Google
 

viernes, 25 de noviembre de 2011

Corrupción y comunismo (y una nota personal)


Por Adolfo Rivero Caro

Fidel Castro se ha mostrado tan alarmado ante la magnitud de la corrupción en Cuba que ha llegado a calificarla como una amenaza a la supervivencia de la revolución. “Si alguien destruye esta revolución –ha dicho Castro– no va a ser ningún enemigo externo, vamos a ser nosotros mismos”. Creo que estas alarmas justifican algunas observaciones.

En primer lugar, es pertinente recordar que, según la teoría marxista-leninista, es decir, según la invariable orientación ideológica de la revolución cubana, la fuente de todos los males sociales –pobreza, corrupción, delincuencia, prostitución, etc– está en la propiedad privada de los medios de producción. Según la ideología de la revolución, al acabar con los propietarios privados de los medios de producción –los burgueses, los empresarios– se acabaría con la última clase explotadora.

Se acabaría, por decirlo así, la protohistoria y empezaría la verdadera historia de la humanidad, donde los hombres crearían su futuro de manera organizada y consciente. Liberados de la ''anarquía del mercado'', la producción se desarrollaría de manera totalmente planificada y racional. Liberados de la explotación, los hombres producirían para sí mismos, lo que provocaría una elevación vertical de la productividad del trabajo.

Las riquezas sociales fluirían así de manera incontenible. Tanto, que no tendría que darle a cada trabajador de acuerdo a lo que produjera, sino de acuerdo a lo que necesitara. Todos tendrían sus necesidades –materiales y espirituales– espléndidamente cubiertas. En esas condiciones, según planteaba León Trotsky en sus ensayos de Literatura y revolución, el hombre promedio alcanzaría los niveles de un Aristóteles o un Miguel Angel y, sobre esa base, se alzarían nuevas cimas de la humanidad. Ese era el sueño comunista que fascinó a muchos de los más destacados intelectuales y artistas del mundo entero.

Es, por consiguiente, totalmente legítimo preguntarse: ¿no fueron expropiadas y expulsadas del país las empresas imperialistas desde hace casi 45 años? ¿No sucedió lo mismo con los empresarios nacionales? Pero, ¿no eran ellos los responsables de la pobreza, la corrupción, la delincuencia y la prostitución?

¿De dónde sale entonces la pobreza, la corrupción, la delincuencia y la prostitución masivas que existen en la Cuba de hoy, en la Cuba revolucionaria?

Primero se le echó la culpa a la pequeña propiedad remanente en Cuba. Fue la llamada ''ofensiva revolucionaria'' de 1968, el ''asalto contra el Cuartel Moncada de la pequeña burguesía''. Eso, por supuesto, sólo hizo empeorar las cosas. Luego vino el puente del Mariel, donde, 20 años después del triunfo de la revolución, el país iba a poder liberarse finalmente de ''la escoria'' que, de alguna manera, había sobrevivido dentro de la sociedad cubana.

Castro llegó a vaciar las cárceles, enviando una cantidad masiva de delincuentes cubanos a Estados Unidos en un acto de agresión sin precedentes. Como sabemos, las cárceles de la isla quedaron semivacías. Pero las cárceles, por supuesto, se volvieron a llenar rápidamente y la revolución se ha visto ante la implacable necesidad de construir más prisiones.
Ahora, 20 años después del Mariel, Castro nos dice que una masiva y generalizada corrupción amenaza la existencia misma de la revolución. En efecto, nunca ha habido en Cuba tantos indigentes, tantas prostitutas, tantos delincuentes, tanta violencia callejera y tanta corrupción gubernamental. Nada, por cierto, exclusividad de la isla caribeña. Todos los países del antiguo imperio soviético se vieron afectados por los mismos males.

En todos ellos, empezando por la Unión Soviética, hubo que enjuiciar por ladrones a destacadas figuras del gobierno. Como sucede, exactamente igual, en la China comunista de hoy. La realidad ha destruido un mito ideológico. Es inevitable llegar a la conclusión de que el comunismo ha sido el generador de todos esos males sociales. Además de haber creado una sociedad asombrosamente ineficiente.

Contaba una vez Ronald Reagan que en cierta ocasión un médico soviético pudo comprarse un automóvil. Estuvo dos horas llenando los papeles con un funcionario. Al final, éste le dijo que volviera a recoger el automóvil ese mismo día pero dentro de 10 años. El médico asintió sin pestañear y le preguntó: ¿Por la mañana o por la tarde? Estupefacto, el funcionario le dijo, “Camarada, si va a tener que venir dentro de 10 años, ¿qué puede importarle que sea por la mañana o por la tarde?” A lo que el médico le respondió: “Es que el plomero viene por la mañana”.

Bajo el comunismo, corrupción e ineficiencia van de la mano. .

Adolfo Rivero Caro (La Habana 1935-Miami 2011)

Una nota personal

De los cientos de artículos que en internet se pueden localizar de Adolfo Rivero Caro, escogí Corrupción y comunismo, publicado el 12 de diciembre de 2005 en Libertad Digital. Y aprovechar para dedicarle las líneas que le debía desde que supe de su fallecimiento, en mayo de 2011.

Tuve la suerte de conocer a Rivero Caro en la revuelta Habana de los años 1959 y 1960. Junto a Ramón Calcines y otros dirigentes juveniles, a Adolfo le correspondió la tarea de sacar a la Juventud Socialista de la clandestinidad. El primer sitio alquilado fue un apartamento en los altos de una tienda situada en Belascoaín y Neptuno. Después se consiguió uno más amplio, en el primer piso de una amplia y vieja edificación en Prado y Neptuno, al lado del hotel Inglaterra y donde hoy radica el hotel Telégrafo.

Para esa fecha, como mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular había adquirido bastante destreza y me pidieron que ayudara a pasar en limpio los textos para la revista Mella, que tuvo un primer local en los altos de un café que había en Amistad y San Miguel, Centro Habana. Allí estuvimos unos meses, hasta que en la Calzada de 10 de Octubre casi llegando a la Calzada de Buenos Aires, en el Cerro, se consiguió otro local, pequeño e incómodo como el anterior, pero en bajos. A quien más recuerdo de aquella época es a Virgilio, el caricaturista, con sus espejuelos de fondo de botella y su buen humor.

Adolfo era un 'mechao', como en Cuba dicen a la gente culta y talentosa. Era serio, pero muy educado, laborioso y eficiente. Siempre tenía tiempo para puntualizar y aclarar algo, sobre cualquier tema: política, religión, cultura... Fue un expositor innato. No por gusto llegó a ser profesor de filosofía en la Universidad de La Habana.

Cuando en febrero de 1961 pasé tres meses en el tercer contingente de maestros voluntarios, en las Minas del Frío, Sierra Maestra, me fui desvinculando de mis colegas en la Juventud Socialista y en la Escuela Profesional de Comercio.

A los maestros voluntarios que nos graduamos de aquellos cursos, el Ministerio de Educación nos entregó el título de maestros primarios. Desde 1961 hasta 1968 trabajé dando clases, a muchachas campesinas de las regiones orientales, becadas en La Habana; a las 'makarenko', como llamaban a las alumnas del Instituto Pedagógico Antón Makarenko y a antiguas empleadas domésticas, quienes por las noches estudiaban en las Escuelas de Superación para la Mujer.

No volví a ver a Adolfo en Cuba. Ya en el exilio, cuando terminaba de leer alguno de sus artículos, decía, "le voy a enviar un correo". Pero nunca se lo envié.

Tania Quintero

1 comentario: