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sábado, 25 de junio de 2011

Elogio del reportero



Por Raúl Rivero, Madrid

A finales del siglo pasado, en una zona cercana a Holguín, amanecieron en un camino real los restos de dos vacas muertas. A media mañana, cuando llegó al sitio un periodista independiente en una bicicleta Niágara y armado con una hoja blanca y un pedazo de lápiz, le salió un policía desde la dispareja pared de una ceiba y le dijo: “Te estaba esperando. Estás preso.”

Así es que las fuerzas del orden no se dedicaban a investigar las posibles huellas de los matarifes. No les interesaba saber quién empuñaba con destreza los cuchillos que dejaron a los animales en los huesos puros y las pieles sombrías. Querían arrestar, amenazar y presionar al reportero para que la noticia no se supiera.

Era, como se ha visto, un episodio aislado e intrascendente, pero en ese tiempo el gobierno estaba empeñado en asfixiar el trabajo de las agencias de noticias, de los grupos de periodistas alternativos, que ya relataban -de San Antonio a Maisí- la realidad que el totalitarismo había ocultado durante años.

La gente que salía a buscar esas noticias y a contar con sencillez lo que pasaba, dejaban en el aire, sin base y sin asideros, una política gubernamental que se escudaba en el secretismo para tapar sus miserias y errores. O se dedicaba a ordenar que los medios propagandísticos dieran una versión empalagosa del asunto y que las historias se consagraran con cifras infladas y testimonios emocionados y celebrativos.

Esa tropa desigual y mal provista, esos reporteros que tenían que viajar en camiones y en trenes lecheros (sin cámaras, sin grabadoras) y que eran considerados enemigos jurados del pueblo por la policía política, comenzaron a enseñar un país que resultó ser el real.

Ellos contribuyeron, con ese trabajo que suele ser un viaje de la emoción a la ingratitud, a que se conociera mejor la verdad de la vida con sus reportes sobre la situación de los presos en las cárceles, la violación de los derechos de los cubanos o los robos, la corrupción, el abandono y el fracaso.

Esos reporteros cubrieron las primeras reuniones de los grupos de la oposición pacífica y de la sociedad civil y dieron la materia prima (es decir, las noticias) para el análisis, la reflexión y las opiniones.

Si escribo en pasado es sólo para poner en contexto la labor del reporterismo independiente que, a mi juicio, a pesar de toda el agua pasada, sigue ahora en los sitios donde se producen los sucesos. Han cambiado y son los mismos porque los resultados de su trabajo hacen que no se pierda el foco de la actualidad y que haya reseña, foto y detalle lo mismo de un gesto represivo que de cualquier hecho de interés de otra categoría.

No importa que se use para dar la noticia el viejo lead de la prehistoria o el twitter y sus 140 palabras. Los soportes, el entorno y los destinos pueden cambiar. Lo que se mantiene inalterable es la vocación de esos hombres y mujeres que toman nota y describen los sucesos. Lo estable y eterno es el coraje y la persistencia de los reporteros independientes. Ayudaron a encontrar una claridad en su país y, desde la humildad de su oficio, la hacen más luminosa cada día.

Publicado en El Nuevo Herald.

Foto: Paula Gortázar. Jorge Olivera Castillo, periodista independiente condenado a 18 años de privación de libertad en abril de 2003. Por razones de salud fue excarcelado en diciembre de 2004. Se sugiere leer

1 comentario:

  1. Microjet
    Muy cierto,cuando se siente un verdadero amor por la profesión no importa disponer de todos estos modernismos para informar.
    El artista crea por una necesidad interior y se ha visto a través de la historia que muchas veces no se ven recompensados en vida.

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