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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Ana María



Desde lejos la vi. Había entrado a curiosear en uno de los establecimientos recaudadores de divisas abiertos en la calle 12 entre 23 y 25, a escasos metros del Cementerio de Colón. Llevaba el pelo muy corto, un ancho vestido que una vez fue amarillo y ahora la suciedad ponía en duda su color.

Calzaba viejos zapatos de tacones, de ésos que treinta años atrás vendían por un cupón de la libreta de productos industriales, desparecida después de la llegada, en 1990, del 'período especial', cuando el Ministerio de Comercio Interior se quedó con los almacenes vacíos de ropa, zapatos, toallas, sábanas y un largo etcétera.

Desde la distancia donde me encontraba no podía ver su mirada. Pero sí su andar ligero pese a su abultado vientre -si no hubiera sido por su físico avejentado, se hubiera confundido con una embarazada. Resuelta, se dirigió a un matrimonio con dos niños que merendaban en una de las mesas de Rumbos, cafeteria con una ubicación “privilegiada”: desde allí, cómodamente sentado, el cliente puede ver los cortejos fúnebres que entran por el portón principal de la más importante necrópolis cubana.

La mujer extendió su mano. El matrimonio negó con un gesto. Giró y se detuvo a mirar una vidriera con dulces y refrescos. Salió a la acera y se aproximó a dos empleadas, negras como ella, que conversaban bajo la sombra de un árbol. Las empleadas se apartaron como si aquella mujer de su raza contagiara con su pobreza.

Ana María continuó su camino. Quise salir detrás de ella, hablarle, ver si me recordaba. Pero no me moví del lugar. En mi cartera sólo tenía cinco pesos y esa cantidad me pareció irrisoria para ofrecérsela. “Si fueran cinco dólares”, pensé.

¿Recordaría Ana María que estudiamos juntas y que cuando las dos éramos 'pepillas', bailábamos en las mismas fiestecitas? Estaba de moda el chachachá de Enrique Jorrín y la radio no dejaba de reproducir La Engañadora. Benny Moré continuaba cosechando éxitos con Mata Siguaraya, son montuno de Lino Frías. También nos gustaba el rock and roll, sobre todo Rock around the clock, de Bill Haley y sus Cometas, que se bailaba de maravillas con ballerinas y faldas anchas, llamadas de paradera, porque debajo nos poníamos una o dos sayuelas almidonadas.

Ana María era también amiga de Gladys, mulata achinada que estudió magisterio en la Escuela Normal de La Habana. Yo ingresé en la Escuela Profesional de Comercio, pero nunca llegué a graduarme de contador público: en 1961 marché a un curso de maestros voluntaries en las Minas del Frío, Sierra Maestra. Ana María se decidió por una noble profesión: enfermería.

Antes de 1959 las tres vivíamos en la barriada del Cerro. Gladys y yo en el mismo viejo edificio, cerca de la Esquina de Tejas. Ana María en una calle cercana al estadio. Desde su casa, los juegos de béisbol se escuchaban como si estuvieras en las gradas. Cuando un bateador del Habana o del Almendares pegaba un jonrón, parecía que la pelota iba a caer en su patio.

Después de 1959 nuestras vidas tomaron rumbos distintos. Gladys se casó, yo también, las dos tuvimos hijos. Ana María se quedó soltera, entregada en cuerpo y alma a la salud comunitaria y al cuidado de personas enfermas.

Seis o siete años atrás la había visto en un ómnibus de la ruta 27. Se bajó en la parada de 12 y 23. Me dijo que hacía tiempo había permutado para El Vedado, para estar cerca de su trabajo. Entonces vestía un impecable uniforme de enfermera. El cabello lo llevaba también muy corto, pero cuidado.

Ahora, mientras escribo, prefiero imaginar que Ana María no es una mendiga ni una loca, sino una enfermera que un día de 1999 decidió disfrazarse y salir a la calle. Y por sí misma constatar cuán pequeñas son las dosis de sensibilidad humana que ella por montones ofreció a conocidos y extraños.

Tania Quintero
Cubafreepress, 7 de diciembre de 1999.

2 comentarios:

  1. CHE GUEVARA

    O látego do carrasco
    Deixou a mostra as veias abertas
    De uma América sem líderes,
    Cheia de ditadores patéticos
    E de déspotas obtusos,
    Promíscuos em suas salas de mármore.

    Há os que iludem com discursos
    E os que mentem sem palavras –
    Apoderam-se de mecanismos de tortura
    Para espalhar o pânico e o terror.

    A América se ergue com a sua mão direita
    Que, ensangüentada, deixa-se extinguir,
    Cambaleante cai sobre a perna esquerda,
    Em repetidos golpes...

    O guerrilheiro está morto!
    Seu idealismo se tornou sonho,
    O sonho transcreveu sua lenda,
    A lenda transformou-se em eternidade.

    A América de Guevara se perpetua,
    Em sua eterna busca
    Pelos verdadeiros líderes,
    Por sua total e plena liberdade.


    *Agamenon Troyan (poeta brasileiro), autor do livro O ANJO E A TEMPESTADE

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  2. La verdad y como dicen en mi tierra, hay que tener gandinga para hacerle a estas alturas una poesía adulatoria al sicópata asesino confeso que fue el Che Guevara. Lo que nunca estos poetas me pueden explicar, es por qué "nuestra" América Latina necesita más Che Guevaras, mientras que al Asia, que al parecer "no es nuestra" le ha ido muchísimo mejor con líderes como Akio Morita el creador de Sony, o los creadores de Samsung, Hyundai, Daewoo, o LG; o aquellos que jugaron en la misma liga que los "imperialistas yanquis" y le dieron una nueva patria asiática a la división de PCs de la mismísima IBM, que ahora se llama Lenovo; los líderes que sobre la base de trabajo duro, esfuerzo y sacrificio de verdad durante años -lo cual es más difícil que matar o morir en una guerrita en las montañas- convirtieron a sus países en las fábricas del mundo y elevaron en pocos años de manera muy considerable el nivel de vida de sus conciudadanos y del conjunto de la humanidad. Quizá ese tipo de líderes sean mucho más necesarios para la América...

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