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viernes, 10 de septiembre de 2010

A mano cambiada

Por Iván García

La revolución cubana dejó de existir en 1976. El acta de defunción fue firmada cuando pusieron en vigor una rígida Constitución e institucionalizaron el país con una cuestionable división político-administrativa.
Adiós a la etapa romántica de la improvisación y a un Fidel Castro cargado de carisma, que con su uniforme de campaña, recorría campos y ciudades. Y con un pequeño grupo de escoltas almorzaba en cualquier fonda china. Con un sempiterno tabaco de Vueltabajo y sus gafas de tosca montura, el barbudo gobernaba la isla desde un yipi verde olivo de fabricación rusa.
Lo que vino después fue puro marketing político. Castro siguió administrando el país como un terrateniente dirige su finca. Pero la república entró en la era de los grises planes quinquenales. Con una burocracia descomunal que más que ayudar, entorpecía el desempeño de Cuba.
Se tejió una tupida red de mitos y discursos trillados. Excepto el comandante, que siempre ha estado por encima de las instituciones y las leyes, en la isla se perdió la espontaneidad, la supuesta generosidad y ese humanismo que había descocado a intelectuales europeos.
Con la muerte por decreto de la revolución y el degaste de un régimen absurdo e ineficiente, comenzó la estampida de los antiguos aduladores del proyecto fidelista.
Castro ya no caminaba tranquilamente por las calles de la parte vieja de La Habana ni desayunaba en cafetines de medio pelo. Ya no era un ser humano. Se creyó un Dios. Rodeado del séquito más numeroso tenido jamás por un líder hasta entonces.
Fidel hablaba de la explotación del hombre por hombre y pagaba salarios de miseria a sus obreros. Condenaba las guerras de rapiña del imperialismo yanqui contra las naciones del Tercer Mundo, pero en 1978, durante la guerra civil de Etiopía y Somalia, apoyó al dictador Mengistu Haile Mariam. Sólo porque éste seguía los lineamientos de Moscú, entonces fiel aliado.
Se inmiscuyó en guerras civiles y tribales de África. En nombre de la revolución y el internacionalismo proletario, enroló a miles de militares cubanos en numerosas aventuras bélicas.
Deseando ser la bandera de la izquierda mundial, Fidel Castro y los gobernantes bajo su mando, se despreocuparon de la economía. Practicando un proyecto político y económico rígido, exportado de la antigua URSS, convirtieron a la isla en una de las naciones más pobres del continente americano.
En teoría, el socialismo tropical es generoso, productivo y humano. Pero en la práctica no funciona. La revolución mundial es un chiste de mal gusto para el cubano de a pie, que cada día desayuna café sin leche.
Cuba hoy es un juego virtual. La realidad da al traste con tanta demagogia. La gente vive mal y quiere vivir bien. Tiene la nevera vacía y desea tenerla llena. En el armario, ropa y zapatos viejos, y por las noches el calor no deja dormir.
Lo cubanos del tercer milenio aspiran a tener aire acondicionado, ver televisión por cable, poder comprar ordenadores, conectarse a internet las 24 horas o viajar al exterior sin permiso de salida. El régimen no quiere -o no sabe- cómo lograr que la población tenga una vida decente.
Al general Raúl Castro, actual mandatario, le han dado una verdadera papa caliente. Un país en bancarrota, miles de cubanos disgustados con el status quo y una carreta de consignas y lemas que se han convertido en gastados clichés.
Para cambiar el estado de cosas hay que derribar el edificio. Dejarlo en los cimientos. Castro II lo intenta. Se ha sentado a negociar con la iglesia católica. Y ha abierto un poco la compuerta, tratando de deportar al mayor número de los disidentes encarcelados en 2003.
Cuba es puro espejismo. Muchos de los mandarines criollos exigen sacrificio y ahorro, pero toman Coca-Cola Diet en sus residencias climatizadas. Lo único novedoso del sistema cubano es que no fue implantado por los tanques rusos.
Después que Fidel Castro se alió a la ideología comunista, la isla comenzó a dar marcha atrás.
El paño de lágrimas de los actuales dirigentes cubanos es la "maldad" de Estados Unidos y la Unión Europea. Mientras hablan de la añorada rebelión izquierdista mundial, intentan hacer negocios con empresarios occidentales y mandan a comprar en Tokio, Nueva York, Londres o Madrid el último grito de la electrónica.
La revolución cubana murió en 1976. En 2010 se mantienen fotos de Fidel Castro y Carlos Marx en los despachos oficiales. Pero a hurtadillas leen los consejos de gurús como Alan Greenspan o George Soros. En Cuba se vive a mano cambiada.

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