrera Infante.

Hernández Artigas se vinculaba a los jóvenes intelectuales que escribían en el semanario Lunes del periódico Revolución, quienes le reconocían como un escritor de prometedor talento con aportes interesantes y próximos a un género con escasos exponentes entonces y dentro de lo que hoy llamaríamos ciencia ficción. Maggie frecuentaba con Pepe estos círculos, y sus integrantes también acudían con frecuencia a escucharla. La Prior y Hernández Artigas vivieron juntos en el mismo apartamento de la calle San Lázaro entre Oquendo y Soledad, que continuó siendo el hogar de la cantante tras poner punto final a su relación amorosa, la cual ya se tornaba problemática, a juzgar por ciertas características de la personalidad del poeta y periodista.

Sin embargo, al menos dos hechos pueden considerarse como saldo a favor de Maggie en esta relación: la influencia que ejerció sobre ella el propio Hernández Artigas y el entorno intelectual en el que se movía, acercándola y ganándole la simpatía y aceptación de muchos de los que lo integraban, y el nacimiento de su hijo Flavio. El apartamento de San Lázaro acogió sus momentos de mayor esplendor, por su excelente ubicación. Allí la recuerda el mimo y actor Ramón Díaz, en un barrio con fuerte presencia de músicos y artistas: Aida Diestro, la directora del famoso Cuarteto, Omara Portuondo, Antonio Arcaño, Olga Flora y Ramón, Néstor Milí, el creador de Los Zafiros. Actrices, actores, modelos, bailarines que vivían en las proximidades de la céntrica Rampa, que comenzaba a ser el epicentro de la noche habanera de los 60.

En 1961, las descargas de jazz de Tropicana se trasladan al Habana 1900, en O y 25, concentrándose en la zona de El Vedado la mayoría de los sitios donde se podía disfrutar de este género. Maggie, lo frecuenta a la vez que, en enero y febrero de ese año, continúa presentándose en El Gato Tuerto junto a Marta y Daisy (Las Capellas) y Luis García. Otras jam sessions continuaban proliferando por la ciudad. El INIT (Instituto Nacional de la Industria Turística) regentaba de manera centralizada los cabarets y clubes habaneros y decide promover estas sesiones de jazz a los días de descanso de los shows en los diferentes centros nocturnos. De este modo, durante el mes de marzo de 1961, a Maggie podía vérsele en la llamada Descarga del Capri, junto a Bobby Jiménez, Víctor Franco, René Ferrer y Ela Calvo, Leonel Bravet y el grupo de Frank Emilio, entre otros. A juzgar por estos nombres, no era sólo jazz, sino tambien feeling lo que podía disfrutarse en ellas.

De abril a junio de 1962, Maggie se presentaba en el Descarga Club, compartiendo escenario con Armandito Sequeira y su grupo y Leonel Bravet. Debió ser ya muy interesante su trabajo en esos días, para que Orlando Quiroga, en su sección De viernes a viernes en la revista Bohemia, comentara: “Somos muchos los que deseamos ver en 17 pulgadas a Maggie Prior cantando Hojas Muertas”. A sus referentes afroamericanas, había sumado también a Edith Piaf y se inclinaba ya por una entrega honesta y desprejuiciada, con una clara proyección performática.

Maggie vuelve al Capri en octubre de 1962, esta vez para asumir uno de los roles principales del famoso show La Caperucita se divierte, con dirección de Joaquín Riviera y coreografía de Tomás Morales, y un elenco que integraban también Juana Bacallao, Dandy Crawford y el Cuarteto de Meme Solís, entre otros. En su sección De viernes a viernes, en la Revista Bohemia, el crítico Orlando Quiroga reseñaba sus impresiones: “Lo mejor es la música, la gente del feeling: Moraima –su Alivio es antológico- Los Meme, Maggie Prior, Dandy Crawford y la gran dama de todo esto, Juana Bacallao. En este show Joaquín Riviera y Tomás Morales han logrado la mejor producción de cabaret presentada al público cubano durante todo el año”.

El éxito fue rotundo, al punto que provocó que este show se mantuviera en cartelera durante diez meses. Maggie interpretaba, como siempre, canciones norteamericanas en inglés, integradas a la historia que en el cabaret recreaba el famoso cuento de Perrault. Al finalizar 1962, el diario Revolución seleccionó los artistas más destacados durante el año. En la categoría de cantante de jazz fueron elegidos Leonel Bravet y Maggie Prior. Aparecía también Maggie dentro de la selección del mejor show de cabaret, al premiarse a La Caperucita se divierte.

