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sábado, 8 de octubre de 2011

Con vida negra y pureza propia


Por Carlos Espinosa Domínguez, Mississippi

No sé por qué los cubanos somos tan ingratos con muchos de nuestros compatriotas, una vez que mueren. No importa lo famosos que fueron en vida, ni lo mucho que hicieron y aportaron. Es como si les tocara ser víctima de una ley general de Alzheimer, o como si quisiéramos hacer cierta la afirmación de Marcel Proust de que somos lo que olvidamos.

Probablemente en otros países ocurra la mismo, pero uno habla de lo que conoce de primera mano. Hace poco se lo comentaba a un buen amigo, quien a su vez me escribió en un correo electrónico: “Que no te sorprendan la ingratitud y la mala memoria de muchos cubanos. Hace años, ingenuo, yo soñé con una Cuba en la que se llamara la atención sobre tantos compositores nuestros a quienes allá se les borró del mapa después de que vinieran al exilio. Pero los sueños, sueños son, y hoy no sólo me pregunto si a alguien le interesará, alguna vez, hacer algo en ese sentido, sino si, hacerlo, valdría la pena. ¡Cuánta gente que prestigió a Cuba con su talento yace hoy sepultada en el extranjero bajo una ola de ignorancia y de vulgaridad nacionales! Pero es que lo zafio no discrimina. O discrimina, pero a su favor. Y hasta se recrea en sí mismo”.

Lo anterior puede demostrarse con numerosos ejemplos. Pero esta vez quiero hacerlo a través de la figura de Eusebia Cosme (Santiago de Cuba 1911-Miami 1976). Alguien a quien comenté el injusto olvido al que ha sido confinada me argumentó que se debe a que la manifestación artística en la cual sobresalió, la declamación o recitación, ha dejado de interesar al público.

Para los jóvenes, ha de sonar incluso a algo anacrónico o ridículo. No niego que pueda existir parte de razón en ello. En todo caso, no voy a entrar a discutir ese punto. El hecho es que este año se cumple el centenario del nacimiento de Eusebia Cosme y esa efeméride es una ocasión idónea para recordarla.

“Nació dentro de una canasta de ropa limpia en una calle de Santiago, un día de sol santiaguero, en que sintió la urgencia de llegar a la vida en forma caso sobrenatural”. Así describió el escritor puertorriqueño Emilio S. Belaval la venida al mundo de Eusebia Cosme Almanza. De todo ello, el único dato verdadero es que nació en Santiago de Cuba, en una humilde casa de la calle Rastro,entre Trinidad y Habana. De esa etapa se sabe muy poco. Sus padres fallecieron cuando ella era una niña. Los Fernández Marcané, una familia acomodada de la ciudad, en cuya casa la madre trabajaba como cocinera, se hicieron cargo de ella.

Debe haber tenido dieciséis o diecisiete años cuando se fue para La Habana. Lo digo por algunos documentos que revisé para redactar este artículo, y que aparecen en la abundante papelería de Eusebia Cosme, que se halla en la Biblioteca Pública de Nueva York. En La Habana realizó estudios en la Escuela Municipal de Música y, luego, en el Conservatorio de Música y Declamación del Conservatorio Municipal. En la papelería que antes mencioné aparecen las numerosas entrevistas que le hicieron. En varias de ellas la interrogaron sobre cuándo surgió su vocación artística y cómo se produjo su debut en los escenarios. He aquí lo que contó en una:

“Pues verás; es historia larga. Cuando yo era pequeñita me gustaba asistir a las representaciones de drama y comedia que se daban en mi pueblo. Al ver trabajar a los artistas, me decía a mí misma: ‘Ya llegarás tú también’; pero después pensaba que, siendo una niña negra, jamás podría pisar aquellos escenarios. Un buen día, sin embargo, se me presentó la Madre Casualidad en la persona de un ilustre recitador blanco -no digo su nombre por superstición, pero Dios lo bendiga- y de su mano debuté. El público me acogió muy bien y desde entonces no me ha abandonado la suerte”.

