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martes, 25 de enero de 2011

Lo que trajo el barco


Por Iván García

Lo normal en Cuba es que falten cosas. A fines del 2010, escaseaban los frijoles, el puré de tomate, y la pasta dentífrica. Cuando se pregunta a los bodegueros y vendedores, la respuesta siempre es la misma: “Están esperando el barco”.

Como apenas se fabrican unos pocos artículos, el país depende en alto grado de insumos y materias primas procedentes del extranjero. A falta de una industria y agricultura desarrolladas y debido a su condición de archipiélago, la mayoría de las mercancías llegan a Cuba por vía marítima.

En los puertos cubanos se descargan bisuterías, equipos informáticos y electrodomésticos producidos en China. Al igual que en otras naciones, la gran factoría asiática nos atiborra con sus artículos.

Es comprensible. Lo que la gente de a pie no acaba de entender por qué los mercados locales suelen estar desabastecidos, y cuesta encontrar frutas, hortalizas y carne de cerdo, que por cierto está por las nubes.

La otrora azucarera del mundo, hoy importa la dulce gramínea. Y hasta los mangos y tomates consumidos por los turistas. Cuando se atrasa la cuota mensual de una libra de pollo, otorgada por la cartilla de racionamiento, el rumor que circula siempre es el mismo: “Están esperando el barco”.

La tardanza de navíos también sirve para justificar los 'faltantes' (robos). Los buques de pabellón extranjero contribuyen al sostenimiento discreto del mercado negro. El entramado es sencillo.

De toda la vida, ser estibador en el puerto ha sido un oficio lucrativo. Antes y después de 1959, por la trastienda de los muelles y al amparo de la noche, se roban productos que luego se ofertan por la izquierda.

Desde hace un tiempo, oficiales de las fuerzas armadas -presentes en todos los estamentos de la vida nacional- supervisan con rigor la descarga de mercancías en los puertos.

Así y todo, hay extravíos. Bolsas de leche en polvo donadas por España, pollos de Brasil o arroz de Illinois, que a pesar del embargo es comprado al contado en Estados Unidos. A pocos días de su arribo a la isla, son ofertados en el mercado clandestino.

Hace 20 años, Cuba tenía una marina mercante inusual para un país del tercer mundo. Ahora lo que quedan son moles herrumbrosas en la bahía.

En las calles estrechas y sucias de la parte antigua de La Habana, es habitual tropezar con una legión de mujeres gordas y zalameras ofreciendo pacotilla de tercera. Y con una sonrisa te dicen:
“Es lo último que trajo el barco”.

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