Graduado en 1970, con larga experiencia en el mantenimiento y reparación de cohetería antiaérea y en la investigación de los circuitos integrados en una laboratorio de la Universidad de La Habana, Armando Rodríguez, Mandy, recibió en 1981 una negativa a su petición de cursar un doctorado. Su defensa de la literatura especializada estadounidense por encima de los textos soviéticos fue la causa declarada de tal sanción. Y fue también forzado a dejar la cátedra que dirigía en el centro de estudios habaneros.
El castigo, sin embargo, le fue sumamente productivo. Porque cinco años después, desde un oscuro almacén de viandas en las afueras de la Habana que le permitieron usar, logró reunir a un conjunto de mentes brillantes, que como él, habían sido desechadas por el sistema. Usando unas primitivas computadoras personales, ese grupo logró desarrollar tanto productos electrónicos como software para procesar imágenes médicas y hacer controles para robots y máquinas herramientas. Y fueron tan sonados sus éxitos que la noticia llegó a oídos de Fidel Castro y, a fines de 1987, bajo el nombre de EICISOFT, el equipo se mudó del almacén de viandas a un edificio que les fue construido en El Vedado.
Sin llegar a ser nunca militante del Partido Comunista, Armando Rodríguez pasó a ser director de un centro nacional y alcanzó a viajar por una quincena de países. Sin embargo, lo elevado de su posición no disminuyó sus confrontaciones con el Partido Comunista y en 1992 buscó refugio en Estados Unidos, dejando más de veinte años de sólido prestigio para empezar desde cero a los 47 años.
En Estados Unidos trabajó como consultor para JVC, inventó métodos para calcular campos de antena de TV con ITELCO, hizo efectos de video, hasta lograr su propia compañía, que comercializó un conmutador telefónico digital desarrollado por él. El producto, nombrado Omnibox, fue conocido como "The Armando Box". De manera que él llegó, gracias a su trabajo, a hacerse un nombre en esa industria.
Quienes pertenecieron alguna vez a EICISOFT y escaparon al exilio crearon en 1997 un foro en internet donde cada uno de ellos pudo conocer la verdadera historia de quienes habían sido sus amigos o colegas en Cuba, sin necesidad ya de mantener las apariencias ni de ocultar ningún dato comprometedor.
La recuperación y revisión de todas esas historias despertó en ellos la idea de escribir un libro sobre el tema, y el propio Armando Rodríguez se encargó de ello. La editorial Eriginal Books publica ahora Los robots de Fidel Castro, el libro que recuenta la odisea de ese equipo de especialistas en Cuba, y Diario de Cuba ofreció en adelanto su introducción y algunos de los esbozos biográficos de los protagonistas de esta historia escrita por Armando Rodríguez.
A manera de prólogo
La creación de EICISOFT, que bastante más tarde se convertiría en el Centro Nacional de Robótica y Software, no tiene un momento en el tiempo que pueda determinarse con certeza. Algunos toman como fecha de nacimiento el año 1981, cuando llegaron las dos primeras microcomputadoras de Japón en las que se desarrolló aquella aplicación inicial para el control de embarques de MEDICUBA. Otros antiguos miembros la postergan hasta el año 1982 en que fuimos ya cinco con un local. La alta nomenclatura del Big Brother nos empieza a tener en cuenta en 1984. En cualquier caso, para mí, en algún día del año 2006 o el 2007 se cumplieron 25 años del comienzo de EICISOFT. Me ha tomado todo este tiempo apagar la pasión lo suficiente para entender que fue lo que pasó. Si bien el tiempo borra mucho elemento anecdótico, es a esta distancia que se hace posible una mejor caracterización de los personajes en su contexto y lo que me permite explicarme cómo es que pudo surgir y por qué no pudo durar.