El “ilustre recitador blanco” era el español José González Marín y fue presentado a Eusebia Cosme por Rita Montaner, Bola de Nieve y Gustavo Sánchez Galarraga. Hasta entonces, como ella misma expresó, “en el círculo íntimo de mis amigos y relaciones gozaba de mucho prestigio mi tierno arte de recitadora”. En la tertulia que tenía Sánchez Galarraga la hicieron recitar en presencia de González Marín, en ese momento de gira por La Habana. Fue precisamente dentro de la función de despedida del artista hispano, que Eusebia Cosme debutó en el escenario del Teatro Payret. De acuerdo a lo que se publicó en la prensa, tuvo un éxito clamoroso, con el público de pie, arrebatado y palmoteante. No se cita la fecha exacta, pero todo indica que fue en octubre de 1932.

Fue de ese modo como Eusebia Cosme inició su andadura profesional como recitadora. En su caso, no obstante, el término no resulta del todo apropiado, pues al leer los numerosos artículos que se escribieron sobre ella, uno se da cuenta de que su trabajo se diferenciaba del de declamadoras como la argentina Berta Singerman y la cubana Dalia Íñiguez. En ese sentido, José Manuel Valdés-Rodríguez comentó en el diario El Mundo que Eusebia Cosme “ha roto con lo que pudiéramos llamar el molde clásico de la recitación y ha creado una forma propia, con mucho de teatro, de representación escénica, que une la mímica, el movimiento, el gesto y la voz en una aleación expresiva, dinámica y muy flexible”.

Pero como ella misma reconoció, “para esa fecha mi repertorio era de una adorable pobreza, pues se componía de unos cuantos poemas que, prácticamente, estaban destinados a mi recreo personal. El estímulo de los aplausos y la crítica me llevaron, junto con mi vocación ya definida, a estudiar seriamente, a iniciar mi carrera artística”. Según recordó, un día cayó en sus manos un libro de Nicolás Guillén, “y, al leerlo, sentí como si algo que hubiese estado acallado, dormido por siglos, despertara de pronto dentro de mí”. Fue su descubrimiento de la poesía afrocubana, que la hizo definir la que iba a ser la principal línea estética de su trabajo, si bien no excluyó otras.

A los textos de Guillén se sumaron los de Emilio Ballagas, Ramón Guirao, José Antonio Portuondo, Marcelino Arozarena, Regino E. Boti, José Z. Tallet y, después, los de otros autores caribeños y latinoamericanos. Cuando en agosto de 1933 Eusebia Cosme se presentó en el Teatro Principal de la Comedia, su repertorio se había enriquecido notablemente.

El de 1934 fue para ella un año importante, pues dio recitales auspiciados por el Lyceum (julio) y la Sociedad Pro Arte Musical (agosto). En la primera institución fue presentada por Fernando Ortiz. El eminente sabio y ensayista leyó un texto titulado “La poesía mulata”, que meses después apareció en la Revista Bimestre Cubana. En esas páginas Ortiz expresa: “Eusebia Cosme es una artista del decir verdadero y bello, que siente y hace su arte; el arte de recitar versos y poesías de alma, de ritmo y, a veces, hasta de melodías mulatas. Y lo hace con tal espontánea maestría, con tal ingenua seguridad, aun para los ambientes más apáticos, que viene a señalar un momento nuevo en la historia de las expresiones estéticas de nuestro pueblo (…) Su recitación quizás habrá de ser un día señalada como un prólogo. Los incrédulos sonreirán. Los crédulos ya nos reímos”.

