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viernes, 4 de octubre de 2013

La muchacha del Gato Tuerto



Era un escándalo visual. Alta, bella, elegante, intemporal, caminaba como por un pasillo de sombras hacia el escenario. Allí, con la voz le daba un vuelco a la impresión de verla, porque Myriam Acevedo cantaba para que la felicidad o la tristeza, toda la emoción de las canciones, convencieran a los oyentes de que valía la pena vivir y amar aunque a veces el desamor doliera un poco.

Salía a decirlo todas las noches en la semipenumbra del Gato Tuerto, un club habanero tan cerca del mar que desde la puerta se ven las puntas de las olas. Lo decía envuelta en una hopalanda oscura y barroca, y las letras de las piezas se confundían en el aire con la intención de la actriz y la melodía de la cantante.

Myriam hizo, en los años 60, que el Gato Tuerto fuera el sitio especial de esa tribu desacreditada y odiosa que desprecia los amaneceres. Le dio una atmósfera cálida, familiar y acogedora para los artistas y los intelectuales y, sin proponérselo, bajo el poder de un libreto escrito en otra parte, lo convirtió en la última plaza legítima de La Habana que vivió y dejó en sus libros Guillermo Cabrera Infante.

Acompañado y presentado por Myriam, el poeta Virgilio Piñera, después de devastadoras refriegas contra todos sus miedos y su timidez, leyó sus poemas en público en un Gato Tuerto con admiradores colgados de todas las ventanas. "El programa con Virgilio duró dos semanas, fue una verdadera revolución", recordaba después la actriz.

Allí estaban a menudo Heberto Padilla, Luis Rogelio Nogueras y otros poetas y escritores, pintores, músicos, actores y cineastas que querían ver, escuchar y compartir con Myriam Acevedo aquel ámbito ilusorio de guarida en el que se quería creer que la vida volvería a coger su camino.

A finales de los 60, la mujer estaba hastiada y herida porque creía que los casos de injusticia que podían considerarse aislados se hicieron una práctica masiva y regular. "Una de las cosas que más me tocó fue la introducción de los campos de trabajos, camuflados como ‘ayuda a la producción’, que eran verdaderos campos de concentración", dijo.

"Pablo Milanés junto con Ricardo Barber, un actor de teatro, ambos amigos míos, fueron llevados a la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) y encarcelados. Ricardo me escribió un telegrama que decía: Si no me sacas de aquí, me suicido", relató Myriam en una entrevista con la periodista Tania Quintero.

La artista aprovechó una invitación para trabajar en Roma, y se quedó en la capital italiana, donde trabajó con el director Luca Ronconi, recibió el premio Ubu por su actuación en el Calderón de Passolini y fundó el Laboratorio de Teatro.

De sus tiempos de actriz en La Habana queda constancia de su trabajo y de su talento en obras como La ramera respetuosa, Santa Juana de América o La noche de los asesinos. Pero quedan nada más que en la memoria de los supervivientes y en las reseñas sepultadas con alevosía.

Nació en Güines, al sur de La Habana, sobre el río Mayabeque. Actuaba, no sólo cantaba, cada canción y se apoderaba de los mensajes. Cantó a Marta Valdés, a Milanés y a otros compositores importantes de su país. Sin embargo, el himno de aquella parcela final de la ciudad que describió Cabrera Infante fue su versión musical de un poema de Padilla titulado Ronda de la pájara pinta.

Murió el 22 de julio en Roma, a los 85 años. Nunca volvió a su país. Decía que aquello era una ruina. Nadie quiere cantar sobre los escombros de su casa.

Raúl Rivero
El Mundo, 30 de julio de 2013
Foto: Myriam Acevedo fotografiada en 1984 por Pedro Portal, tomada de El Nuevo Herald.
Nota.- El Gato Tuerto fue inaugurado el 31 de agosto de 1960, a partir de un proyecto de Felito Ayón, uno de los fundadores de La Bodeguita del Medio en la década de 1950. Aunque su fisonomía ha sufrido cambios en estos 53 años (inclusive hubo un tiempo en que estuvo cerrado y abandonado), siempre radicó en la Calle O entre 17 y 19, Vedado, muy cerca del Malecón y del Hotel Nacional. En este enlace pueden ver cómo era aquel bar-restaurant en 1960, al cual podían ir todos los cubanos y pagar con su moneda. Y en esta foto de Panoramio cómo luce ahora, luego de ser reconvertido en un sitio habanero destinado a recaudar divisas. Detrás de casi todos los bares, cafés, restaurantes, tabernas y bodegas que hubo en La Habana en el siglo XX, hay uno o varios españoles. Es el caso del Sloppy Joe's. Según la revista Excelencias, "El Gato Tuerto nació con la leyenda a cuestas de dos asturianos enfrentados entre sí por tener el mejor bar de La Habana. Para Gato Tuerto y Bigote de Gato, los dos compatriotas, era cuestión de honor quién preparaba el mejor cóctel o lograba la más completa 'descarga' de artistas". Cierto o no, en Asturias abrieron un local con el mismo nombre, donde sobran esas dos fotos de Camilo y el Che (Tania Quintero).

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