La discursiva comunista acostumbra a poner la "necesidad histórica" por encima del papel de los personajes que la protagonizan y con esto, reafirmar su fe en el materialismo histórico marxista. Éste enseña que una vez creadas las condiciones objetivas, los personajes necesarios surgen para producir el cambio cualitativo. Yo no creo esto; pienso que las condiciones se crean muchas veces sin que pase nada. Es sólo la rara coincidencia de personajes en posiciones, tiempo y espacio lo que realmente completa el contexto. En consecuencia con esta convicción, la redacción de la historia central se hará en primera persona y se narrará a través de los personajes que en ella intervinieron. Asociados a esta historia central hay otros cuentos y ensayos que pueden leerse tanto al momento de ser referidos como después.
Lo de “padre” no tiene ese sentido de “El Padre de la Patria” o “Padre de la Radio” como se ha denominado a muchos próceres sino más bien con el imberbe que preñó a la novia experimentando con el sexo. Mi nombre, de acuerdo al registro civil y fe de bautismo, es Armando Rodríguez Rivero, pero alguien alguna vez, creo que fue mi tía Magda Rivero, me puso el “Mandy” que me acompañó durante los 47 años que viví en Cuba, incluyendo lugares no propios para los sobrenombres, como lo son el ejército y el profesorado universitario. Mandy llegó a ser el nombre por el que se me conocía a cualquier nivel de gobierno y el que se usaba hasta para presentarme en entrevistas televisivas. Llegué a pensar que ese apodo me acompañaría hasta la muerte, pero ya en los Estados Unidos, donde, de la misma forma que los Joseph’s son Joe’s; los Richard’s, Dick’s y los James, Jimmy’s, las Amanda’s son Mandy’s, así que por discordancia de género, el apodo ha ido cayendo en desuso.
Después de impartir las asignaturas de Electrónica y Electromagnetismo por diez años, en 1981, a Mandy terminan por botarlo de la Universidad por falta de confiabilidad política. Lo curioso es que no tuviera la agudeza de percibir la maldad intrínseca del sistema, todo lo contrario, creía en aquello y la emprendía con todo lo que fuera contrario a los ideales de libertad y justicia que creía que la Revolución representaba. Estaba en contra de la asistencia obligatoria a clases, veía que la libertad y la responsabilidad individual iban juntas, sin darme cuenta que al combatir la asistencia obligatoria estaba yendo contra el sistema mismo. Rechazaba el promocionismo, lo veía como un vicio y como tal lo combatía; no me percataba que estaba también en la naturaleza del sistema diluir la individualidad en el colectivo. Pensaba que la ciencia estaba por encima de la política y que los mejores libros, los mejores cursos, los mejores métodos docentes, eran aquellos que enseñaban a pensar de manera crítica, a imaginar y a crear. Consecuente con mis ideas, defendía los cursos de Berkeley, los del PSSC (Physical Science Study Comitee) y las Lectures in Physics de Richard Feynman.
Mientras mi simpatía por Richard Feynman se transparentaba en mis conferencias, su electrodinámica cuántica, que le valió el Nobel, estaba excluida del currículo en la Universidad de la Habana. Todo lo que yo defendía y lo que me simpatizaba tenía una cosa imperdonable en común: no sólo era capitalista sino americano. Si a todo eso le sumamos que mi padre vivía en los Estados Unidos y que me había ido a ver a Suecia durante mis estudios allá, y que la Seguridad del Estado conocía de ese prohibido encuentro que inútilmente insistía en negar, hay que llegar a la conclusión de que mi expulsión de la Universidad, aún con el atenuante de mis servicios en la Campaña de Alfabetización y las Tropas Coheteriles Antiaéreas era, como bien les gusta decir a los comunistas, una "necesidad histórica".
Bueno, para ser exactos, no llegaron a aplicarme ninguna de aquellas terribles resoluciones, después de la cuales al sancionado le quedaban pocas opciones laborales dentro de aquel engendro socialista llamado el “calificador de cargos” . Simplemente, me dieron a escoger entre irme para “la microbrigada” por un tiempo indefinido o simplemente abandonar mi cátedra. Nunca he tenido tendencias suicidas personales o profesionales por lo que la decisión fue obvia.
