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jueves, 2 de agosto de 2012

Moringa rima con pinga


Por Tania Quintero

De la moringa me enteré el año pasado, por un trabajo de Tania Díaz Castro en Cubanet. Después ella publicó No todos quieren comer moringa, y decídí reproducirlo en El blog de Iván García y sus amigos, pues todo parece indicar que la moringa llegó a Cuba para quedarse. Como el picadillo de soya, la masa cárnica, los perros sin tripa, las croquetas de averigua, el fricandel, la pasta de oca, la compota de fongo y la sopa de gallo, 'alimentos' codiciados durante "el período especial en tiempos de paz", decretado en 1990 y que hasta mi salida de Cuba, en 2003, todavía estaba vigente.

En Wikipedia aclaran que hay 13 especies de moringa. La que sembraron en Camagüey es la moringa oleifera. En algunos países le dicen 'moranga', palabra que un cubano podría confundir con morronga.

En inglés, a la moringa oleifera le llaman Miracle Tree (árbol milagroso). Es una planta con excelentes propiedades para animales y seres humanos, y en internet tiene una web, con tienda online incluida.

Ok, de acuerdo. Un ejemplo de la grandeza de la Tierra y de la generosidad de la Naturaleza: pese al maltrato del Hombre, no deja de darnos alimentos provechosos.

Lo que me jode -y disculpen la palabra- es que cuando Fidel Castro piensa en alimentación para los cubanos, piense en la moringa oleifera. Ahora, con 86 años, se dice que se ha vuelto seguidor de la dieta macrobiótica. Pero de todos es conocido que siempre fue un 'jamaliche'. Le gustaba jamar buena comida, elaborada con productos cubanos o extranjeros.

¿Por qué cuándo Fidel Castro piensa en la alimentación para las familias cubanas, no piensa en un buen bistec de res, pargo asado, arroz con pollo, enchilado de camarones o langosta grillé? O en postres como arroz con leche, torrejas, flan de calabaza, natilla planchada, cascos de toronja, mermelada de guayaba o coco rallado con queso. O que los cubanos puedan desayunar como siempre han desayunado: café con leche y pan con mantequilla. Y después del almuerzo y la comida, tomarse una tacita de café de verdad, y no ese 'invento' de café mezclado con chícharos.

Últimamente, en Cuba se habla bastante de internet, redes sociales y permisos de salida, pero deberían dedicarle más tiempo y espacio al tema alimentario. Cincuenta años con libreta de racionamiento (Fidel Castro la implantó el 26 de marzo de 1962) no solo son demasiados años alimentándose poco y mal, sino sin apenas posibilidades de escoger.

Cuando en los 90 escribía como periodista independiente desde La Habana, una vez redacté un trabajo titulado Libertad para comer. Poder comer lo que a uno le plazca, o su salud o su bolsillo le permita. No estar obligado a comer esas bazofias 'inventadas' por el socialismo cubano, y que los Castro ni sus familias ni sus generales comen.

Mi familia era pobre, pero en mi casa se almorzaba y cenaba como en casi todos los hogares antes de 1959: arroz, potaje, ensalada, una vianda (malanga, plátano, boniato, yuca, aguacate) y de plato fuerte, carne de res o de cerdo, pollo, pescado o marisco. A cada rato mi madre hacía papas o plátanos rellenos, tamal en hoja o en cazuela y arroces amarillos.

Cuando era poco el dinero que teníamos, me mandaba a la bodega, a comprar tres o cuatro laticas de unas salchichas fabricadas en Cuba, muy sabrosas. Si mal no recuerdo, cada latica costaba 6 centavos. Y con un buen sofrito de ajo, cebolla, ají, tomate, orégano, comino, laurel y unas hebras de azafrán o un tin de bijol, quedaba riquísimo. Por lo regular, el arroz con salchichas se acompañaba de plátanos maduros fritos o tostones de plátanos verdes. O aguacate, si era la temporada.

Ni siquiera cuando estuvo preso en Isla de Pinos, Fidel Castro comió mal. Es sabido que él mismo cocinaba en su celda y después de un buen café se fumaba un buen tabaco.

No como los presos políticos o comunes, que si no fallecen de hambre es por las pesadas jabas que sus familiares cargan en cada visita. Y como la mayoría son de bajos recursos, lo que suelen llevarle es pan tostado, azúcar blanca o prieta, sobres de refresco instántaneo y cuadritos de caldo de res, pollo o bacon. A los más afortunados les llevan leche en polvo; botellas plásticas de aceite con cabezas de ajo dentro, o potes plásticos con sardinas, atún o perros calientes en aceite.

A lo mejor, a modo de experimento, parte de esas 200 hectáreas de moringa sembradas en Camagüey la destinan a la población penal, comedores escolares y menús hospitalarios. Cualquiera que sea su destino, moringa seguirá rimando con pinga.

Foto: Recogiendo moringa oleifera, probablemente en un país africano. Tomada de A place of mind, web de la Universidad de la Columbia Británica, Canadá.

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