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domingo, 19 de septiembre de 2010

El exguerrillero y la jinetera

Por Iván García
Enrique, 77 años, es un hombre rencoroso y triste. Se siente traicionado por la revolución de Fidel Castro. Ahora mismo camina despacio por los portales del mercado de Cuatro Caminos, en Centro Habana, vendiendo jabas (bolsos) de nailon a peso.
El calor es intenso. Piñón se sienta en un muro derruido. Un grupo de tres ancianas y dos negros canosos lo espantan del sitio. “Oye, viejo, este lugar es nuestro, vete a vender jabas a otra parte”, le dicen con abierta violencia verbal.
Ya de noche, en la diminuta sala de su casa, una cuartería en la barriada habanera de Cayo Hueso, luego de una cena frugal a base de dos cucharones de arroz, boniato hervido y enchilado de claria o pez gato, Enrique estira sus piernas colmadas de várices y se sienta a ver un partido del mundial de fútbol.
Es un tipo resentido. Toda su vida la dedicó a la causa revolucionaria. Peleó en la Sierra Maestra y después que en 1959, Castro tomara el poder fusil en mano, participó en aventuras militares en el continente africano.
Cree que se merecía más. “Hay quien no disparó un tiro y hoy vive a cuerpo de rey. Yo arriesgué mi vida por esta revolución. Y lo menos que debiera tener es una buena jubilación y una casa decente”, dice con los ojos llorosos.
Lo peor de personas como Enrique es que la magra pensión de jubilados no les alcanza para comprar moneda dura. Y él no tiene parientes en el extranjero. Uno de sus paseos habituales es ir, junto a su esposa, a ver zapatos de calidad y televisores modernos tras las vidrieras de tiendas recaudadoras de divisas.
Los dólares, euros o pesos cubanos convertibles es algo que apenas conoce el antiguo revolucionario. “Nunca he tenido en mis manos un billete de cien ni de cincuenta dólares”.
Esos mismos billetes que el viejo Enrique extraña, le sobran a Dianelis, 26 años, una mulata que hace voltear la cabeza a su paso. Hace rato que ella no cree en la revolución de los Castro. Reside en un apartamento amueblado con gusto, cerca de la cuartería donde vive Enrique.
Dianelis es una jinetera de nivel. Habla tres idiomas y es graduada de Historia del Arte. Durante sus años de estudio en la Universidad de La Habana, discretamente salía con dos amigas, a ligar un “yuma” (extranjero). Y lo logró. Se casó y vive en Italia. Viaja a Cuba dos veces al año, a gastar plata y complacer a su familia. Es el argot popular, es una "triunfadora".
Esa clase de cubanos que Enrique considera de baja calaña. “Aunque se vista de seda, puta se queda”, dice el viejo. Sucede que en la isla los "triunfadores" o personas solventes, nunca han estado al lado de la revolución. Todo lo contrario. En cuanto pueden, se marchan de su patria, y a los pocos años, regresan alquilando coches Audi y cenando en los mejores restaurantes de La Habana.
Cosas que no puede soportar el exguerrillero Enrique. “Quién iba a decir que todo mi sacrificio fue en vano. Que putas, chulos, pingueros y 'gusanos' (emigrantes) iban a ser los salvadores de la economía cubana. Todo es una mierda. Fidel Castro tiene la culpa. Nos engañó con aquello del hombre nuevo, pero hoy en Cuba viven mejor los que nunca lo aplaudieron. A lo que hemos llegado. Los héroes vendiendo jabas de nailon las putas, los 'bisneros' (negociantes) y los 'gusanos' aportando divisas al país”, confiesa lleno de cólera.
Por mucho que le expliquen, el anciano no puede comprender. Al rayar el alba, él tiene que levantarse a vender jabas de nailon por la calle. A esa misma hora, por su lado pasa Dianelis, oliendo a una fragancia exclusiva después de una noche de farras.
Historias de revolucionarios frustrados y prostitutas de éxito hay cientos en Cuba. Tal vez demasiadas.

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