Al éxito de público se sumó el elogio unánime de periodistas y escritores. A continuación reproduzco fragmentos de algunos de los textos que se publicaron: “Yo no podré olvidar ya nunca esa ‘Balada del güije’ de Guillén, recitada por Eusebia Cosme. La ternura maternal y la aprensión y la superstición de la madre despavorida, cobran en la palabra de Guillén y en la garganta noble de Eusebia acentos estremecedores. Hay como un dolor coagulado de siglos que se ahíta en el verso y en la voz, recorriendo la gama fúnebre de los alaridos y la escala profunda de los sollozos” (Jorge Mañach); “Hoy la Cosme es algo consustancial a nuestra poesía afrocubana. Su arte es, esencialmente, popular y dramático. Popular en el sentido más ancho y hondo de la palabra. Popular sin excluir lo selecto, pues lo popular enraizado en la tradición y en la historia es precisamente lo selectivo” (Francisco Ichaso); “Sin la Cosme o sin una figura como ella, el esfuerzo de nuestros poetas populares habría encontrado escollos insuperables para devolver a la masa sus más puras esencias” (Nicolás Guillén); “En fotografía y desde España, Eusebia Cosme me pareció una empinada ola negra salvaje, una especie de Josefinita Baker de la declamación desgarrada. Cuando vine a Cuba y la vi ‘en presencia y figura’, vi que lo mulato auténtico era también suave y delicioso, deslizante, escapado; vi que Eusebia Cosme era la rosa canela cultivada” (Juan Ramón Jiménez).

El hecho de que una artista negra y de origen humilde lograse en aquella época una aceptación tan unánime, constituye un hecho notorio. Lo resaltó Emilio Ballagas, al expresar que el público blanco escuchaba fascinado a Eusebia Cosme en los mismos teatros “en donde solo hace diez años el negro era un lunar decorativo en las piezas bufas, en donde se le relegaba al papel de gracioso”. No hay que olvidar además que sus recitales se basaban esencialmente en textos poéticos que reivindicaban la herencia africana, dolorosa o risueña, dramática o satírica.

Fue esa vertiente la que le dio más popularidad, aunque me parece pertinente mencionar que no excluyó otras. Al revisar los programas, comprobé que incluyó también “Las carretas en la noche”, de Agustín Acosta, “Una canción de vida bajo los astros”, de Regino Pedroso, y varias de las décimas de Trópico, de Eugenio Florit.

En 1936, Eusebia Cosme realizó su primera gira internacional. Fue a Puerto Rico, donde ofreció 22 recitales en el Teatro Municipal de San Juan. Viajó después a La República Dominicana, Venezuela y Estados Unidos. En este último país debutó en el Carnegie Hall, de Nueva York. Allí fue presentada por Jorge Mañach, quien entonces era profesor en la Universidad de Columbia. Eso le abrió las puertas de otros escenarios, como el Town Hall, que la programó en varias de sus temporadas (entre los papeles de la artista hay programas de sus presentaciones en 1943, 1952 y 1956).

La excelente acogida que tuvieron sus primeros recitales en Nueva York debe haber determinado la decisión de Eusebia Cosme de radicarse en esa ciudad. Asimismo hay que recordar que eso coincide con la etapa final del Renacimiento de Harlem, con algunas de cuyas figuras la artista cubana estableció contacto. Según algunos, Langston Hughes le escribió un poema y le ofreció un papel en su obra Mulatto, que se iba a estrenar en Broadway. No obstante, en la papelería no existen documentos que lo confirmen. En cambio, sí se conserva el programa de Cuban Evening. The Poems and Songs of Nicolás Guillén (1946), presentado en la academia de danza de Katherine Dunham. Además de la recitadora, tomaron parte Hughes, que leyó traducciones al inglés de varios poemas de Guillén, y la cantante Eartha Kitt, quien interpretó “Quirino” y “Curujey”, de Eliseo Grenet.

Aparte de sus actuaciones en teatros, Eusebia Cosme empezó a presentarse en las universidades que contaban con programas de español. Harvard, Yale y Columbia figuran entre las que visitó. Si en el Lyceum y el Carnegie Hall la presentaron Ortiz y Mañach, en esos sitios también lo hicieron figuras de gran prestigio intelectual: José Juan Arrom, Federico de Onís, Eugenio Florit.

