Por Iván García
Joel, 43 años, un gerente corrupto de un centro nocturno habanero, unas semanas atrás estaba enfadado. Ya no tanto. Cierto que debe cumplir una sanción de dos meses separado de su cargo por irregularidades en el manejo de las finanzas del cabaret que administra. Y está perdiendo dinero.
Pero siente alivio. Le pagó 200 pesos convertibles (240 dólares) a un par de matones de un barrio marginal, para que además de una soberana paliza al riguroso y estricto auditor que le aplicó la medida, le cortaran la cara con una navaja de barbero.
Esa noche, Joel estuvo dentro de su auto para observar la bestial golpiza y el rostro ensangrentado de la persona al que culpa por su transitoria desgracia. Como él, tipos solventes en La Habana dirimen sus desavenencias, problemas conyugales o simplemente utilizan matones asalariados para enviar un mensaje de miedo a una persona molesta.
Se ha convertido en una moda. Gilberto, un negro gigantesco y con una complexión física que asusta, ha hecho varios trabajos sucios por encargo.
“Me pagan bien. La víctima no me conoce, lo que hace muy difícil que me atrapen. Por si acaso, siempre me cubro el rostro”, apunta con una calma escalofriante y en detalles cuenta su modo de operar:
“No tiene tanto misterio como en las películas. Es simple. Me hacen una llamada al móvil, y me cito en algun café o parque con el hombre que está dispuesto a pagar una buena suma por golpear a alguien. A veces los clientes son crueles, recuerdo uno que además de una golpiza, quería como trofeo un trozo de oreja”.
Ciertas personas de jugosas entradas, en ocasiones viven rozando la ilegalidad y sus actitudes son mafiosas. Por temor a caer en prisión, pagan bastante dinero para vengarse cuando se sienten agraviados.
Delio es un hombre pálido y con cara de villano que gana plata a manos llenas. Es dueño de un “burle” (casino) ilegal en el corazón de la ciudad. Cuando otras casas de juegos por su zona le hacen competencia y sus clientes disminuyen, Delio se toma la justicia en sus manos.
Ha pagado hasta 500 dólares para que marginales desalmados asalten los casinos 'enemigos'. Además de robarles el dinero, le envían un “recadito” al propietario. Lo mismo puede ser romperle la cabeza con un bate de béisbol, darle un baño de navaja o meterle el dedo en el ano.
Entre quienes suelen buscar los servicios de sicarios locales, se encuentran gerentes, maridos cornudos y tipos dedicados al negocio de putas o drogas.
Todavía esta versión de matones cubanos no te acribilla a balazos en la puerta de tu casa. Eso sí, te suelen partir unos cuantos huesos, dejarte inválido o desfigurarte el rostro.
Aunque han habido acciones más atrevidas. Como lanzar botellas de gasolina ardiendo por la ventana de una vivienda. O violar a un tipo duro, para desprestigiarlo en el bajo mundo. “Yo nunca he violado ni matado a nadie”, aclara el negro Gilberto.
Cuadro: La Jungla, pintado en 1943 por Wifredo Lam.
3 millones por 1 cuadro de Lam
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