Google
 

miércoles, 8 de junio de 2011

La hora de la unanimidad



Por Luis Aguilar León (1926-2008)

La libertad de expresión, si quiere ser verdadera, tiene que desplegarse sobre todos y no ser prerrogativa ni dádiva de nadie. Tal es el caso. No se trata de defender las ideas del Diario de la Marina; se trata de defender el derecho del Diario de la Marina a expresar sus ideas. Y el derecho de miles de cubanos a leer lo que consideren digno de ser leído. Por esa plena libertad de expresión y de opción se luchó tenazmente en Cuba. Y se dijo que si se comenzaba por perseguir a un periódico por mantener una idea, se terminaría persiguiendo todas las ideas. Y se dijo que se anhelaba un régimen donde tuvieran cabida el periódico Hoy, de los comunistas, y el Diario de la Marina, de matiz conservador. A pesar de ello, el Diario de la Marina ha desaparecido como expresión de un pensamiento. Y el periódico Hoy queda más libre y más firme que nunca.

Evidentemente el régimen ha perdido su voluntad de equilibrio.

Para los que anhelamos que cristalice en Cuba, de una vez por todas, la libertad de expresión. Para los que estamos convencidos de que en esta patria nuestra la unión y la tolerancia son esenciales para llevar adelante los más limpios y fecundos ideales, la desaparición ideológica de otro periódico tiene una triste y sombría resonancia. Porque, preséntesele como se le presente, el silenciamiento de un órgano de expresión pública, o su incondicional abanderamiento en la línea del gobierno, no implica otra cosa que el sojuzgamiento de una tenaz postura crítica. Allí estaba la voz y allí estaba el argumento. Y como no se quiere, o no se puede, discutir el argumento, se hizo imprescindible ahogar la voz. Viejo es el método, bien conocidos son sus resultados.

He aquí que va llegando a Cuba la hora de la unanimidad: la sólida e impenetrable unanimidad totalitaria. La misma consigna será repetida por todos los órganos publicitarios. No habrá voces discrepantes, ni posibilidad de crítica, ni refutaciones públicas. El control de todos los medios de expresión facilitará la labor persuasiva: el miedo se encargará del resto. Y, bajo la vociferante propaganda, quedará el silencio. El silencio de los que no pueden hablar. El silencio cómplice de los que, pudiendo, no se atrevieron a hablar.

Pero, se vocifera siempre, la patria está en peligro. Pues si lo está, vamos a defenderla haciéndola inatacable en la teoría y en la práctica. Vamos a esgrimir las armas, pero también los derechos. Vamos a comenzar por demostrarle al mundo que aquí hay un pueblo libre, libre de verdad, donde pueden convivir todas las ideas y todas las posturas. ¿O es que para defender la justicia de nuestra causa hay que hacer causa común con la injusticia de los métodos totalitarios? ¿No sería mucho más hermoso y más digno ofrecer a toda la América el ejemplo de un pueblo que se apresta a defender su libertad sin menoscabar la libertad de nadie, sin ofrecer ni la sombra de un pretexto a los que aducen que aquí estamos cayendo en un gobierno de fuerza?

Lamentablemente, tal no parece ser el camino escogido. Frente a la sana multiplicidad de opiniones se prefiere la fórmula de un solo guía y una sola consigna, y una total obediencia. Así se llega a la unanimidad totalitaria. Y entonces ni los que han callado hallarán cobijo en su silencio. Porque la unanimidad totalitaria es peor que la censura. La censura nos obliga a callar nuestra verdad; la unanimidad nos fuerza a repetir la mentira de otros. Así se nos disuelve la personalidad en un coro colectivo y monótono.

Y nada hay peor que eso para quienes no tienen vocación de obedientes rebaños.

*Publicado en el diario habanero Prensa Libre, el 13 de mayo de 1960.

No hay comentarios:

Publicar un comentario