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lunes, 5 de mayo de 2014

África, la gran perdedora


España, Portugal, Francia, Bélgica, Holanda y el Reino Unido, están en deuda con sus antiguas colonias de África y el Caribe.

Si bien las incursiones europeas en el sur del Sahara se remontan a las primeras civilizaciones, no es hasta el siglo XIV cuando la penetración se hace más sistemática y dominante.

Los que con más ímpetu y frecuencia llegaron fueron los portugueses, españoles y almohades (surgidos en Marruecos en el siglo XII, cuando los habitantes del Magreb se percataron de que los almorávides –monjes-soldados provenientes de grupos nómadas bereberes del Sahara- habían fracasado en su intento por revigorizar los estados musulmanes de la Península Ibérica).

El descubrimiento de América por Colón en 1492, negativamente repercutiría en África: el continente negro se quedaría fuera de las rutas comerciales. Dos años después, en 1494, con el Tratado de Tordesillas, España y Portugal se repartirían a su manera una parte del mundo: América sería dominio de los españoles y África de los portugueses.

En el Nuevo Continente, los españoles desarrollarían sociedades esclavistas para mantener los sistemas de plantaciones tropicales. Y se abastecieron de esclavos de África. De Senegal, Gambia, Ghana, Níger, Congo y Angola saldrían esclavos con destino a las Antillas, Brasil y Estados Unidos.

Hasta finales del siglo XIX se mantendría la esclavitud y tendría un impacto devastador sobre la demografía de los pueblos afectados. La natalidad descendió bruscamente: los esclavos eran jóvenes en edad de procrear y las mujeres decidieron no seguir pariendo hijos para perderlos.

Además de España y Portugal, en el comercio de esclavos participaron Holanda y el Reino Unido. En el siglo XVIII la esclavitud comenzó a ser condenada y llegó a prohibirse (1817-1822), pero ello no impidió que se mantuviera el comercio de esclavos.

En pleno auge del capitalismo y la revolución industrial en el Viejo Continente, ya en el siglo XX, entre los países europeos se desató el interés por el dominio de África. Antes de la Segunda Guerra Mundial, por cuestiones de equilibrio político, se habían independizado Egipto, Etiopía, Liberia y Sudáfrica.

Con la Conferencia de Bandung (Indonesia, 1955) oficialmente comienza el proceso de independencia en África. El primer país en liberarse fue Ghana (1957). Antes de 1965 casi todos se habían independizado. Los últimos en obtener su soberanía fueron Mozambique y el Sahara Español, en 1975.

Tras las descolonización, las metrópolis dejaron de invertir en las colonias y las infraesturas públicas y de servicios se deterioraron. Las guerras, la burocracia y la corrupción no favorecieron nuevas inversiones ni la creación de capitales autóctonos.

Resultado: con excepción de las excolonias británicas, debido a la creación por el Reino Unido de la Commonwealth o Mancomunidad de Naciones, los países africanos sin vínculos históricos con los ingleses entraron en crisis. La miseria echó raíces.

La triste y dura realidad de África nos hace olvidar que entre los siglos VIII y XVI hubo grandes imperios en Ghana, Mali y Songhay y destacados reinos en Sudán, Benin, el Congo y Zimbabwe. El hombre más rico de la historia fue un rey africano del siglo XIV.

Pero ninguno de estos hombres ni imperios lograron imponer sus culturas a todo el continente africano. Mientras ellos tenían florecientes civilizaciones y conocían la escritura, otros pueblos vecinos estaban aún en el neolítico. Y así permanecieron hasta el siglo XX.

En África, los esclavos eran trocados por productos europeos de dudoso valor: espejos, bebidas alcohólicas y armas, entre otros. Al llegar a América eran cambiados por tabaco, café, algodón, madera, oro, plata y otros minerales preciosos.

El tráfico de esclavos fue una de las causas principales del retroceso económico en África. La agricultura, minería, alfarería, artesanía, elaboración de tejidos y el comercio local se fueron reduciendo y orientando hacia una actividad más lucrativa: la exportación de seres humanos.