A pocos metros del Capri se encontraba el club La Gruta, en el sótano del cine La Rampa, en 23 entre O y P, una verdadera cueva que acogía a uno de los fenómenos más interesantes del jazz en Cuba por entonces, al decir de Leonardo Acosta: las descargas del grupo Free American Jazz, formado por los músicos norteamericanos Mario Lagarde y Erick de la Torriente, que habían recalado en Cuba. La Gruta se convertiría en uno de los refugios nocturnos de Maggie desde 1962, cuando toma parte en las descargas del grupo, junto a Esther Montalván y más tarde con Elsa Balmaseda y César Portillo de la Luz.

Cuenta el guitarrista Rey Montesinos que fue allí donde la vio por primera vez. En 1963, Montesinos tocaba ocasionalmente con el Free American Jazz “y una noche se apareció y descargó con nosotros. Era la primera vez que yo veía ante mí lo que había escuchado en grabaciones: a una cantante hacer scat (improvisación vocal que se hace en el jazz) y era una cantante cubana! Ella era seguidora de Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald, se notaba que conocía parte de los repertorios de estas dos cantantes jazzistas que eran las mejores del mundo en ese estilo. Eso se repitió muchas veces, pues Maggie frecuentaba los lugares donde se hacía el jazz. Descargó también en las jam sessions que se hacían en un local del ICAIC, en la esquina que forman las calles 23 y 10, donde asistíamos todos los músicos de jazz de la época. Eso hizo que nuestras relaciones se hicieran más sólidas.

"Un día me preguntó si estaba dispuesto a acompañarla como guitarrista en un concierto en la sala teatro El Sótano y por supuesto le dije que sí, y eso se hizo reiterativo en diferentes teatros y sitios culturales, como la sala teatro de la Casa de las Américas. Para mí fue muy importante acompañarla, pues así yo me obligaba a superar tanto mi técnica como un estilo de acompañamiento. Su repertorio iba desde lo más movido hasta el slow, basado principalmente en los standards del jazz y algunos temas del feeling. Creo que fue una buena cantante. Siempre la recuerdo como una jazzwoman.”

Con el maestro Montesinos, coincide la poetisa y ensayista Nancy Morejón, amiga entrañable de la Prior, a quien reconoce le unía una hermandad muy especial: “Ambas adorábamos el jazz y el cancionero norteamericano. Cuando la conocí, ya Maggie manejaba a la perfección un repertorio de standards del jazz y canciones norteamericanas, principalmente de figuras negras: Someone to Watch Over Me y el irrenunciable My Funny Valentine. A veces le ayudaba con las letras". Y afirma algo sumamente curioso:

“Estas canciones formaban parte, de un modo muy natural y orgánico, del ambiente sonoro de algunos barrios de La Habana, principalmente la zona del hoy Centro Habana, hecho que aporta una característica muy especial al modo de acercarse a esa música y asumirla, y que se remonta a una época donde todo esto -cantar en inglés- era algo totalmente natural e incorporado en el modo de vida y comportamiento de los jóvenes”.

Ya en 1962 se dejaban sentir las escaramuzas en contra de la presencia del jazz como género en la radio y la televisión, así como en espacios nocturnos, a juzgar por lo que, en su sección De viernes a viernes de la revista Bohemia, publicaba Orlando Quiroga el 14 de diciembre:

“El redactor quisiera conocer a los extremistas por cuya culpa el jazz, música de nuestro siglo, ha desaparecido de los programas de televisión. Los que amamos el jazz, que es una manifestación anti-imperialista desde el momento que proviene de los ritmos negros del Sur y representa, como los lamentos negros cubanos, una protesta contra la discriminación racial no podemos escucharlo.”

Algunas voces empoderadas incriminaban a quienes cantaban en inglés o asumían cualquier actitud no convencional, que podía ser tildada de “extranjerizante”. Pero otras voces, simplemente desde la música, resistían el embate, arropadas por el brillo de la noche habanera.

