En octubre de 1937, las tropas franquistas ocupan Asturias, pero los vencedores no se conforman con la victoria. Del horror y la crueldad que vino después -asesinatos, violaciones, torturas- acaba de escribir el ex secretario general del Partido Comunista de España y fundador de Comisiones Obreras e Izquierda Unida, Gerardo Iglesias (Mieres, Asturias,1945), un libro estremecedor, Por qué estorba la memoria (Editorial Madera de Noruega), con 22 historias de guerrilleros antifranquistas asturianos y familias que se involucraron en la lucha contra Franco. Como la de Emilio Rubiera, quemado vivo junto a sus dos hijas en su propia casa por ayudar a los que se habían fugado al monte.
“Cuando quemaron la casa era de noche, no recuerdo la hora. Antes, cargaron camiones. Lo robaron todo”, relata Guillermina Rubiera, nieta de Emilio y sobrina de Carmina y Asunción. “Los tres fueron quemados vivos, atados dentro de la cocina”. Los vecinos les oyeron gritar. “No habían estado comprometidos políticamente”, explica Iglesias. “Sencillamente, habían dado comida a los guerrilleros por generosidad”.
Teresa Valles fue apresada en 1941 por un grupo de falangistas entre los que estaba su hermano Gorgorino. A las puertas de un colegio, en plena calle, delante de vecinos y colegiales, le pegaron una brutal paliza. “Yo no podía creer lo que estaba viendo”, recuerda en el libro Urbano Álvarez, entonces uno de los niños que presenció la escena. “La pateaban y saltaban sobre ella, tendida en el suelo. Lo más increíble es que su hermano, en vez de ayudarla, le gritaba: ¡Dinos dónde están los guajes!”. Se refería a sus tres sobrinos, escondidos en el monte. Teresa no habló. Fue trasladada al campo de concentración de Figueras. “Y allí murió, sola, vomitando sangre por la paliza pública que había recibido”, relata Iglesias. Tenía 66 años. Su marido, Manuel Argüelles, recibió la noticia preso en la cárcel de Oviedo.
Noventa y tres días después de la muerte de Teresa, su hijo Víctor, de 28 años, refugiado en el monte desde la caída de Asturias, moría a manos de un compañero, Manuel Fernándes Vigil, Lolo el gatu. Se conocían desde niños. Aquel día, en una de las casas que servía de apoyo a las guerrillas, Víctor charlaba con las hijas del dueño cuando Manuel le encañonó. A Víctor solo le dio tiempo a decir: “No me mates, compañero”. Era el sexto miembro de la familia que perdían los Argüelles.
Son, confiesa el autor, algunas de las historias que más le han sobrecogido de todas las que ha escuchado en los dos años largos que lleva preparando este libro, repleto de escenas de barbarie, relatadas con estremecedores detalles por los familiares que sobrevivieron y los testigos, incapaces de olvidar. “Me planteé escribir 22 historias particulares, en lugar de una general sobre la represión, porque creo que a través de ellas la gente de la calle puede comprender mejor”, explica.
Entre esas 22 historias está la de su propia familia. “Con cinco años, yo he visto cómo saltaban sobre el cuerpo de mi padre delante de su propia casa”, relata Iglesias. Hubo períodos en los que todos los miembros de la familia estaban en un campo de concentración o en la cárcel. En la prisión de Mieres nació su hermana, Delfina. Agonizó durante días junto a su madre, Priscila, hasta que su tía se la llevó a casa y logró salvarla. Los dos tíos maternos de Iglesias, Eliseo y Gerardo, fueron asesinados. El cuerpo del segundo, acribillado a tiros por un grupo de falangistas en 1940, fue expuesto en la plaza del pueblo de Ciaño como trofeo. La familia no sabe en qué fosa o cuneta fueron enterrados.
De la represión franquista, asegura Iglesias, nació su vocación política. La dejó en 1988 para volver a la mina, en Asturias, por diferencias con Izquierda Unida. “Mis ideas siguen siendo las mismas, y en el hipotético caso de que se diera la situación, yo volvería a estar en el ajo”, afirma hoy. Está enfadado. “No hace mucho, en Francia, Dior expulsaba a un modisto por haber alabado a Hitler en una taberna. Aquí, la Real Academia de la Historia ha publicado una biografía que elogia a Franco. En España estorba la memoria porque a la derecha le aporta más réditos dejar las cosas como están. La ley de la memoria se quedó largamente corta y el procesamiento del juez Baltasar Garzón es un ejemplo diáfano de cómo en este país todavía se cultiva el olvido a las víctimas y la impunidad de los crímenes del franquismo”.
El País, 8 de octubre de 2011
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