África es la gran perdedora. Los ganadores, Europa y América del Norte. En buena medida su desarrollo y expansión comercial se debe a los esclavos africanos. Gracias también a los beneficios del tráfico negrero, las ganancias de los países que en él participaron pudieron invertirlas en fabricas de transformación cuyo nacimiento marcó el despegue de la gran industria europea y norteamericana.

Se calcula en 60 millones las víctimas de la esclavitud africana, diez veces más que las del holocausto judío (6 millones). La Declaración y el Plan de Acción adoptados en la conferencia sobre africanos y sus descendientes, celebrada en Viena el 28 y 29 de abril de 2001 fue un intento por recordarle al mundo el drama de África. No ha sido el único. Unos meses después, del 31 de agosto al 8 de septiembre, se celebraría en Durban, Sudáfrica, la primera Conferencia Mundial contra el Racismo, patrocinada por las Naciones Unidas. Entre los eventos preliminares podría mencionarse la conferencia ciudadana sobre racismo, xenofobia, intolerancia y discriminación que tuvo lugar en Santiago de Chile, el 3 de diciembre de 2000.

Más recientemente, el 17 y 18 de marzo de 2006 se efectuó en Ginebra, Suiza, la primera conferencia europea sobre el racismo antinegro. Con anterioridad, en 2004-2005, en varias ciudades europeas se había celebrado I Cumbre Mundial en Europa de Africanos y Afrodescendientes de las Américas y el Caribe, con una segunda edición en 2007-2008, Viena, Bruselas, París, Estrasburgo y Madrid. En 2007, en el Reino Unido eran recordados los 200 años sin comercio de esclavos.

Si la tragedia africana no ha quedado totalmente olvidada ha sido gracias a un puñado de organizaciones no gubernamentales y a unos cuantos famosos. Entre los más conocidos se encuentran Bob Geldof, Bono, Angelina Jolie, George Clooney, Madonna, Oprah Winfrey, Bill Clinton y en particular Bill Gates, quien ha anunciado que no sólo quiere acabar con la malaria y el sida que cada año mata a millones de africanos, sino quiere también acabar con el hambre en África.

La Fundación Melinda y Bill Gates, junto con la Fundación Rockefeller, se han propuesto revolucionar el cultivo de alimentos y sacar a millones de personas de la pobreza, las enfermedades y la muerte en un continente que alberga a 16 de los 19 países más desnutridos del planeta.

Para poder dedicarse de lleno a esta “revolución verde”, Bill Gates abandonó en 2008 la presidencia de Microsoft. Además del respaldo de la Fundación Rockfeller, para su filantrópica misión contará con 30 mil millones de dólares sacados de su fortuna, y con 31 mil millones más donados por Warren Buffet, otro multimillonario estadounidense.

Luego de tres años investigando y estudiando la situación africana, Gates dejó claro que su proyecto va en serio, pero es a largo plazo. Sus frutos no se verán hasta dentro de quince o veinte años. Esperemos que antes, el presidente Barack Obama, cuyo padre nació en Kenia, haya puesto en marcha un plan para que el continente olvidado vuelva a renacer.

Hasta entonces, miles de africanos continuarán echándose al mar, burlándose de gobiernos, acuerdos y patrullas fronterizas. Seguirán en busca de un sueño. O de la muerte. Un remake de las travesías ocurridas 500 años atrás.

Sólo que en vez de viajar hacinados en las bodegas de los buques de la British South Sea Company, ahora lo hacen en cayucos construidos con maderas preciosas, pintados a mano con llamativos colores y bautizados con nombres tan sugestivos como Titanic. O desgarran su piel saltando las peligrosas vallas de Ceuta y Melilla.

Tania Quintero

Versión de trabajo redactado en 2009 con el título Negros y "negros".

Video: John Legend interpreta Roll Jordan Roll, una de las canciones de Doce años de esclavitud, del director británico Steve McQueen, Oscar a la mejor película de 2013.

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