La recitadora también fue invitada a la Universidad de Howard, una institución a la cual tradicionalmente asisten estudiantes afroamericanos. Uno de los profesores, V.P. Spratlin, escribió acerca de ese recital que “lo más sobresaliente fue la entusiasta acogida de la audiencia, a pesar del hecho de que la gran mayoría de los presentes no entendía español. Todos estuvieron de acuerdo en que la personalidad de la artista es tan encantadora, su dominio de la pantomima tan complejo y su sentido del ritmo tan refinado, que el elemento lingüístico es secundario, o al menos no es esencial para apreciar su arte”.

En la década de los 40, Eusebia Cosme pasó a laborar en la radio, en La Cadena de las Américas, del Columbia Broadcasting System. Allí llegó a tener su propio espacio, El Show de Eusebia Cosme, donde recitaba y hacía lecturas dramatizadas. Musicalmente, contó con el acompañamiento del trío Los Panchos y la Orquesta Panamericana. Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados norteamericanos escuchaban esos programas. La mayoría de ellos no comprendía el español, pero a pesar de ello le enviaban cartas a Eusebia Cosme para expresarle su agradecimiento por los momentos de emoción que ella les procuraba con sus versos. Fue en esos años cuando ella contrajo matrimonio con un señor hijo de padres españoles.

Tras cerca de quince años de ausencia, regresó a Cuba a fines de 1952. En marzo de 1953, viajó a Santiago de Cuba, donde recibió un homenaje. Ofreció entonces un recital en la Universidad de Oriente. Las palabras de presentación las pronunció José Antonio Portuondo, de quien esa noche ella recitó “Rumba de la negra Pancha”. Pero aunque permaneció en la Isla unos cuantos meses, no tuvo proposiciones para presentarse.

En un artículo, Nicolás Guillén comentó las posibles razones. Según él, el auge inmenso que la televisión había alcanzado “cerró las puertas de los teatros a muchos artistas y les ha abierto de par en par las puertas de las radioemisoras. Los artistas están sujetos a programas estrictos; dicen versos o cantan canciones por cuenta de una marca de jabón, de un coñac o de unos pantalones”.

Asimismo Guillén reconoce que hay quien “tiene otras ideas sobre la poesía y halla que el repertorio que hizo famosa a Eusebia Cosme debiera nutrirse de savia popular más de nuestro tiempo y nuestra lucha, lo cual es cierto”. Y por último, afirma que a la artista santiaguera “habrá que pedirle, eso sí, con todo respeto, pero con toda firmeza, que depure su repertorio de todo cuanto pueda carecer de lirismo y humanidad; de esa suerte de oportunismo literario que nos presenta un negro turístico, superficial, estúpido, como engendrado por quienes más se interesan en mantenerlo en la servidumbre que en trabajar por su libertad”.

Eusebia Cosme retornó a Nueva York y continuó ofreciendo sus recitales. Había incorporado textos de poetas de todo el ámbito hispanoamericano. Pero, en esencia, su repertorio se mantuvo dentro de la misma línea y no atendió la respetuosa recomendación hecha por Guillén. Trabajó siempre sola, como confesó en algunas ocasiones, y nunca contó con una persona idónea que la asesorara. “Estudio completamente sola y ensayo horas y horas hasta encontrar la manera exacta de decir cada poema. No creo tener sentido crítico, pero sí estoy segura de que mi intuición no me engaña nunca. Al menos la acogida del público así lo indica”, declaró en una entrevista.

Aparte de los recitales, Eusebia Cosme participó en el doblaje al español de algunas películas norteamericanas. En uno de esos trabajos puso voz a la Mammy de Lo que el viento se llevó. Asimismo años atrás había actuado en algunas obras de teatro en México. De ahí probablemente surgió la oportunidad de participar en la adaptación a ese medio de El derecho de nacer, de su compatriota Félix B. Caignet. En el montaje tomaron parte trece actores mexicanos y Eusebia Cosme hacía, naturalmente, de mamá Dolores. Se estrenó en septiembre de1955 en el Teatro Santurce, de Nueva York, y por compromisos contraídos previamente por los intérpretes, solo se dieron 10 funciones, por supuesto, a teatro lleno.

