Google
 

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los robots de Castro (II)



Villo, Maquiavelo del socialismo

Mis seis años de servicio en las tropas coheteriles me procuraron un buen prestigio técnico y éste había llegado, a través de algunos de mis compañeros de armas, a un polémico personaje conocido por Villo. A la sazón, Antonio Evidio Díaz González, alias Villo, estaba al frente de la Dirección de Instrumentación Electrónica (DIE) del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). Lo de polémico era porque Villo combinaba virtudes como la inteligencia y la valentía con los métodos de dirección menos ortodoxos. Esto hacía que, a modo de chiste, se le declinara el apodo al de “Villano”. A Villo lo movían objetivos nobles, enmarcados en una visión patriótica de desarrollo tecnológico. Para lograrlos empleaba magistralmente lo que en inglés se conoce como “leverage”, esto resulta menos sórdido que emplear términos en español como chantaje, intriga, etc. Tampoco se detenía Villo en recompensar materialmente, por “debajo de la mesa”, a quien le servía en sus empeños; sus altos ideales justificaban moralmente esas acciones.

En el contexto cubano -y cito a Raúl Roa-, lo único que no te puede pasar es “caer pesao” y Villo tenía la virtud de caerle bien hasta a aquellos que lo consideraban un bandido.  Villo, a diferencia del dirigente típico del socialismo cubano, mostraba un gran respeto por el talento técnico y comprendía que éste no solía acompañarse de una gran docilidad ante los lineamientos del Partido; fue esa característica la que hizo que me ofreciera trabajo en el DIE. En cambio, Villo parecía considerar que el talento era necesario sólo para la técnica, ya que el personal administrativo con que se rodeaba solía estar desprovisto totalmente del mismo.

Villo era un maestro en eso de “darle la vuelta” al socialismo. Él sabía que un “botao” de la Universidad no iba a pasar por el finísimo filtro político del CNIC, por lo que usó el subterfugio de emplearme por la EDAI[1], una empresa del Ministerio del Azúcar que recibía muchos servicios del DIE. Su influencia sobre aquella empresa emanaba, no sólo de los mencionados servicios sino de su estrecha relación con su compañero de estudios de ingeniería y, a la sazón, Ministro del Azúcar, Marcos Lage, otro personaje al que haré debida referencia más adelante.

Esto último y la habilidad de Villo, me salvaron de que me botaran por motivos políticos una segunda vez....

Romero de Medicuba, el Decano

Villo me dio la oportunidad de destacarme como diseñador electrónico y la aproveché. Utilizó esos logros para procurar que se me permitiera volver a viajar y me envió en 1981, con la empresa de comercio exterior Medicuba, a una exposición de equipamiento médico en Riazán, cerca de Moscú. Allí se llevó, entre otros productos relativos a la medicina, un equipo de soldadura por puntos para ortodoncia que yo había diseñado. Este viaje tuvo una gran importancia, porque fue allí que pude intimar con otro personaje que tuvo mucho que ver con el[i1]  surgimiento de EICISOFT: Orlando Romero, director de Medicuba.

Había conocido a Romero durante mi estancia en Suecia entre 1973 y 1974. Fue por aquella época que asumió la dirección de Medicuba teniendo poco más de treinta años. Ya cuando Riazán, Romero era el decano de los directores de empresas del Ministerio de Comercio Exterior. Esas posiciones eran muy codiciadas; las posibilidades de malversación y aprovechamiento eran enormes comparadas con cualquier otro puesto de similar responsabilidad. Precisamente por esto, era que esos directores estaban bajo el más severo y minucioso de los escrutinios. Además de cuidarse de no tener deslices reales, debían defenderse contra las intrigas de todo tipo por parte del ejército de oportunistas que les envidiaban sus puestos.

Romero era, al contrario de Villo, todo austeridad en lo personal. Cualquiera de sus subordinados se beneficiaba más que él desde posiciones con oportunidades mucho más limitadas. Él se complacía en permitirlo dentro de ciertos límites, lo que le procuraba un fuerte apoyo desde abajo. Contrario también al típico criollo que solía ser notoriamente promiscuo, Romero no se tomaba libertades sexuales, ni dentro, ni fuera de Cuba, pero sí tomaba nota de las libertades que el resto se tomaba. Le sabía a todo el mundo, pero nadie le sabía nada a él, no por gusto era “el Decano”.