Maggie Prior comienza a explorar otras posibilidades de expresión. En uno de sus primeros acercamientos al teatro, de que se tienen noticias, resulta memorable su versión de la canción tema de Yago tiene feeling, pieza teatral del malogrado dramaturgo, músico y actor Tomás González Pérez y que fuera estrenada por Pablo Milanés especialmente para la puesta en escena en 1962. Este tema, con letra del propio González y música de César Portillo de la Luz, fue retomado por la Prior, haciendo una interesante recreación, según recuerda Zenaida González.

En abril de 1963 está en las descargas del Capri, con un repertorio que también la identifica con el feeling. Esto, a juzgar por varios de mis entrevistados, era lo natural, pues entre músicos y adeptos no era muy posible establecer diferencias rampantes entre jazz y feeling. En esa misma sección, Orlando Quiroga recomendaba: “Si quiere encontrarse, en La Habana p.m. con algunos ejemplares de cabeza del movimiento triunfante en el público y en el fórum de la UNEAC, busque a Elena y a Colacho en el Scheherazada; baje hasta el Capri y busque a Los Meme, con Moraima, y a Maggie Prior”.

Además del Capri, en 1963 Maggie figuró entre los músicos habituales que se presentaban en el Descarga Club, en Neptuno entre Hospital y Aramburu, en el barrio de Cayo Hueso, sitio que se convirtiera durante tres años en la meca de los amantes del jazz en La Habana, sustituyendo al Havana 1900 y por donde pasaron músicos como Armandito Sequeira, Carlos Emilio Morales, Jorge Varona, Rembert Egües, Ahmed Barroso y muchos otros.

También en 1963, justo en mayo, tiene lugar, al decir de Leonardo Acosta, el mayor suceso jazzístico después de la desaparición del Club Cubano de Jazz: el Festival de Jazz del teatro Payret, primero en su género, organizado a iniciativa de Miguel de la Uz, quien fuera integrante del cuarteto vocal Los Modernistas. Por el escenario del habanero teatro del Paseo del Prado desfilaron agrupaciones que serían las más destacadas de esa década: el Quinteto Instrumental de Música Moderna, el Free American Jazz, un quinteto dirigido por Leonardo Acosta, los cuartetos vocales Los Modernistas y del Rey; Omara Portuondo y otros músicos, y por supuesto, Maggie Prior, quien acompañada por la banda de Leonardo Timor, interpretó My Funny Valentine y Embraceable You. Con la orquesta de Timor, Maggie se presentaría en otros espectáculos y lugares, a partir de su inserción ocasional en el formato de jazz band.

La revista Cuba publicaba en su edición de junio del 63, un amplio artículo firmado por Jorge Timossi, dedicado a este evento, pero lamentablemente, la presencia femenina fue ignorada por completo. En marzo de 1964, volvía Maggie al Salón Capri, esta vez en las Descargas de Lunes, compartiendo escenario con Los Armónicos de Felipe Dulzaides, Ela Calvo y Free American Jazz, entre otros. También descargaba, en algunos de los calurosos días de junio, en el club Atelier, de 17 y 4 en El Vedado -hoy curiosamente renombrado como Submarino Amarillo- junto a Free American Jazz , y muy de moda entonces, cuando los noctámbulos estaban de vuelta de todo y la noche se resistía a la llegada del amanecer.

Bobby Carcassés la recuerda por esos años, en que la conoció, justo cuando el polifacético showman abandona el Teatro Musical, que dirigía Alfonso Arau, y comenzaba a trabajar en cabarets en la capital y ciudades del interior. Según Carcassés, el cabaret y el night club eran, de momento, el medio que la Prior tenía a su alcance, pero esto no la hacía totalmente feliz. Prefería otros escenarios, siempre estaba a la espera de oportunidades de mayor impacto cultural, por lo que luchaba denodadamente.

En su opinión, es a mediados de los 60 que se evidencia en Maggie la influencia del llamado “happening”, que ella decodifica de modo consciente y con un sello personal. En la pista, su proyección escénica se refuerza, con un desbordado dramatismo; interactúa con músicos y público, desde la esencia misma de lo que cantaba, e implica a quienes presencia su actuación, de acuerdo al modo con que asumían su entrega.

Juan Formell, en conversación con la autora, aseguró que también la conoció en estos años, rememoró las características de su singular personalidad y valoró positivamente sus facultades interpretativas y su especial entrega. Su información musical crecía, al tiempo que asimilaba la influencia de su entorno inmediato, y de las relaciones adquiridas en aquellos convulsos años de los 60.

Rosa Marquetti
Publicado el 16 de junio de 2014 con el título Bewitched. Buscando a Maggie Prior, en el blog Desmemoriados. Historia de la música cubana.
Foto: Rolo Martínez, Maggie Prior y Bobby Carcassés en Cienfuegos. Del archivo personal de Bobby Carcassés.

7 comentarios:

  1. Estimada Tania: He querido insertar un comentario agradeciéndole la lectura de mi blog y la publicación en el suyo de mi artículo sobre nuestra admirada Maggie Prior, pero una y otra vez desaparece lo que escribo. También le escribí a su dirección de email en Hotmail, pero parece que tampoco le llega. Si consigue leer esto, por favor, escríbame. Soy asidua lectora de su blog. Un fuerte abrazo habanero.

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  2. Estimada Rosa: los comentarios a vecen toman algunas horas en aparecer, pero -a menos que contengan vulgaridades u ofensas personales- todos los que me llegan aparecen. A veces tengo mucho trabajo y a veces estoy lejos de la computadora gran parte del día, pero normalmente reviso los comentarios al menos un par de oportunidades al día. Por cierto me dio gusto ver tu página en FB, yo trabajé en el CECE de 1978 a 1983 y te recuerdo de allí.

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    1. Hola, gracias por tus comentarios. Trato de reconocerte por la foto, pero soy malísima para recordar imágenes. Y como no veo tu nombre, me resulta aún más difícil. Pero igual, me alegra reencontrarte si fuimos compañeros de trabajo. Muchos cariños.

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    2. Hola Rosa,mi nombre es Marco Antonio Pérez, dudo me recuerdes pues yo trabajaba en la Dirección de Organización y Sistemas, si mal no recuerdo eso estaba en la otra torre del edificio. Fue mi primer trabajo, yo era muy joven entonces pero sí te recuerdo porque era simplemente imposible no tomar nota de una dama con tu porte, elegancia y personalidad. Según veo no has cambiado nada. Gracias por contestarme y felicidades por tu trabajo.

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  3. Hola, Rosa, me alegra saber que viste que reproduje lo que publicaste sobre Maggie Prior y lees el blog. En marzo o abril reproduciré tu investigación sobre Aurora Lincheta, otra olvidada. Trato de hacer lo que puedo, para rescatar un poco de nuestra música y nuestra cultura. También trato de defender nuestra raza, como sabes, todavía hay prejuicios y discriminación, más o menos sutil. En febrero, los tres primeros posts son musicales, el primero dedicado a Polo Montañez (descubrí que Flor pálida, un hit que en su disco de 2013 Marc Anthony le da un toque salsero, es de Polo) y los otros dos al tema de la muerte en la música cubana. Y a partir de unos videos con niños que descubrí en internet, con muñecas blancas y negras, además de poner varios de esos videos, el resto del blog lo dedico a recordar personalidades cubanas a quienes los negros y mestizos tenemos mucho que agradecer, como Lydia Cabrera, Fernando Ortiz, Gilberto Valdés, Margarita Lecuona y esos mulatos irrepetibles que fueron Rita Montaner y Miguelito Valdés. Desde Lucerna, te envío un fuerte abrazo y todo lo mejor para ti y los tuyos en 2015.

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  4. Rosa, olvidé decirte que por mi dirección de Hotmail siempre recibo bastante spam, pero antes de eliminarlo, reviso a ver si entre los correos hay de personas conocidas o que me interese leerlos, pero no he visto ninguno a tu nombre. Si quieres, déjale tu correo a Marco, el administrador del blog, que él no lo publica y me lo da. Saludos, Tania

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    1. Muchas gracias, Tania, por responderme. Creo que el problema no es de tu blog, sino quizás de algo que tiene que ver con mi máquina o la conexión, porque lo mismo me ocurre con otros de Blogspot. Pero parece que ya va resolviéndose porque esta vez sí que te llegó mi mensaje. Aprecio mucho lo que escribes, de veras, y en algún sentido tenemos idénticas motivaciones socio-culturales. Voy a incorporar unos datos que hallé recientemente sobre la Lincheta, como por ejemplo, su coincidencia en el cabaret Montmartre con Cab Calloway, y un par de detalles más. Cuando los haya introducido te avisaré. Es un honor para mí que una periodista tan experimentada y buena como tú, me lea. Muchas gracias, Tania. Un feliz 2015 para ti y los tuyos.l

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