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lunes, 4 de agosto de 2014

Blues (y el trópico)


Hace unos días, recibí una agradabilísima sorpresa de una querida amiga. Una serie de retratos de ambos, y de nuestras coincidencias, en el trópico. Y sí, decidí que aquel lugar será el “trópico” para siempre. Con lo bueno, pero sobre todo lo malo, que tiene el trópico. Y ese lugar tiene una presencia muy pesada, es como una enorme piedra que cargamos encima. Hasta que nos decidimos a dejarla rodar cuesta abajo y darle la espalda.

Pero en el trópico había mucho de bueno, en personas que nos dieron todo, y a quienes dimos todo. Lo malo era malo de verdad, y para qué detenernos a contar esa parte.

Solamente recordaré que los encuentros bajo la luna del trópico -o las lunas de los trópicos, porque ahí cada luna parece ser distinta de las anteriores, se espera que haya luna esa noche, y no se sabe si habrá luna las noches siguientes- se desarrollaban con la música del enemigo de fondo, al decir de los censores, profesores de moral comunista y de marxismo, directores de escuela, presidentes del comité y secretarios del partido, y también tantos chivatos profesionales y aficionados.

Aparte de la música prohibida, vivíamos en un mundo prohibido, por los muy tropicales dictadores de esos que se dan tan fácilmente en los trópicos. Lo importante es la música.

Y yo seguía acariciando el pasado mientras escuchaba una nueva edición de unos discos que me acompañaron en el trópico. Los volúmenes primero, segundo, y tercero de la discografía de Led Zeppelin, presentados nada más y nada menos que por Jimmy Page en París. Por suerte, lejos del trópico, pensé.

Para mí, Jimmy Page es un músico excepcional, y muy interesante. Es un medievalista consumado -no solo en apreciación musical, pero en todas las artes. Es un erudito del blues -que ha copiado mucho de los más olvidados talentos, eso también. Es un orientalista de renombre, tal como si fuera un pintor pre-rafaelista. Es un inventor del rock, que bebe del folklore inglés y americano e incluso en su época resucitó un aparatejo inventado por un vejete llamado Leon Theremin, un ruso aplastado por el leninismo. Y como ella y yo sabemos, Page también es un maestro de lo oculto y del espiritismo. Y ella y yo sentimos y vemos presencias. Desde niños.

De sus idas y vueltas musicales, Page llegó a formar Led Zeppelin después de un glorioso paso por los Yardbirds. El blues era el origen y el final de su música, cerrándola en un circulo perfecto. Es decir, el blues es el infinito de su música. Uno lo asocia con las guitarras espectaculares de Led Zeppelin, pero hay piezas mas discretas, mas intimas, con mas silencios y con unas guitarras que imitan a una voz humana que entona un lamento. Y que mas podía sentir uno en el trópico, con esos lamentos que lejos de ser fatalistas eran liberadores.

Los amores sudados del trópico venían acompasados con una música que era decididamente ajena al paisaje. O recordaba los inviernos europeos, o los algodonales americanos, o el Mississippi, o un parque primaveral londinense. Lo que si no recordaban en modo alguno era al trópico. Uno respiraba hondo y decía para sus adentros, por suerte, y la música lo liberaba a uno sacándolo de ese país por unos momentos.

Escuché mucha música en mi juventud. Creo que en opinión de gente que me quería mucho, escuché demasiada música, y mucha de esa música tenía como protagonista a Jimmy Page. Por eso me dolió saber que había ido al trópico, y que allí le tendieron una encerrona unos segurosos disfrazados de musicantes. Me he enterado de varios detalles de la visita, y se los cuento, tal como me los contaron.

Aparentemente, el músico pensaba pasar por La Habana de incógnito, pero como son las cosas del trópico, alguien informó -sí, uso ese término- que llegaba, que había llegado, y en qué hotel se encontraba, aunque estaba registrado como Patrick Page.

Al parecer, como el guitarrista no cedía ante el acoso, ni apoyaba los tipos de compromisos políticos musicales que le trataban de embutir por la jaiba uno de los segurosos tuvo una idea genial: le obligó a comprar una foto del Che Guevara -el mismo que había perseguido sin descanso a los rockeros- y Page, por pena, pagó al vendedor de esa monstruosidad que extendía una mano mugrienta y de uñas largas manchadas de nicotina. Es decir, la limosna con escopeta típica del trópico.

Page se fue unos días antes. No encontró ningún músico que le pareciera interesante. Una pena.

De todos modos, una visita que pudo ser anecdótica se convirtió en solo un paso por un sitio sin escenarios, donde no había ni un solo rockero con el cual el famoso músico pudiera hablar en serio o compartir una sesión en el estudio. Otra pena. Y una suerte. Así no se destruyó la imagen de un músico que influyó a tantos.

En la prisión que es esa isla que flota en los trópicos, los blues de Page me sacaban de la realidad y me permitían ser libres por un rato. Cada noche, el sudor se me electrizaba y todo lo que sudaba también. La humedad y el calor quedaban pero la opresión desaparecía con el lamento de la voz y de las cuerdas. Y ni siquiera un té escaso, compartido, hacía parte de la realidad, el té que alcanzaba solo para uno se convertía en un té literario para dos, con lecturas de libros prohibidos, a la luz de una vela, no por romanticismo, sino por la tristeza práctica de un apagón.

La oscuridad, el calor, el olor a humedad que destruía los muros, y la visión de la pintura que se despegaba de las paredes, la madera carcomida, servían entonces de escenario miserable y fantástico a una realidad que existía solo en una dimensión paralela. El trópico.

La tristeza de los blues se convertía en una base sonora para recitar o leer poemas con voces entrecortadas, con la piel sudada contra la piel sudada, con el pelo salitroso de un día de playa.

La música era lo que nos permitía soñar despiertos en el trópico. Y por suerte, de la mano de un prodigioso guitarrista de blues, entre otros. Si bien no nos las secó, el trópico nos consumió muchas de las lágrimas.

Charlie Bravo

Nota.- Como la música está insertada en varios links en el texto, preferí ilustrar el excelente relato de mi amigo Charlie (el primero de doce que publicaremos en el blog a lo largo del mes de agosto), con una de las más famosas obras del arte universal, aunque no fue inspirada en el 'trópico' caribeño, si no en el andino. Se trata de Amanecer en el trópico, óleo sobre tela pintado en 1872 por el paisajista estadounidense Frederic Edwin Church (1826-1900).

En 1853, Church viajó a Colombia y Ecuador y en 1857 regresó a Ecuador. Allí realizó numerosos bocetos de la flora y la majestuosa topografía. Ya en Nueva York, pintó imaginativos paisajes basados en sus observaciones. La mujer andina que se ve en primer plano descansa en medio de una vegetación pintada con detalle casi científico. Su figura queda empequeñecida ante las cualidades imponentes de la desbordante naturaleza, la luz y la atmósfera del trópico. El cuadro se encuentra en el Museo de Arte de Ponce, Puerto Rico, de donde he tomado la foto y los datos (Tania Quintero).

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