Mientras yo me adentraba en los intríngulis de circuitería crecientemente digital de la época, a los altos niveles se movían las piezas. Marcos Lage abandonaba el Ministerio del Azúcar y se convertía en el Ministro de la Industria Sidero Mecánica[5].  Marcos Lage reclutó[AATG2]  a Villo del DIE para crear la Empresa de Instrumentación y Control Industrial (EICI), y Villo se llevó con él a una selección del DIE atendiendo a uno de dos criterios: resultados técnicos o incondicionalidad. Con los incondicionales formó su acostumbradamente mediocre staff de dirección y con los técnicos formó varios grupitos, uno de ellos alrededor del Ingeniero José Ramón López, o simplemente López.

López, el ermitaño

Agudo, rebelde y talentoso, hubiera sido una buena selección para iniciar el think tank al estilo Hewlett-Packard o MIT con que soñaba Villo, de no ser porque su desencanto con el sistema lo hacía tender al aislamiento. López había apoyado con entusiasmo a la Revolución en su época de estudiante; tengo entendido que llegó a ser un alto jefe de las milicias universitarias, pero desilusionado con el rumbo que habían tomado las cosas, terminó alejándose de la ingeniería y refugiándose en el estudio de la fisiología. Con ese conocimiento de las ciencias y la matemática que normalmente les falta a los médicos, López impresionaba con su dominio del tema, pero no se integraba a ningún equipo de trabajo.

A instancias de Villo, López acepta dirigir ese grupo, pero con la condición de hacerlo desde su casa. El grupo de López no tuvo nunca más de dos personas: Humberto Lista, talentosísimo ingeniero que vino también del DIE, y yo. López tenía muchas ideas de equipos sencillos relativos a la preparación física y la nutrición. Yo le implementé uno de ellos con tecnología digital, el Saltímetro, equipo que medía la altura del un salto por el tiempo que se estaba en el aire. Este trabajo me procuró mi primer encuentro con Fidel Castro. Marcos Lage seleccionó el Saltímetro para figurar entre un grupo de equipos relativos al tema de la salud que se expondrían en el Consejo de Estado y habiendo sido baloncestista en su juventud, Fidel no pudo sustraerse a la tentación de probar el Saltímetro que yo exhibía. Al terminar, los expositores fuimos invitados a un brindis en el que aparte de manjares y licores finos, se nos brindó nada menos que una copita de leche de Ubre Blanca. Esta supervaca era la noticia del momento. Se sugería por la prensa radial y escrita, que era la culminación de los largos esfuerzos en el tema de la genética ganadera del máximo líder. Lo que más me impresionó de aquel primer encuentro fue que las enormes diferencias jerárquicas entre técnicos como yo, directores como Villo y Ministros como Lage, se hacían despreciables ante la presencia de Fidel Castro.

Villo le pasó varias tareas a ese grupo de López, una de las cuales fue la de crear una valla lumínica con movimiento, como las que había antes de la Revolución anunciando diversos productos y marcas comerciales. La idea era ver si la electrónica podía reemplazar los complicados engendros electromecánicos que se usaban para las mismas en la década de los 50. En aquella época, las ideas se me ocurrían a tropel y no sólo ideé una solución usando memorias programables del tipo PROM (Programable Read Only Memory) sino que la implementé en un modelo miniatura.

Cuando Villo me llevó con mi valla en miniatura a una oficina del DOR en el edificio del Comité Central, enseguida compraron la idea y ofrecieron financiar una en grande para la celebración del Congreso de la Federación Sindical Mundial de 1982 a celebrarse en La Habana. Esto preparó el escenario de manera que, cuando apareció un entrenamiento en Japón para producir autoclaves Sakura en Cuba, fuera yo la opción que mataba dos pájaros de un tiro.

Pero así y todo, no era fácil convencer a la Seguridad del Estado para que dejara salir, nada menos que a Japón, a un “botao” de la Universidad por falta de confiabilidad política...

Diario de Cuba, 22 de septiembre de 2011.
Foto: Portada del libro Los robots de Fidel Castro, presentado el 24 de septiembre de 2011 en la Librería Universal de Miami.

No hay comentarios:

Publicar un comentario