A escasos metros del aeropuerto de Quito, el barrio La Florida se ha convertido en un nuevo hogar para miles de inmigrantes cubanos. La evocación de la principal comunidad cubana en el exterior se hace inevitable. Locutorios, restaurantes, peluquerías, tiendas de ropa y bares cubanos salpican el barrio. Pero el visitante que busque coches de los años 50, músicos callejeros y banderas cubanas que atraviesan las calles, probablemente se lleve una decepción.
A primera vista la Pequeña Habana en poco se diferencia de cualquier barrio de Quito. Sin embargo, afinando el oído, poco a poco se empiezan a distinguir los acentos. Y si se afina la vista, incluso una forma distinta de vestir. Noemí atiende una de las siete tiendas de ropa “cubana” que hay en el barrio, aunque la suya tiene una particularidad: “Soy la única ecuatoriana que vende ropa cubana”, dice orgullosa. Hace dos años, cuando la afluencia de cubanos empezó a percibirse, decidió abrir el negocio. “A ellos les gusta la ropa más colorida. A las mujeres, los vestidos más ligeros, y a los más jóvenes, los dorados”, explica Noemí.
Luis llegó de Cuba con su esposa hace tres años. El menú del restaurante que dirige en la avenida La Florida no permite adivinar el origen caribeño del dueño, la camarera y la cocinera. “En el barrio ya hay un montón de restaurantes de comida cubana. Así que nosotros vendemos comida ecuatoriana. Aunque hay algunos platos, como el 'seco de carne' que son iguales que los platos cubanos, allá lo llamamos fricasé”, aclara Luis.
Igual de difícil es distinguir otro restaurante caribeño, unas calles más al sur, en la Paz y Miño, a escasos metros de un locutorio también de dueños inmigrantes. Un gran cartel con platos ecuatorianos distrae de dos pistas fundamentales: una enorme foto de La Habana y unas puertas corredizas que dejan ingresar el aire como si echaran de menos otras latitudes. El arroz congrí, la chuleta de puerco o la ropavieja son algunos de los platos que se pueden probar en este y otros locales de la Pequeña Habana.
La decisión del Gobierno, en junio de 2008, de eliminar las visas de turismo para ingresar al país convirtió a Ecuador en un destino apetecible para miles de extranjeros. Desde 2008 hasta mediados de 2010 más de 56.000 cubanos llegaron a diversas ciudades ecuatorianas. De ellos, unos 7.500 decidieron quedarse, según la Dirección Nacional de Migración. Desde entonces, la comunidad cubana se ha convertido en la tercera colonia extranjera más numerosa del país, después de la colombiana y la peruana.
Josué trabaja con las manos llenas de grasa en su coche destartalado, en la parte alta de La Florida. Desde allí se observa una panorámica del barrio, con los aviones y los edificios del aeropuerto de fondo. El mismo aeropuerto donde aterrizó, con su mujer cubana, hace dos años y medio. Poco después, nació su primera hija. “Tengo residencia, pero no consigo trabajo”, admite Josué mientras señala con la vista el grafiti con la frase: “Fuera cubanos”, pintada en un muro justo enfrente de su casa.
En la peluquería cubana Bellavista no quieren saber nada de periodistas. “Ya vinieron dos o tres veces y siempre cambian nuestras palabras para dejarnos mal. Hay mucha xenofobia”, dice la peluquera. Juan Alvarado, quiteño y jubilado, reconoce que hay racismo, aunque no generalizado. “Aquí se vive con mucha delincuencia y siempre lo pagan con ciertas personas, aunque no tengan nada que ver”. Este vecino señala, no sin sorna, un aspecto al que no logra acostumbrarse en la convivencia con los cubanos: “Uno de los hechos que creo que se puede corregir es el que hablan por el móvil a gritos”. “¡¡Aló, ¿tú me oíste!!”, intenta imitar Juan Alvarado.
Alberto llegó de Cuba hace dos años. Prefiere no dar sus apellidos porque no ha conseguido regularizar su situación. Estudió cuatro años de Turismo y dos años de Informática, pero decidió irse de la isla. Se casó con una ecuatoriana, pero las cosas se complicaron: “Hablé con un abogado para que me solucionara un problema con los papeles y cuando me los consiguió resulta que los papeles eran falsos”, cuenta.
Jaime estudió Contabilidad y Administración de Empresas en Cuba, pero ahora se gana la vida “picando caña” en una tienda de jugos. Antes pasó por un taller de cerrajería y trabajó un tiempo como chofer en una empresa. Siempre sin contrato. Hasta que tuvo que dejarlo porque no tiene permiso de residencia. Cuando pasaron los tres meses de la visa de turismo y la prórroga, Jaime se quedó sin papeles. “No sabíamos sinceramente que iba a ser así, pensábamos que iba a ser fácil legalizarnos, pero la cosa de un día para otro se complicó”.
