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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Confesiones de una periodista (I)



En 1974, cuando comencé a publicar en la revista Bohemia, había una serie de libertades. Hasta que llegó 1980 y con él una chilena llamada Marta Harnecker, teorizante del socialismo y esposa de Manuel Piñeiro, alias Barbarroja. Piñeiro había sido jefe del Departamento América del Partido Comunista de Cuba, y en esa función fue el principal organizador del apoyo cubano a las guerrillas en América Latina. El 11 de marzo de 1998 supuestamente murió de un "paro cardíaco" mientras manejaba su auto por La Habana.

La Harnecker vino con una propuesta al director Ángel Guerra, para hacer una encuesta sobre la prensa. El Cuarto Poder se titulaba. Ella la iba a dirigir y se organizaron varios grupos de redacción. A mí me pusieron en uno, pero esa encuesta no pasó del primer trabajo: el primero que se publicó le costó el puesto al director.

Estoy hablando del año 1980, un mes o dos antes del éxodo por el Mariel. Como es sabido, desde ese puerto habanero, a unos cien kilómetros al este de La Habana, en cuatro meses alrededor de 125 mil personas se fueron de la isla. En esa misma época, dos millones de cubanos declararon su deseo de abandonarla después de que Fidel Castro anunciara que dejaría salir al que quisiese. Antes, en el mes de abril, ya había ocurrido lo de la Embajada del Perú: en menos de cuarenta y ocho horas, con la intención de emigrar, cerca de 11 mil personas ingresaron a la Embajada de Perú, en la barriada habanera de Miramar.

Aunque no lo parecía, 1980 fue un año en el cual ideológicamente la revolución estaba muy mal. Lo del Mariel fue un mazazo terrible y a nivel privado muchos periodistas lo pensaban y comentaban. A partir de ahí, la prensa cubana no se recuperó más. No solamente fue destronado el director de Bohemia, Ángel Guerra, sino también fue destituido Orlando Fundora, jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria, el DOR, como le llaman a la secretaría ideológica del comité central del partido comunista. Fundora estuvo un tiempo en su casa en "plan piyama", y después fue nombrado presidente del Movimiento Cubano por la Paz.

En la redacción -voy a decir una palabra poco femenina- los periodistas se apendejaron. En Cuba la gente coge miedo, habla bajito en círculos cerrados, no comenta nada en voz alta, porque la gente siempre está tratando de proteger su pellejo y su salario para mantener a su familia. En el caso de los periodistas oficiales no olvidemos que ellos tienen posibilidades que no tiene el ciudadano de a pie, como viajar, si no fuera del país, pueden ir a provincias, participar en eventos donde pueden comer, resolver algo y conocer extranjeros.

Una reacción similar a la de todo el pueblo, propia de regímenes totalitarios como el cubano. Callarse, no denunciar, no crear problemas, no hacer nada. Nunca estuve sentada esperando los planes temáticos que hacía el departamento ideológico del partido: "Ahora esta semana hay que escribir sobre el aniversario de Martí o de esto y lo otro". No, no. A mí se me ocurrían los trabajos, y como eran temas que me gustaban, los hacía.

En los veinte años que fui periodista oficial logré tener contactos, hablar y, sobre todo, discutir con los políticos. La cosa ésta de la política la llevo dentro y por eso discutía y le escribía a todo el mundo. A los que dirigían la prensa les decía: "Ustedes no les pueden pedir peras al olmo", porque siempre estaban con la consigna de hacer 'un periodismo militante y creador'. Nunca fui militante, ni de la juventud ni del partido comunista.

El problema es que un periodismo militante no puede ser creador, pues es algo contradictorio: un militante no puede libremente pensar ni por su cuenta actuar, al menos en Cuba. Quizá podría hacerse en Argentina o en Brasil, donde uno puede criticar a todo el mundo, incluido el presidente del país. Pero en la isla los periodistas oficiales no pueden hacer un periodismo crítico, no pueden criticar al partido ni al sistema. Quienes sí podían criticar eran los periodistas extranjeros, sobre todo de Estados Unidos, que hacían grandes entrevistas y grandes reportajes. La diferencia estribaba en que ellos, los periodistas extranjeros, tenían libertad para hacerlo y los periodistas cubanos no.

