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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Tres días en Cienfuegos


Por Tania Quintero (escrito en 1998)

La ciudad de Cienfuegos fue fundada en 1819, pero San Fernando de Camarones, el mas antiguo de sus poblados fue fundado en 1714. En la actualidad, ocho municipios conforman la provincia, nacida de la división político-administrativa de 1976: Abreus, Aguada, Cienfuegos, Cumanayagua, Cruces, Lajas, Rodas y Palmira.

Con una superficie de 4,150 kilómetros, se estima que un millón de personas se han asentado en Cienfuegos, situada en la costa Sur, a 336 kilómetros al sureste de La Habana y limítrofe con las provincias de Matanzas, Villa Clara y Sancti Spiritus.

Razones ajenas a cualquier interés histórico o turístico me llevaron en un viaje en ómnibus de la empresa nacional Astro a Cienfuegos. Catorce pesos cuesta el pasaje de ida y el mismo precio el de vuelta. Hasta esa provincia me trasladé para visitar a mi primo Vladimiro Roca Antúnez, quien después de cuatro meses detenido en Villa Marista, fue conducido a la prisión de Ariza el 19 de noviembre de 1997.

Ariza es un pequeño poblado ubicado entre Rodas y Aguada, a unos 10 kilómetros del centro de Cienfuegos, y a 15 de Caonao, suburbio donde paré en casa de una prima materna. Caonao fue un cacique indígena, y en su territorio queda el aereopuerto local, que en ese momento recibía vuelos nacionales e internacionales.

Si se viaja en ómnibus la distancia se acorta a 200 kilómetros, pues se hace a través de las Ocho Vías, autopista que hasta la zona central de la isla sustituye a la estrecha y obsoleta Carretera Central. El trayecto desde La Habana a Cienfuegos por esta autopista se hace en 5 horas y media, pero raro es el viaje en que no surge un contratiempo: los carros destinados a estos viajes (hay cinco salidas diarias) adolecen de dificultades diversas, la mas común es la falta de piezas de repuesto o el desgaste de las que están en uso.

En el ómnibus en que viajé se partió una de las dos correas. Eso fue antes de llegar a Aguada y el resto del recorrido lo hicimos con la incertidumbre de que se rompiera la otra correa y tuviéramos que esperar, a oscuras, al borde de la carretera, hasta que apareciera un servicio móvil de reparación u otro carro nos transportara.

Comparada con la ciudad de La Habana, Cienfuegos es mucha más limpia. En las calles no se ven papeles ni basuras sin recoger, tampoco montones de escombros convertidos en vertederos donde moscas y ratones hacen diariamente su zafra, tan usuales en los municipios céntricos de la capital. En Caonao, un poblado levantado a ambos lados de una arteria central que comunica con Cienfuegos y con algunas calles sin asfaltar, como Miramonte, no se ve basura porque los desperdicios de alimentos se echan a los puercos, propios o del vecino.

En todo Cienfuegos hay huertos conocidos con el nombre de organopónicos y por ello abundan kioskos donde se puede comprar col, lechuga, acelga, zanahoria, remolacha, rábanos y tomates, entre otras hortalizas. También hay jardines experimentales, donde ofertan desde flores y plantas ornamentales hasta yerbas medicinales. En eso están mejor que los habaneros.

En cuanto al transporte, circulan ómnibus viejos, algunos que ya estuvieron rodando en la capital o en otras ciudades del interior. En vez de los viejos autos americanos, utilizados como taxis particulares en La Habana, los cienfuegueros cuentan con una buena cantidad de coches de caballos. En cada uno caben de 6 a 10 personas y cobran a 1 peso por persona. Los bicitaxistas son escasos por ser una región montañosa. Por suerte, no tienen "camellos," esos monstruos que transportan en cada viaje a miles de personas, pero que han acabado con las calles de la capital.

En general, los precios son más bajos. En el mercado agropecuario y en la propia bolsa negra se consiguen mucho más baratos algunos productos codiciados: una libra de camarones que en La Habana vale de 1.50 a 2 dólares, en Cienfuegos se puede conseguir por 15 o 18 pesos. Siempre, claro, con el riesgo de ser detectado por la policía y tener que pagar una elevada multa. En Cuba es considerada ilegal la venta de camarones y langostas.

Por ser una provincia de amplia actividad costera y marítima, su bahía es una de las más importantes del país. También sobresale por su desarrollo turístico. El auge de visitantes foráneos no solo deja divisas: se nota a simple vista el auge de la prostitución.

