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lunes, 23 de enero de 2012

La Habana era una fiesta





Por David Bizarro


“Más se perdió en Cuba y volvieron cantando”. Cuando era pequeño, en casa de mi abuelo Rafael se recurría mucho a estas palabras para quitarle hierro a las contrariedades, como si el mero hecho de invocar la pérdida de las colonias de ultramar ejerciese de bálsamo para minimizar los problemas cotidianos.

Así que discúlpenme si peco de nostágico (qué le vamos a hacer, los gallegos somos así) pero he de confesar que mientras escuchaba La Habana era una Fiesta (Vampisoul, 2011) me ha embargado una inexplicable sensación de morriña por una época que, a pesar de no pertenecerme por edad, siento que me toca un poco de cerca.

Por lo menos en el plano sentimental, que es al que apelan directamente las grabaciones originales de pizarra y bobina magnetofónica recogidas en este recopilatorio: una conmemoración del exuberante intercambio cultural entre Cuba y España en lo que a música popular se refiere, medio siglo antes de Buena Vista Social Club y los homenajes de Fernando Trueba.

Así que antes de embarcarnos en este viaje en el tiempo -con doble escala- que nos transporta a la época dorada de la radiodifusión cubana de los años cuarenta y cincuenta, permítanme un último acceso de añoranza para honrar la memoria de su máximo artífice, Mario Pacheco (fallecido en 2010). Figura indispensable para entender la evolución músical de España, el fundador de la discográfica Nuevos Medios trabajó estrechamente con el escritor y músico cubano René Espí (La Habana, 1967) para recuperar el rico acervo de grabaciones inéditas que dan cuerpo (y alma) a este album doble que finalmente publica el sello de Íñigo Pastor.

En las precisas notas interiores del disco, CarlosFuentes nos pone en antecedentes sobre el peso de los emigrantes en la evolución musical de la isla: “Cuando La Habana era una fiesta, muchos españoles se apuntaron al baile”. Y es que en aquellos tiempos del cuplé, los empresarios peninsulares importaron también la zaruela, el pasodoble, el chotis y el sainete a tierras caribeñas y las visitas de míticas tonadilleras como Juanita Reina e Imperio Argentina gozaban de enorme popularidad entre el público autóctono, gracias a las ondas de la CMQ y Radio Progreso.

Mientras Antonio Molina, Lola Flores y los baúles de Concha Piquer cogían afición por tierras cubanas, artistas locales como Celia Cruz, Rosita Fornés o Nelson Pinedo, adaptaban los clásicos patrios a la sensibilidad isleña. Fue así como sones y guaguancó convivieron con coplas y bulerías, poniendo banda sonora a ese país mítico que, según Fuentes, existe entre Cuba y España.

Sirva como testimonio de tan singular proceso de transculturización estilística el remanente de clásicos folclóricos sometidos al tratamiento mestizo del bolero y el chachachá (La violetera, de Paulina Álvarez o Amapola por Tito Gómez y la Orquesta Riverside) junto con los exóticos arreglos de maestros indiscutibles como Ernesto Lecuona y Antonio María Romeu.

Mención aparte para el interludio publicitario y humorístico que da paso al delicioso El boogievá, donde Obdulia Breijo anticipa con desparpajo los efectos de la globalización, con letra y música absolutamente impagables.

Por contrapartida, resulta doblemente estimulante comprobar el rédito de los artistas españoles gracias al intercambio de divisas y que son pura filigrana. A los ya citados más arriba, han de sumarse los nombres de Los Chaales de España, Niño de Utrera, Juan Legido y Los Xey, que son canela en rama. De la de antes, de la de siempre.

Hace poco me refería en este mismo blog al poderoso influjo evocador de la fantasmagoría en materia de música moderna. Pues bien, puedo asegurarles que dicho efecto no solo no es comparable con el de este doble álbum, si no que ni tan siquiera se le acerca. El esmero artesanal con el que han sido restaurados los archivos sonoros (de forma manual y remasterizando pista por pista) respeta hasta el último crujido, preservando a los originales de cualquier interferencia ajena al simple paso del tiempo.

Algo muy de agradecer porque, incluso aunque en algunos casos la calidad del sonido se resienta, consigue mantener insobornable su emoción primigenia, que es lo verdaderamente importante. Aquí hay verdad y esencia; o lo que es lo mismo, eso tan difícil de encontrar en las grabaciones de hoy en día: una alquimia perfecta, pura y universal.

Blug Muro de Sonido, El País, 18 de octubre de 2011

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