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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Entonces, ¿quién mató a Meredith?


Por Ángel Gómez Fuentes, corresponsal de ABC en Roma

Jóvenes amantes, la chica bellísima, el sexo, la droga, el asesinato de una amiga y las noches de juerga en una Perugia donde la cocaína era moneda corriente. Son los ingredientes de una historia de telenovela que arranca el 1 de noviembre de 2007.

Tras haber celebrado la fiesta de Halloween, la joven británica Meredith Kercher, de 21 años, estudiante del programa Erasmus y compañera de piso de Amanda Knox, es asesinada de forma cruel, víctima de «un plan concordado para satisfacer instintos sexuales» , según el magistrado Paolo Micheli. La estudiante inglesa fue encontrada el día 2 en su habitación, bajo un edredón, semidesnuda. Había muerto desangrada, con 40 heridas, dos de ellas mortales en el cuello realizadas con un cuchillo.

Amanda Knox y su novio Raffaele Sollecito fueron sorprendidos al día siguiente por una cámara de televisión haciendo compras en una tienda de ropa íntima femenina. Era un comportamiento extraño, incomprensible, en una joven cuya compañera de piso acababa de ser asesinada, ha comentado el psiquiatra Paolo Crepet.

Empezó ahí a conformarse la imagen de una doble Amanda Knox, una con cara de ángel y otra de mujer fatal obsesionada por el sexo, del que habla constantemente en sus diarios: «Ayer me he emborrachado un poco y he llamado a Seliber y a Dj. Estoy deseando verlos. Son mis “chicos ”. Los amo. Intenté estudiar, pero estaba cansada y borracha», escribe la joven estadounidense, según Fiorenza Sarzanini, que ha escrito el libro «Amanda y los demás». En su diario juvenil alternaba consideraciones sobre los ángeles y confesiones sobre las noches de alcohol, sobre historias de amor y objetos eróticos, escribiendo una lista de chicos con los que hacer sexo.

Después de cuatro días de investigación policial, Amanda y Raffaele son detenidos. Las huellas de una tercera persona en la cámara de Meredith llevan a la detención de Rudy Guede, natural de Costa de Marfil, que había huido aterrorizado a Alemania. Fue extraditado y solicitó juicio abreviado para que la pena fuera menor. Termina condenado a 16 años de cárcel por el Tribunal Supremo.

Amanda y Rafaelle eligieron el procedimiento ordinario. Y también fueron condenados en 2009 a 26 y 25 años de cárcel, respectivamente. Según la reconstrucción de los hechos que hicieron los fiscales, «Amanda, Raffaele y Rudy, bajo el efecto de estupefacientes proyectaron un juego sexual», en el que Meredith no quiso participar, pero Rudy la violó, mientras la joven norteamericana la apuñaló, al tiempo que su novio Raffaele Sollecito la sostenía. La fiscal Manuela Comodi ha asegurado que «todas las huellas encontradas serían más que suficientes para avalar la presencia de los imputados en el lugar del crimen»: hay huellas de ADN de Rafaelle en el sujetador de Meredith, y de Amanda en el cuchillo.

Pero esas pruebas fueron desmontadas en el juicio de apelación. Y el pasado lunes, en directo ante las televisiones de medio mundo, el presidente del tribunal Claudio Pratillo Helmann, leía la sentencia que consideró a Amanda y Raffaele inocentes, «absueltos por no haber cometido el delito». La invitación hecha por el juez Pratillo para que el fallo del jurado no fuera considerado como «un partido de fútbol con hinchadas contrapuestas» fue ampliamente desobedecida y en la calle se gritó de inmediato «vergüenza, vergüenza».

La emotividad fue toda de Amanda. Momentos antes de que se reuniera el jurado para deliberar, en su declaración espontánea había confesado entre sollozos: «¿Por qué tendría que haber asesinado a Meredith? Tenía una maravillosa relación con ella. Era mi amiga».

Pero ni siquiera en ese día clave dejó de aparecer su doble cara: víctima designada de prejuicios de la opinión pública y judicial, para algunos; estudiante desvergonzada, genio del mal, para otros, incluida la fiscal Manuela Comodi: «Amanda ha llamado amiga a Meredith, pero no la soportaba, porque Meredith estaba harta de que se llevara a su habitación amigos, y por sus vibradores y preservativos. Lo han contado las amigas de Meredith».