En 1964 Eusebia Cosme actuó en un pequeño papel en el filme de Sidney Lumet El prestamista. Su siguiente incursión en la pantalla grande fue con la adaptación de El derecho de nacer, realizada en México en 1966. En A ustedes les consta: angología de la crónica en México, compilada por Carlos Monsiváis, aparece un texto de Vicente Leñero titulado “El derecho de llorar”.

Del mismo copio este fragmento: “Alguien pronunció el nombre de Eusebia Cosme -declamadora de poesía afroantillana- y Paco Diez Barroso se trae corriendo de Nueva York a Eusebia Cosme una vez convencida de que la maternal mujer no se limitaría a interpretar a mamá Dolores, sino que se convertiría (acorde musical impresionante) en la auténtica mamá Dolores.// Y así es porque apenas el público la observa en el cine y la televisión, Eusebia Cosme no puede salir a la calle.// Eusebia Cosme (sorprendida, graciosa): Sí, señor, es cierto, no puedo salir a la calle. El otro día fui a comprar pan a la tienda y ¿vas tú a creer que no me quisieron cobrar? Ni tampoco cuando fui a comprar leche, chico, ni cuando fui al mercado. Todos me ven y me dicen: allí va mamá Dolores, allí va mamá Dolores… y corren, y me preguntan por Albertico, hijo de mis entrañas, y yo pues les digo, pues les cuento. Sí, señor, es cierto, yo creo que se me está metiendo un poco en la sangre el alma de mamá Dolores”.

La criada negra que hizo llorar a millones de latinoamericanos, dio a Eusebia Cosme una enorme popularidad. Volvió a caracterizarla ese mismo año en la versión televisiva y, unos años después, en la película Mamá Dolores (1970), que retoma el personaje, aunque ya no tiene que ver con la historia original. Su breve filmografía incluye tres películas más. En una de ellas, Rosas blancas para mi hermana negra (1970), trabajó junto con Libertad Lamarque. No obstante, en las entrevistas ella trasluce cierto pesar por ese encasillamiento en los papeles “llorones”.

En marzo de 1971, declaró: “Me gustaría mucho un papel diferente en donde pueda hacer reír al público. Sí, hacerlo reír a carcajadas, sobre todo porque sé que lo puedo hacer. Pero si tan solo me llaman para hacer llorar al público, pues tendré que seguir haciéndolo”.

Además de recitar y actuar, al fallecer su esposo comenzó a pintar cuadros abstractos. Los llegó a exponer en una galería del Village y logró vender varios de ellos. “Cada vez que vendo uno de estos garabatos míos, declaró a un periodista, es para mí toda una tragedia. Me encariño mucho con estos hijos de mi fantasía”. Desde joven también componía canciones. Toña la Negra grabó una de ellas, “En el África”, que también fue interpretada por Miguelito Valdés y la Orquesta de Xavier Cugat.

De sus últimos años en Miami, casi nada se sabe. Su esposo había muerto a fines de la década de los 50. No llegaron a tener hijos, así que ella vivía sola. “Mi único cariño es mi gata”, confesó en una entrevista (la gata tenía un nombre muy curioso: Tonadilla de las Flores). No hay registros de que se presentara en esa ciudad. Ni siquiera se sabe el cementerio donde está enterrada.

Sus compatriotas, ya lo dije antes, la han olvidado o sencillamente ni siquiera saben que existió. Felizmente, en los últimos años en el mundo académico de Estados Unidos la figura de Eusebia Cosme está siendo descubierta. Miriam Jiménez Román, Jill S. Kuhnheim, Emily Maguire y Takkara Brunson han dado a conocer trabajos sobre una artista que, en opinión de esta última profesora, contribuyó a crear una visión transnacional de la femineidad afrocubana.

Cubaencuentro, 26 de agosto de 2011.
Foto: Eusebia Cosme, durante la trasmisión de uno de sus programas radiales.

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