Google
 

viernes, 21 de enero de 2011

Ocurrió en Calimete



Por Iván García

En la tarde del sábado 6 de febrero de 1999, la muerte vestía de luto al poblado de Manguito, municipio de Calimete, en la provincia de Matanzas, a unos 100 kilómetros al oeste de La Habana.

Una enigmática intoxicación provocó la muerte inmediata de 14 personas y otras 49 eran ingresadas de urgencia en diferentes hospitales, algunas reportadas en estado de extrema gravedad.

Justo al mediodía del domingo, Juana Valdés, 27 años, profesora de una escuela en la capital, entró en pánico. Había acabado de ingerir tres frituras de harina, su almuerzo habitual. Cuando por la televisión supo de lo acontecido en Manguito, sintió que se le endurecía el vientre, como si tuviera un “alien” en sus entrañas. Se dirigió al baño y empezó a vomitar.

Creyó que la muerte le acechaba. Mareada, llegó al cuarto y se arrodilló ante sus “orishas” y les pidió que la mantuvieran viva. Se vistió y fue al hospital más cercano. El médico la reconoció y le dijo que gozaba de perfecta salud. “Todo fue psíquico. Me sugestioné. Cuando regresé a la casa y me serené, me di cuenta que La Habana queda lejos de Matanzas”.

De vivir en Manguito, lo más probable es que la guadaña le hubiera pasado la cuenta: ella consume un promedio de tres frituras diarias, 90 al mes, 1,080 al año. Aunque no le sucedió nada, Juana le ha decretado un "embargo" a las fritangas, que se han convertido en alimento nacional de supervivencia.

A falta de proteínas y de un plato fuerte en la dieta diaria del ciudadano medio, en muchas familias de bajos ingresos, las controvertidas frituras pasaron a sustituir la codiciada carne o el pollo, ausentes casi todo el año de las cocinas criollas. Y hasta del huevo, que distribuyen seis per cápita al mes por la libreta de racionamiento.

A raíz de la implantación por decreto estatal del trabajo por cuenta propia, en 1993, la fritura comenzó a tejer su imperio. Al principio se elaboraban de malanga, yuca o maíz. Tuvieron una altísima demanda. En un país donde dos comidas calientes al día es un lujo, sus habitantes, necesitados de mover a menudo las mandíbulas para aliviar la “pena” en el estómago, las devoraban con avidez, como si se tratase de una hamburguesa Big Mac.

Con el paso del tiempo, dejaron de ser de malanga, yuca o maíz, pero las siguieron vendiendo a peso. José Quintana, de 43 años de edad y cinco de experiencia en el arte de preparar frituras, dice que tuvieron que empezar a hacerlas de harina, porque con viandas se encarecían demasiado. “No colocábamos carteles explicando el contenido por falta de espacio. Además, ¿para qué?, si se vendían en cantidades industriales”.

La cultura de la fritura se fue imponiendo de un extremo a otro de la isla. Llegó a ser tan solicitada como el “foie gras” en París. La inspección sanitaria a los elaboradores privados de alimentos suele ser rigurosa, por lo que si se continuaron haciendo y vendiendo por toneladas, fue porque tenían el visto bueno de los supervisores estatales. Por ello, resulta inexplicable lo ocurrido en Manguito.

El friturero Quintana revela el secreto de las recetas: “No es ningún misterio. A falta de maíz, malanga o yuca, comenzamos a elaborarla con harina de castilla (de trigo), condimentada con sal, cebollino o ajo. Hacemos crecer la masa con una pizca de levadura. Luego, por cucharadas, la vamos echando en un caldero de aceite vegetal o manteca de cerdo hirviendo”.

El resultado es una voluminosa y grasienta fritura de sabor indefinido. Un especialista consultado dijo que este sustento, muy popular en los últimos tiempos, “no es dañino para la salud, pero pertenece al género de comida-basura, con un valor nutricional escaso. Su consumo no es recomendable para personas obesas, diabéticas o con problemas de colesterol”.

A propósito de lo ocurrido en Matanzas, el especialista añadió: “A pesar de que no siempre existe la higiene mínima necesaria a la hora de manipular los alimentos, no han sido muchos los casos de intoxicaciones alimentarias”.

Quintana recuerda con añoranza el año 1994, cuando estableció un récord, al vender dos mil frituras en doce horas. “Después creció la competencia y comencé a vender menos. Hasta que se conoció la tragedia de Matanzas, vendía entre 400 y 500 diarias”.

La incógnita alrededor del caso de las frituras asesinas de Calimete propició que de inmediato se desataran diversos rumores, llegándose a especular que podría tratarse de “una nueva agresión enemiga”. La versión más cercana a lo ocurrido llegó a través de una señora que viajó a Manguito, por el fallecimiento de un sobrino, una de las 14 víctimas mortales.

Según la mujer, el vendedor de las mortíferas frituras, que también falleció, había comprado como levadura un producto venenoso. Algunas personas aseguraban que se trataba de cloral y otras que era sal de nitro. No se descarta la contaminación con residuos de sustancias altamente tóxicas en los recipientes donde se preparó la masa para freír.

La tía del fallecido añadió que “no se sabe si exprofeso vendieron la supuesta levadura o fue una confusión, probablemente de alguien que la robó de un almacén, pues por esa zona existe una fábrica de veneno para ratas". Además, es un territorio donde se cosecha arroz y hay depósitos con fertilizantes, plaguicidas y otros productos químicos.

Antes de morir, su sobrino pidió que no le fueran a dar agua a su pequeña hija, porque al principio se creía que era el agua, que estaba envenenada. “Fue espantoso, me contaron. La gente caía como si fueran moscas. Un niño fue quien descubrió que eran las frituras, porque compró una, no le apeteció y la tiró al suelo. Vino un perro y se la comió y ante los ojos atónitos de la gente, el animal murió de manera fulminante”.

El caso de Manguito hizo meditar a los gobernantes y se tomaron medidas, para evitar que se volvería a repetir un hecho que conmovio a toda la sociedad. La mayoría de las víctimas eran jóvenes que habían acudido a ver una película en un cine frente al lugar donde se expendían las fatales fritangas.

Por lo pronto, el habanero José Quintana se rasca la cabeza y comenta: “El negocio cayó en picada. El domingo no trabajé, pero el lunes hasta el mediodía, sólo vendí siete frituras”. Como un efecto dominó, similar al de las bolsas de valores, el síndrome antifritura se ha apoderado de los cubanos. Y lo que un día estuvo de moda, ahora es considerado una masa tenebrosa.

Versión de un trabajo publicado en 1999 en la Revista Hispano Cubana con el título "Frituras asesinas". Con el paso del tiempo, la tragedia de Manguito fue olvidándose y las frituras volvieron a ser un "tente en pie". Y el principal medio de vida para habaneros como Leopoldo.

Imagen: Mapa de la provincia de Matanzas y sus municipios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario