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martes, 19 de abril de 2011

¡Viva el ¿último? Congreso del PCC!

El título, debo reconocer, lo tomé prestado de una consigna opositora que se regó como la pólvora en el Moscú de la perestroika para desear muy poca salud al XXVII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética hace un cuarto de siglo.


Asistí entonces en el Palacio de los Congresos del Kremlin -entretelones, gracias a la estrecha amistad y los buenos oficios de las nomenclaturas cubana y soviética- al que sería efectivamente el último congreso del PCUS, convocado a puertas cerradas, sin invitaciones oficiales a “partidos hermanos” que no debían presenciar a los fundadores del sistema discutiendo a gritos sus verdades.

El informe que presenté ante los ceños fruncidos del Secretariado del PCC en La Habana, llevó el mismo título irreverente que presagiaba el fin del PCUS y de la propia URSS y sumaba muchas razones al presagio. Una noticia poco agradable para la Cuba dependiente del apoyo económico y militar soviético, pero en definitiva coincidente con una de las pocas profecías apocalípticas de Fidel Castro realmente cumplida.

Aunque una mayoría silenciosa de cubanos desearía que este VI Congreso del Partido Comunista de Cuba fuera el último, hasta aquí llegan las analogías. No habrá lugar en el cónclave de La Habana, donde hasta la intensidad de las ovaciones está ya aprobada, para ideas renovadoras o decisiones sorprendentes.

Los viejos aspirantes a los roles de Gorbachov, Yeltsin o Yakolev, e incluso los más jóvenes sospechosos de haberlo sido, han sido apartados de las mieles del poder y recorren cabizbajos y a pie las calles del Nuevo Vedado. Para recibir la reunión de los comunistas cubanos desfilan por la Plaza de la Revolución tanques y milicias de uniformes recién estrenados, en un ambiente crispado y marcial bien diferente a aquella Plaza Roja donde las pancartas desatadas por la glasnost reclamaban el fin de la dictadura del proletariado, si alguna vez existió.

Muy extraño eso sí, como todo lo anacrónico, el espectáculo de este partido único, que reclama el título constitucional de fuerza dirigente superior de la sociedad, y la hace esperar 14 años desde su última reunión cumbre para discutir sin prisa aparente sólo sobre una reforma económica tímida y tardía, que esquiva el análisis de la realidad de un país para cuyos problemas no tiene respuesta más allá de la supervivencia.

Más que los asuntos de fondo, ya zanjados en unos pocos definidos lineamientos económicos y sociales aparentemente consultados con el casi millón de miembros admitidos selectivamente por el PCC, la trascendencia de este congreso está dada -en las propias palabras de Raúl Castro- por el hecho irreversible de ser por razones biológicas, el último de una generación que ya cumplió las bodas de oro con el poder y espera que este lo acompañe hasta sus tumbas.

Quienes se preguntan qué será de Fidel Castro y su único título actual de Primer Secretario del PCC, olvidan que el máximo líder está ya más allá de esas designaciones formales, que serán resueltas muy probablemente con una nueva y mayor jerarquía que subraye su excepcionalidad y que lo acompañará o no hasta su muerte mientras continúa ejerciendo la supervisión del poder real.

Los nombres de los nuevos cargos en el Comité Central serán escrutados minuciosamente dentro y fuera de la isla en busca de futuros protagonistas de reformas dentro de un partido que siempre las ha asumido como un mal inevitable. Desearía equivocarme, pero coincido con la opinión popular que espera mucho menos que la CNN en español del muy publicitado congreso de los comunistas cubanos.

Alcibíades Hidalgo*, La Tercera de Chile

*Periodista cubano. Fue jefe de despacho de Raúl Castro y miembro del Comité Central del PCC hasta el V Congreso, celebrado en 1997.

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