Las jineteras se mueven básicamente alrededor de los hoteles Jagua y Rancho Luna o se trasladan a Trinidad. Igualmente proliferan los homosexuales, algunos de los cuales viven de participar en shows de travestis. Estos shows son reconocidos por funcionarios del sector cultural, y sus participantes son clasificados como 'artistas aficionados al arte'.

Uno de ellos es Lesvany, de 23 años. El vive con su "compromiso" en un cuarto fabricado en la azotea de la vivienda propiedad de los padres de Lesvany. La pareja, que es muy bien llevada, trabaja en los espectáculos que los fines de semana se organizan en los altos de una tienda en el centro de Cienfuegos. La entrada cuesta 5 pesos para los cubanos y 5 dólares para los extranjeros.

"Con las propinas, que suelen ser generosas, casi siempre nos buscamos de 300 a 500 pesos a la semana", dice Lesvany. Se supone que los travestis 'oficiales' no pueden participar en fiestas particulares, pero esto es muy difícil de evitar. Porque son estas fiestas las que los ayudan a poder mantener el vestuario, adquirir zapatos de tacones, maquillajes y productos de peluquería. La mayoría de los travestis cienfuegueros basan sus actuaciones en doblajes de cantantes femeninas famosas, cubanas y foráneas.

El hecho de que Cienfuegos hoy es un centro turístico tiene su costo moral: una buena parte de los reclusos de Ariza han cometido delitos relacionados con el desvío de divisas y a veces han estado complicados en el robo directo a tiendas y almacenes de mercancías que son vendidas en dólares.

Otro delito típico del interior del país también se localiza en Cienfuegos: hurto y sacrificio de ganado vacuno y caballar. Como en otras provincias, los comisores utilizan nuevos métodos para matar animales: los inyectan con anestesia o con algún medicamento que les provoque un infarto.

El regreso a La Habana lo hice en tren. 304 kilómetros recorridos en 10 horas, casi el doble del tiempo que demora por ómnibus. El pasaje es más barato, cuesta 9.50 pesos. La locomotora y los cinco vagones que una vez al día recorren esa distancia en una y otra dirección, es lo que los cubanos llaman 'tren lechero', porque para en todos los pueblos por donde que pasa.

Para colmo, a la altura de Calimete, Matanzas, se rompió la manguera, por suerte en Guareira la arreglaron. La demora del tren se compensa con el paisaje: es mucho mas ameno y agradable que la monotonía de las Ocho Vías.

Aunque hubo una visión común: las cañas flacas y llenas de guin. Flaco se ve también el ganado, en contraste con los carneros, más saludables. A menudo se veían hombres trabajando descalzos en el campo o con calzado y ropa que daban grima. O antiguos palmares con muy pocas palmas reales.

En Agramonte, las matas de naranjas recuerdan que estamos cerca de una de las zonas citrícolas mas extensas de la isla, Jagüey Grande. Tabaco tapado no vi desde el tren hasta llegar a Pedro Betancourt, Matanzas. Y me hizo recordar que San Antonio de los Baños es el municipio más tabacalero de La Habana.

A diferencia del tren, que en cada estación se detiene, para que bajen o suban pasajeros, en el viaje de ida a Cienfuegos, el ómnibus hizo una sola parada, en una 'paladar': un gran bohío o ranchón donde por 20 pesos ofrecían un plato de congrí, bistec de puerco, yuca con mojo y ensalada de lechuga y tomate. La comida de los choferes "va por la casa".

En el tren se supone vendan comida para los 400 pasajeros o más que viajábamos en él. Pero ese día solo ofertaron 10 cajitas de cartón conteniendo una ración mínima de arroz blanco y una salchicha, al costo de 2.40 pesos. Al ir en el último vagón, por donde comenzaba la repartición de comestibles, fui una de las 10 afortunadas que pudo almorzar en 10 horas de viajes.

El resto se tuvo que contentar con lo que llevarban o con el yogurt y los caramelos ofrecidos, a módicos precios. En algunos lugares subían vendedores con ofertas que lejos de mitigar la sed de los pasajeros, la acrecentaba, excepto cuando subieron vendedores con naranjas peladas, a tres por un peso. El problema es que en el tren no había ni gota de agua para beber, lavarse las manos o descargar los baños que a medida que avanzaba, aumentaba la peste, haciéndose insoportable al llegar a su destino, la Terminal de Trenes, en la Habana Vieja.

Pero nadie protestó. Y quien protestó, lo hizo en voz baja, como es habitual en Cuba. La gente ya se ha acostumbrado a que los servicios de primera son para quienes pueden pagarlos en dólares. Los demás, que se jodan.
Cubafreepress, 4 de febrero de 1998
Foto: Vista de la ciudad de Cienfuegos desde el hotel La Unión.

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