“Una de las razones de la indefensión de los cubanos en Ecuador es la falta de mecanismos de regularización. Los procedimientos que hay son bastante selectivos, están diseñados para personas con ingresos económicos bastante altos”, explica Alejandra Cárdenas, de la Defensoría del Pueblo. Por su parte, para María Fernández Carrión, directora de Atención a Personas Migrantes de la Secretaría Nacional del Migrante (Senami), la actual legislación en materia migratoria es “anacrónica”. De hecho, data de 1971. Los cambios implementados en la nueva Constitución, donde “se considera la movilidad humana como un derecho consustancial al ser humano”, entre otras garantías para la población migrante, todavía no se han traducido en una nueva reglamentación, explica Carrión. “La ley del 71 es restrictiva”, opina, “y exige tiempos demasiado largos para obtener visas, con requisitos complicados”.
Uno de esos “requisitos complicados” es que para la regularización se exige al migrante estar, precisamente, en una situación regular en el país, ejemplifica Javier Arcentales, consultor para el Municipio de Quito en temas de migración. Si se pasan los 90 días y las posibles prórrogas, así tengas un hijo ecuatoriano no puedes regularizarte, ni tampoco conseguir un permiso de residencia por trabajo”, explica. “Por todo esto una de las prioridades del Senami es la construcción de una nueva Ley de Movilidad Humana junto con los ministerios y las organizaciones de base”, afirma Carrión. En el caso de los cubanos, señala la directora de Atención a Personas Migrantes, la situación “se complicó con los matrimonios ficticios, algo que puso freno a su regularización ”.
Alberto cuenta su paso por el Registro Civil, del cual salió airoso: “Le preguntaron a mi esposa cuántas veces hacíamos el amor a la semana. Imagínate tú. De qué color era mi peine, qué ropa interior me ponía yo, qué ropa interior se ponía ella, dónde tenía un lunar... Si tú agarras a ese mismo tipo del Registro Civil y lo pones acá en esta misma esquina y luego pones a su mujer ahí, en la otra esquina y les haces las mismas preguntas, seguro que no pasan la prueba”.
La “indefensión” en la que se encuentran los cubanos irregulares los convierte en blanco de abusos. También en el mundo del trabajo. “Cuando trabajaba en otra empresa me decían que si me quería quejar, que vaya a inmigración. En ese momento ya no tenía estatus legal y no podía hacer nada. 180 dólares me debían”, cuenta Jaime, sentado en el bar de jugos de caña.
Luis Enrique era pastor evangélico en la ciudad de La Habana. Tuvo que dejar el país y después de pasar por México llegó a Ecuador en 2009. Intentó conseguir regularizar su situación con una solicitud de asilo, aunque no recibió respuesta, hasta ahora. “Respecto al trabajo sabes cómo es con los emigrantes. En muchas ocasiones me decían 'no queremos saber de cubanos'. Mi primer trabajo fue en una bloquera donde el dueño me daba a realizar lo que corresponde a tres trabajadores y me pagaba el salario incompleto por ser extranjero, después trabajé en un restaurante donde mi salario era la comida y el dormir en un colchón”, recuerda.
Una situación que es común a todos los inmigrantes irregulares en Ecuador, en el caso de los cubanos se complica aún más. Según el informe Derechos de la Población Cubana en Ecuador, de la Defensoría del Pueblo, cuando un cubano cumple 11 meses y 29 días de permanencia fuera de su país, el Estado cubano puede declarar a una persona como emigrada, una sanción que trae aparejada la pérdida de diferentes derechos como el acceso a la vivienda o a la salud y a la educación gratuitas. “Si no vuelven antes de 12 meses pierden sus derechos, acá tampoco pueden regularizarse y se quedan fluctuando en una especie de limbo”, resume Arcentales.
“Nosotros estamos aquí gracias al presidente Rafael Correa, porque nos dio libre visado para salir de Cuba”, dice Alberto, “pero ahora estamos atrapados en el tiempo, como en una burbuja. Cuando se han vencido los 90 días de visa y uno va a pedir refugio le dicen 'hermano tienes un mes para abandonar el país'. ¿Y a dónde vas a ir?”.
Estas fluctuaciones van dejando huella en la Pequeña Habana. Sobre la avenida La Prensa, un cartel con la bandera cubana y el lema: “Alivia tu nostalgia” preside la entrada de un restaurante cuya nacionalidad cualquiera se animaría a adivinar. Pero se equivocaría. Desde hace seis meses la dueña del local es Silvia Gaibor, una quiteña que compró el restaurante después de que los antiguos dueños cubanos se quedaran en ese limbo administrativo. Ahora está pensando en cambiarle el nombre y en vender a algún nostálgico de La Pequeña Habana el cartel de la entrada.
Mejor suerte con los papeles ha tenido Anselmo Jiménez, que ha podido regularizar su situación y abrir un restaurante en la calle Paz y Miño. “Viajé por Checoslovaquia, Hungría, la Unión Soviética, Polonia y Canadá... Si hubiera querido me podría haber quedado en cualquiera de esos sitios. Pero yo quería vivir en Cuba. Si me fui es por la situación económica. Nunca imaginé que iba a terminar aquí”, dice.
Anselmo y muchos otros cubanos han encontrado su lugar en la Pequeña Habana, en La Florida de Quito. Otros, sin embargo, siguen buscando su tierra prometida, a la espera de que algo o alguien cambie su situación de desamparo, viviendo en una burbuja, “desterrados” en el limbo.
El Telégrafo, 22 de mayo de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario