Cuando un padre de familia se levanta al amanecer en la Cuba de fin de siglo, sólo tiene que enfrentar dos problemas: uno, el almuerzo, el otro, la comida.
La broma, más bien amarga, salió de los grandes sectores de la población en los primeros años de la década del 90. Va a entrar 1999 y ha ido perdiendo gracia. La situación no cambia y lo que fue una chispa se ha convertido en fuego lento.
El hombre de la calle, el que no tiene parientes en Estados Unidos, no está trabajando en una firma extranjera, no tiene amigos en una corporación, el cubano de bicicleta y salario en moneda nacional -la gran mayoría- tiene que acudir a tres verbos sospechosos para sobrevivir. Inventar, resolver y escapar.
Esa es la fórmula. "Yo invento porque un primo mío me trae los jamones del interior y se los vendo a los vecinos y a los amigos. Mi sueldo de maestro me alcanza para los diez primeros días, si acaso, igual que los productos que me venden por la libreta de abastecimientos." Este es Fernando, tiene 38 años, está casado y es padre de dos niños, uno de 11 y otro de 6. Elia, su mujer, trabaja en el comedor de una fábrica y siempre trae algo, además de un sueldo de 118 pesos.
"La ropa y los zapatos de los muchachos es la tragedia. Yo no sé cómo, pero yo invento, tengo que inventar."
Ese trabajo extra de Fernando lo convierte en un transgresor de la ley, porque está prohibido en el país realizar ese tipo de comercio. El maestro lo hace y está fuera de la ley, por lo tanto, es cauteloso, se siente en falta con la sociedad. Una persona así no puede estar en disposición de enfrentar a las autoridades para reclamar un derecho o para exigir respeto. Miles de cubanos, como Fernando, obligados a realizar faenas penalizadas, están apagados como ciudadanos.
Hay otra categoría más compleja, vinculada a la palabra resolver. "Los custodios de la fábrica se llevan los componentes. Yo hago la pintura en el patio de la casa de un amigo y resuelvo. Me busco unos mil pesos al mes. Es riesgoso. Tengo la libertad en un hilo, pero resuelvo lo de mi familia y me alcanza para, de vez en cuando, tomarme una cerveza." Joel dice que la política no le interesa. Tiene 30 años y se siente bien. Inquieto. pero bien.
Rolando Alvarez, casi en los 70, escribió durante tres décadas muchos elogios a la sociedad socialista. Todavía ama el periodismo, ya se jubiló y recibe 169 pesos mensuales. "No me arrepiento de nada de lo que escribí. Cuando lo hice, creí en el proyecto y sigo pensando que tiene cosas bellas y que ha transformado nuestra sociedad. Ahora, en la vejez, escapo porque ayudo en una "paladar" -restaurante privado-, friego, sirvo mesas, lo que sea. Y al final me llevo algo de comer o unos pesitos. somos mi esposa y yo", dice en su pequeño apartamento de Centro Habana. "Y para hacer una comida de arroz y frijoles, sólo eso, sin vegetales ni carne, invierto casi la mitad de mi sueldo. Una libra de frijoles negros vale 20 pesos. Una cabeza de ajo, 4. Un montoncito de ají, otros 4. La cebolla, 10 el mazo, y el arroz, 5 la libra. Necesito aceite y lo tengo que comprar en la tienda que venden por dólares. Entonces allá voy y cambio 50 pesos, porque la botella me sale en 2,40 de dólares. Ya está. Entre 80 y 85 para una comida de dos personas. Pero estamos tranquilos. Tenemos lo nuestro. Yo estoy conforme."
Redactado en diciembre de 1998 y publicado el 2 de enero de 1999 en Le Monde.
Foto: Juan A. Madrazo
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