Después de tener a los imputados cuatro años en la cárcel, las pruebas consideradas concluyentes en el juicio de primera instancia fueran desmontadas por los peritos en el proceso de apelación, fundamentalmente porque la investigación de la policía científica dejó mucho que desear.

En el juicio de apelación, el tribunal pidió una nueva pericia que concluyó con «un golpe de escena», como tituló toda la prensa italiana: no era cierto que fuera de Raffaele el ADN encontrado en el gancho metálico del sujetador de Meredith, ni que sea de la joven británica la sangre encontrada en el cuchillo del delito.

Hubo contaminación en las pruebas, según algunos expertos , y se cita un ejemplo: un tejido orgánico de la víctima Meredith fue llevado a los laboratorios de Roma en una pequeña botella que había contenido alcohol, con lo cual el resultado pudo hacer creer que la joven británica había estado en coma etílico. El resultado final es que la defensa de Amanda y Raffaele pudo airear que no había pruebas, ni móvil ni arma del delito.

En cualquier caso, la sentencia del juicio de apelación no ha sido convincente. El primero en no creer del todo en la inocencia de Amanda y Raffaele es el propio presidente del Tribunal, Pratillo Helmann. «Fueron puestos en libertad por no haber cometido el crimen. Pero esta es la verdad que se ha formado en el proceso, no la real, que puede ser diversa. Ellos pueden ser culpables, pero no tenemos las pruebas», afirmó el jueves el juez.

Con estas declaraciones, seguramente aumentará la amargura de la familia de Meredith: «Creo que la verdad sobre el homicidio de Meredith no se llegará a conocer. No podemos condenar sin pruebas». En definitiva, el único culpable, condenado a 16 años es el marfileño Rudy Guede, quien se ha hecho sentir desde la cárcel: «¿Por qué ellos son declarados inocentes y yo sigo aquí?». El juez Pratillo Helmann asegura que «Rudy sabe quién asesinó a Meredith y seguramente también lo saben Amanda y Raffaele».

En cualquier caso, el proceso llegará al tercer grado, al Tribunal Supremo, porque los fiscales recurrirán por considerar que «la sentencia no ha hecho justicia». Pero nadie cree que Amanda vuelva ante un juez italiano. En el supuesto de ser condenada, Estados Unidos. no permitiría la salida de su inocente reina, porque además no hay acuerdo de extradición con Italia.

Nunca como en este proceso el aspecto mediático ha superado al judicial, con una feroz campaña, sobre todo en Estados Unidos y Gran Bretaña: Amanda siempre fue considerada inocente para los estadounidenses, y culpable para los periódicos británicos. Hillary Clinton se interesó directamente por su proceso ante el Gobierno italiano y tras la sentencia el Departamento de Estado se congratuló por la absolución.

Se hizo así del proceso un caso político, aunque , como dice el profesor de periodismo Alexander Stille, «si Amanda hubiera sido belga, no hubiera tenido la repercusión mundial; además, Amanda ha sido percibida como la metáfora de Estados Unidos, que parecen inocentes, pero en realidad son violentos».

A la exultación de Washington respondió Londres con consternación. El primer ministro David Cameron ha expresado públicamente su desagrado tras la sentencia, y se mostró solidario con la familia de Meredith. Precisamente, la joven británica ha sido la gran olvidada del proceso.

Tras la sentencia, la familia recibió unánimes elogios por la dignidad y compostura que han mostrado en todo momento. La madre Arline, petrificada por el dolor, la hermana Stephanie y el hermano Lyle reiteraron su ama rgura por la sentencia absolutoria y pidieron que se haga justicia. Se volvieron discretamente a Londres en un vuelo «low cost», en contraste con el lujo de star de Hollywood que envolvió el regreso de Amanda Knox.

En el circo mediático en torno al caso, Meredith se ha quedado sola, se ha cancelado prácticamente la imagen y la memoria de una joven de 21 años, que ahora tendría 25 si no le hubieran arrancado la vida con dos cuchilladas en la garganta.
ABC, 9 de octubre de 2011

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