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sábado, 27 de noviembre de 2010

Peleas de perros


Por Iván García

Dos cosas excitan sobremanera a Julio César. Ver las dentelladas furiosas y la sangre a manantial en una feroz pelea de perros. Y contar la abundante plata cuando su rottweiler negro azabache destroza a su oponente.
“Centurión, mi perro, ha ganado invicto doce peleas, hoy es la número trece y pienso apostar 1000 pesos cubanos convertibles (800 dólares) a que vence al contrario”, dice con entusiasmo Julio César, a varias personas que se encuentran en la casa donde van a ocurrir las peleas. Un amigo le dice: “Cuidado, que el trece es un número que trae mala suerte". Julio César ríe y responde: “Centurión no cree en cábalas”.
El lugar donde va acontecer el cartel clandestino, es una casona antigua, en las afuera de la ciudad. Debe haber sido construída en los años 20 y tiene un amplio patio techado con tejas.
Alrededor de las paredes, el dueño de la vivienda colocó uno gruesos colchones de poliespuma, para amortiguar los furiosos ladridos de los canes, y para que no se lastimen durante los combates, cuando se golpean con las paredes.
El propietario alquila la casa por el 10 por ciento del dinero que gane el perro vencedor. “Casi siempre gano cerca de 600 pesos cubanos convertibles", dice. Además,vende cervezas a 35 pesos o 1.50 pesos cubanos convertibles (1 dólar y 30 centavos). Pan con jamón a 30 pesos y cajitas de comida a 40 pesos (arroz moro desgranado, un grueso bistec de cerdo y boniatos fritos), a 40 pesos.
Para calentar el ambiente, antes del inicio del cartel, que esa tarde constará de cuatro peleas, se hace la promoción de los perros. Un tipo delgado con una camisa hawaiana y una gorra de béisbol, hace las veces de presentador. A voz en cuello anuncia a los sabuesos, da a conocer sus pedigrís y los combates en los que han participado.
En el patio, cerca de 50 personas toman nota de lo que va diciendo el hombrecillo, para hacer sus fuertes apuestas. El cartel rompe con una pelea entre un par de dobermann bien cebados, debutantes en estas lides.
Luego de un intenso y desgarrador combate cuerpo a cuerpo, uno de ellos deja tendido en la arena a su contrario. Bastante mal herido. La bulla es ensordecedora. Otras dos contiendas espeluznantes ponen al público eufórico.
Cuando llega la pelea de lujo ya las apuestas andan por las nubes. Un señor con unas gafas Ray Ban ahumada apuesta dos mil dólares al perro de Julio César.
El dueño de la casa está algo nervioso y pide a los presentes que aminoren el estruendoso escándalo. “Caballeros, esto es un juego prohibido por la policía, si nos pescan, además de tener que pagar multas, pierden todo el dinero que lleven encima y les quitan los perros, por favor moderen la euforia”.
No se dan por enterados. Carmelo, un viejo patizambo, es el entrenador del rottweiler de Julio César y saca cuentas de lo caro que resulta el adiestramiento de un can de pelea.
“Hay que darle comida de primera, además de buenas medicinas. Un rottweiler de raza recién nacido cuesta 250 dólares y en su preparación se invierten casi mil dólares. Si el can es bravo, el dinero se amortiza en la segunda pelea. Ya Centurión (el perro) está dando muy buenos beneficios”, señala el entrenador mientras fuma un largo y fino tabaco Robaina.
La pelea de Centurión con otro rottweiler fuerte y ágil es trepidante y sangrienta. Las dentelladas de los canes estremecen a muchos. Es penoso observar como existen personas que gozan y lucran con estos espectáculos salvajes, sin la menor compasión hacia los animales.
Al final, el perro de Julio César cae moribundo con la mitad del rostro devorado. “Déjalo que se muera, he perdido mucha plata hoy”, le dice furioso el dueño de Centurión a Carmelo, el entrenador, quien por lástima trata de curarle las heridas.
Imposible. Fue la última batalla de Centurión. Está vez el número trece fue de mala suerte para Julio César.

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