'Mandy', el padre de la criatura
Lo de “padre” no tiene ese sentido de “El Padre de la Patria” o “Padre de la Radio” como se ha denominado a muchos próceres sino más bien con el imberbe que preñó a la novia experimentando con el sexo. Mi nombre, de acuerdo al registro civil y fe de bautismo, es Armando Rodríguez Rivero, pero alguien alguna vez, creo que fue mi tía Magda Rivero, me puso el “Mandy” que me acompañó durante los 47 años que viví en Cuba, incluyendo lugares no propios para los sobrenombres, como lo son el ejército y el profesorado universitario. Mandy llegó a ser el nombre por el que se me conocía a cualquier nivel de gobierno y el que se usaba hasta para presentarme en entrevistas televisivas. Llegué a pensar que ese apodo me acompañaría hasta la muerte, pero ya en los Estados Unidos, donde, de la misma forma que los Joseph’s son Joe’s; los Richard’s, Dick’s y los James, Jimmy’s, las Amanda’s son Mandy’s, así que por discordancia de género, el apodo ha ido cayendo en desuso.
Después de impartir las asignaturas de Electrónica y Electromagnetismo por diez años, en 1981, a Mandy terminan por botarlo de la Universidad por falta de confiabilidad política. Lo curioso es que no tuviera la agudeza de percibir la maldad intrínseca del sistema, todo lo contrario, creía en aquello y la emprendía con todo lo que fuera contrario a los ideales de libertad y justicia que creía que la Revolución representaba. Estaba en contra de la asistencia obligatoria a clases, veía que la libertad y la responsabilidad individual iban juntas, sin darme cuenta que al combatir la asistencia obligatoria estaba yendo contra el sistema mismo. Rechazaba el promocionismo, lo veía como un vicio y como tal lo combatía; no me percataba que estaba también en la naturaleza del sistema diluir la individualidad en el colectivo. Pensaba que la ciencia estaba por encima de la política y que los mejores libros, los mejores cursos, los mejores métodos docentes, eran aquellos que enseñaban a pensar de manera crítica, a imaginar y a crear. Consecuente con mis ideas, defendía los cursos de Berkeley, los del PSSC (Physical Science Study Comitee) y las Lectures in Physics de Richard Feynman.
Mientras mi simpatía por Richard Feynman se transparentaba en mis conferencias, su electrodinámica cuántica, que le valió el Nobel, estaba excluida del currículo en la Universidad de la Habana. Todo lo que yo defendía y lo que me simpatizaba tenía una cosa imperdonable en común: no sólo era capitalista sino americano. Si a todo eso le sumamos que mi padre vivía en los Estados Unidos y que me había ido a ver a Suecia durante mis estudios allá, y que la Seguridad del Estado conocía de ese prohibido encuentro que inútilmente insistía en negar, hay que llegar a la conclusión de que mi expulsión de la Universidad, aún con el atenuante de mis servicios en la Campaña de Alfabetización y las Tropas Coheteriles Antiaéreas era, como bien les gusta decir a los comunistas, una "necesidad histórica".
Bueno, para ser exactos, no llegaron a aplicarme ninguna de aquellas terribles resoluciones, después de la cuales al sancionado le quedaban pocas opciones laborales dentro de aquel engendro socialista llamado el “calificador de cargos” . Simplemente, me dieron a escoger entre irme para “la microbrigada” por un tiempo indefinido o simplemente abandonar mi cátedra. Nunca he tenido tendencias suicidas personales o profesionales por lo que la decisión fue obvia.
Foto: Parte del equipo inicial de EICISOFT, principios de los 80.
Diario de Cuba, 22 de septiembre de 2011. Fragmento del libro Los robots de Fidel Castro, de Armando Rodríguez, presentado el 24 de septiembre en la Librería Universal de Miami.
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