Comencé a trabajar en Bohemia como periodista, pero ocupando una plaza de secretaria, al mes me pagaban 163 pesos (menos de 7 dólares al cambio actual). A pesar de ser autodidacta, logré buenos trabajos, escribí para las páginas económicas, culturales, nacionales e históricas, entre otras.

En 1978 hice un serial sobre los alemanes antifascistas en Cuba, trabajo que me valió una invitación a la República Democrática Alemana (RDA). En junio de 1979 estuve tres semanas, invitada por el ministerio de relaciones exteriores de la RDA. Después ese ministerio dijo que la periodista más productiva que los había visitado había sido yo. Solamente de ese viaje, en Bohemia publiqué 50 páginas, pueden ir a los archivos de la revista o a la Biblioteca Nacional y contarlas.

Junto con el elogio me gané una crítica: "Parecía mentira que fuera una periodista socialista, porque me había comportado como una capitalista". Ellos no podían entender que me había comportado en la RDA como me comportaba en Cuba. No publiqué ni una palabra de la visita que hice a una fábrica de Berlín llamada Rosa Luxemburgo, porque yo quería hablar con los obreros y unas personas a nombre del partido, el sindicato y la administración me recibieron de una manera muy formal, en una oficina con café y galleticas.

Al día siguiente, a la señora del ministerio de relaciones exteriores que me atendía le dije que eso no era lo que yo quería y no iba a publicar nada. También tuve una discusión muy fuerte con esa misma funcionaria, porque por mi cuenta me entrevisté con el hombre que en ese momento era el presidente de la asociación de judíos alemanes y ése no era un tema que a ellos les interesara divulgar. Con la periodista Cathèrine Gittis fui al cementerio de los judíos en Berlín y los del departamento de prensa volvieron a disgustarse, dijeron que eso estaba fuera del programa.

En Bohemia publiqué un serial titulado El país de los cochecitos, algo bastante novedoso y ameno. Era la primera vez que salía del país y a mí me impactó ver a las madres con niños en cochecitos por todas partes. En la Cuba de 1979 encontrar a una mujer con su bebé en un coche era como encontrar un cosmonauta por la calle. Ese serial salió en cuatro partes y en él describía cómo era la gente, cómo vestía, el transporte, las carnicerías, llenas de carnes, salchichas y quesos.

Comparado con Cuba, la RDA tenía mucho más desarrollo. Los consideré semi-totalitarios, tenían la cuestión ideológica ésa tan fuerte con la Alemania Federal y me dí cuenta que había un mal de fondo, pero no tuve una idea más exacta hasta que no leí libros como La gran estafa, del peruano Eudocio Ravines. Ese tipo de literatura me abrió un poco más las entendederas: estaba en el bosque y no veía los árboles.

Tania Quintero

3 comentarios:

  1. Lo de la RDA era todo maquillaje, hubo asesinatos tremendos. Por ejemplo, La vida de los otros está basada en un hecho real. Gracias

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  2. Como disfruto leyendo sus notas, es usted sencillamente genial!

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  3. Semi-totalitaria la RDA?, por favor! En que mundo comunistoide vivias en Cuba para considerarla asi como los que martillaban que era el "socialismo real"? Esa RDA aterrorizaba tanto como la Alemania nazi. Sin la Stasi la Seguridad cubana no habria llegado adonde ha llegado. "Semi-totalitarios" los alemanes del Este! Todavia dan miedo, juntos los remanentes comunistas con los (neo) nazis que ahi no hubo desnazificacion.
    Preguntale a los alemanes del Este que no eran comunistas ni nazis si la RDA era "semi-totalitaria".

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