El Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba, que se clausura mañana en La Habana, le dará una mano de pintura legal a la privatización parcial y controlada de la pobreza y trabajará para reafirmar al grupo que está en el poder desde hace más de medio siglo como la única y legítima fuerza política que existe en el país.
El documento rector de la reunión, leído el sábado por el presidente Raúl Castro, contiene ese mensaje subyacente. Y, en algunos apartados a flor de páginas, a pesar de que esas líneas maestras estén matizadas por palinodias y críticas a la gestión de los dirigentes de las últimas cinco décadas.
Hay que buscarle una salida a los millones de hombres y mujeres que se han quedado (y se quedarán) sin trabajo en las empresas del Estado en ruinas, y se autoriza a que se vayan a buscar la vida en 178 oficios, que incluyen la posibilidad de forrar botones, rellenar mecheros de gas o enseñar mecanografía.
Ha comenzado la cesión de tierras para que la gente del campo se ponga a luchar contra el marabú y el abandono de años. Se han dado licencias para fondas o timbiriches de pan y refrescos.
Aquí tienen, dice el Estado paternal que impuso una cartilla de racionamiento en 1962, unas parcelas del país para que resuelvan sus problemas como puedan, siempre que paguen impuestos y no se ilusionen con los signos de pesos.
Un tema del informe central que ha causado asombro en algunos sectores ha sido la decisión de que los cargos políticos y estatales se desempeñen por un máximo de dos períodos de cinco años. Sólo que las personas que ocuparán esos puestos no serán electos en comicios libres. Van a ser nombrados y sustituidos por sus amigos y camaradas de partido.
Los congresistas aprobarán, además, un capítulo sobre la total libertad espiritual de los cubanos. Se puede tener cualquier creencia. Cada uno puede elegir su Dios. Hay espacios para budistas, católicos, santeros y espiritistas, pero no aparece ni una línea acerca de las libertades políticas. Se puede ser libre en el cielo. Nunca en la tierra.
La ingratitud puede ser un pecado leve, pero la omisión es una ofensa.
Los presos políticos que salieron deportados a España y los que se quedaron en Cuba, trabajaron por su libertad en las cárceles y recibieron el respaldo de sus familias con los desafíos en las calles de las Damas de Blanco y al gesto de uno de sus compañeros, Orlando Zapata Tamayo, muerto en una huelga de hambre de 86 días.
Todos ellos estaban encerrados, entre otras cosas, por hacer públicas la mayoría de las aberraciones que le pueden dar sentido a la autocrítica de los delegados reunidos en La Habana.
Los 1.000 delegados al Congreso, con sus pequeñas concesiones económicas a la ciudadanía, celebran el fracaso del socialismo con sus víctimas. Y, al mismo tiempo, le dan la bienvenida a un nuevo plazo de poder a los totalitarios originales y a los que se prueban guayaberas en las sombras.
Raúl Rivero, El Mundo
martes, 19 de abril de 2011
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