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martes, 12 de abril de 2011

España: confidencias por 50 euros

Por Pablo D. Almoguera


Hay una «percepción de que ciertos medios españoles son capaces de pagar cifras millonarias por sucesos escalofriantes. Parece que no es incompatible la sensibilidad ante un hecho tan doloroso y el deseo de sacar tajada. Los índices de audiencia de ciertos programas evidencian que es una forma de sacar rendimiento que la sociedad no parece estar reprochando».

Quien habla es la criminóloga Elisa García España al ser preguntada por el debate del mercado televisivo de los sucesos. Una polémica que se ha avivado esta misma semana, tras la imputación de la presentadora Ana Rosa Quintana y otros ocho periodistas de Telecinco y Antena 3 por la entrevista a Isabel García, la mujer de Santiago del Valle, condenado por asesinar a la niña Mari Luz Cortés.

No es ni mucho menos un hecho aislado. En otro crimen que también conmocionó a España, el ocurrido en la localidad malagueña de Arriate, hasta las más recónditas confidencias estuvieron en venta en todas las televisiones. La aparición del cadáver de la niña María Esther Jiménez y la posterior detención de «El Vaca» dieron paso a un mercadeo en el que los jóvenes de este pequeño municipio de 4 mil habitantes acudían a programas de televisión previo pago, vendían material audiovisual protagonizado por el detenido y exigían dinero por atender a la prensa.

Un fenómeno que hace cuestionarse el sistema de valores de la llamada juventud 2.0, los perjuicios de los modelos sociales que se están transmitiendo a través de determinados programas en los que el dinero se obtiene fácilmente exponiéndose y si el minuto de gloria catódica está insensibilizando a una generación capaz de vender los secretos de su mejor amigo a cambio de 50 euros y una silla temporal en un plató.

García España, del Instituto de Criminología de Andalucía, considera que tras estas apariciones mediáticas se esconde una juventud «especialmente exhibicionista» que «ha transformado la antigua popularidad de instituto en la de las redes sociales».

Por su parte, el responsable del Equipo Mujer Menor (Emume) de la Guardia Civil de Málaga, unidad que ha participado en la investigación del crimen de Arriate, describe este fenómeno de una forma muy gráfica: «Las niñas ya no quieren ser princesas, sino participantes de “Gran Hermano”». Este investigador se enfrenta a diario con delitos cometidos por menores y señala que lo más preocupante es que «no tengan conciencia de que están haciendo algo malo».

El escritor Lorenzo Silva ha manifestado que los crímenes muestran los fallos de una sociedad. Unos «errores» que se han globalizado y trascienden los límites de las grandes ciudades hasta el punto de evidenciarse en pequeñas poblaciones que tradicionalmente eran refugio de otros tipo de vida.

Ángel Badillo, profesor del Departamento de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca, destaca que los adolescentes son hoy más inmunes a la violencia porque «la consumen en los discursos y esto les hace percibirla de una manera más trivial». De ahí que se esté instaurando una cierta insensibilización.

El doctor Vicente Garrido, profesor criminólogo de la Universidad de Valencia, experto en Psicología Criminal y autor de numerosos libros en este ámbito, cree que «respondemos con menos horror ante la violencia que años atrás». Garrido señala que el comportamiento de los jóvenes de Arriate ha sido completamente distinto al de los protagonistas del «caso Marta del Castillo», «donde se han arropado». No había sentimiento de manada, de ahí que no se haya dudado en comercializar con la tragedia.

La profesora de Deontología de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra, Mónica Codina, opina que «los adolescentes perciben la importancia que la televisión otorga a las imágenes morbosas, el seguimiento de juicios en directo, la llamada colaboración de los ciudadanos que envían imágenes de hechos que las cámaras no han captado y, por otro lado, también pueden observar el mercado que existe en torno a la vida privada e íntima de las personas por medio de los realities y otros programas. Tras seguir estos contenidos televisivos adquieren un comportamiento disponible que llegada una circunstancia similar pueden poner en práctica».

Este hecho ha tenido su reflejo directo en las informaciones de casos luctuosos. Si años atrás arrancar un testimonio era el resultado de horas de gestiones y de transmitir la confianza de un tratamiento riguroso, el protagonismo creciente de la «chequera» para acortar los tiempos periodísticos está fomentando comportamientos cuanto menos censurables.

Codina analiza el peligroso fundido que se está produciendo entre «el rosa» y «el negro» y que días atrás ha vuelto a ser objeto de controversia tras la confesión en directo durante un programa matutino de la esposa del principal acusado del «caso Mariluz». «La televisión ha popularizado los mal llamados “sucesos” como parte central de sus contenidos informativos o de entretenimiento, generaliza el uso de la cámara oculta obviando que su legitimidad depende de la existencia de razones proporcionadas y con frecuencia convierte la tragedia en un espectáculo morboso que banaliza la gravedad de lo acontecido», explica, para añadir que «esta es la televisión que actúa como un factor poderoso de socialización primaria; cuya dimensión formativa, o si se quiere, deformativa, cobra mayor fuerza cuanto más débil es la formación que se adquiere en los entornos familiares o educativos».


ABC, 27 de marzo de 2011

Foto: Francis Silva.

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