Por Luis Felipe Rojas
Amelio Rodríguez recorre con pesar lo que fueron los cines de su adolescencia. Los cristales de la entrada en los que vio por primera vez a Audrey Hepburn han sido sustituidos por paneles de madera contrachapada. Ha pasado una década desde que distintas instancias gubernamentales forcejearan por rescatar algunas salas, pero la intención ha caído en el olvido.
Treinta y un años después de iniciada la política de módulos culturales en cada comunidad (cine, casa de cultura, biblioteca, museo y librería), los encargados de aquella cacareada política de finales de los años 70 van cediendo ante la dejadez de sus máximos responsables. "Eso que ves ahí era el cine Baría, el cine de estreno de la ciudad de Holguín", dice Amelio y apunta hacia el cartel de la puerta, que anuncia un concierto de hip-hop, cócteles y música indirecta en lo que ahora llaman La Sandunguera, en referencia a la famosa pieza de los Van Van. Amelio agrega: "Ellos, los del gobierno, desmontan y vuelven a desmontar cuanto les dé la gana".
La alerta ha llegado con la orientación del Ministerio de Cultura de darle "solución" a la situación de los cines municipales, esto es, hacerlos rentables a toda costa, o entregarlos mediante contrato a la empresa que los quiera utilizar de mejor manera.
Cuando los cines empezaron a caerse a pedazos, la voz de alarma corrió hacia las direcciones provinciales de cultura y, en última instancia, hacia el ICAIC (Instituto cubano del Arte y la Industria Cinematográficas), pero ya era demasiado tarde.
"Ya es tarde para revivir lo que han ido matando poco a poco", dice Aracelis, quien fuera proyeccionista durante veinte años en un cine holguinero. "Primero dejaron de traer películas de 35 mm y después se aparecieron con las Salas de Video. Nos hicieron la competencia y no nos potenciaron, pero se trataba de una tarea de la revolución".
En San Germán, Cueto y Antilla, cines de gran capacidad y antaño en buenas condiciones, se han desplomado. Los patios de butacas han sido desvalijados y las filtraciones de agua por el techo y paredes se ocupan de acabar con lo poco que queda.
En ocasiones, las salas han servido para las contínuas reuniones de organismos y empresas del Estado y las direcciones municipales del partido comunista. A veces, acondicionadas a media máquina, han acogido cumpleaños infantiles y otras festividades. Jamás, eso sí, han recibido un empuje para el fin originario, la proyección cinematográfica.
Ahora, en medio de la crisis económica, el ICAIC, a través de las direcciones provinciales de cine, ha dejado claro que no tiene presupuesto para reparaciones. Y al traspasar estas instituciones a la dirección de cultura, ha determinado que las salas que no sean rentables o produzcan menos que el salario de sus trabajadores, deben ser descontinuadas.
"Yo vi romper la puerta del Baría por la aglomeración de jóvenes para ver el estreno de una película de Bruce Lee. Tuvo que venir la policía. A la gente le gustaba la pantalla grande. Después vinieron las salas de video y ahora los dvd, pero para nada han favorecido a los cines, eso no le importa a nadie en el gobierno", concluye Aracelis.
Halado por un tractor, un carromato resguardado en metal recorría las localidades más apartadas para proyectar filmes en formato de 16 mm. Eran casi siempre películas soviéticas o del campo socialista, pero constituían una alternativa ante el bajo nivel de electrificación del país.
"Después vinieron los televisores de barrio", recuerda Rafael, que ahora termina sus años laborales como custodio de una empresa de construcción. "En un pedestal con una caja de cemento ponían un aparato y veíamos las películas y los seriales, eso fue una alternativa para quienes no teníamos nada".
A partir de la década del 90, como parte de la "batalla de ideas" y de la idea de "los cien programas de la revolución", las salas de televisión y video abrieron sus puertas en cientos de comunidades, con un televisor y una videocasetera, que a la sazón resolvía temporalmente para aquéllos que ni tenían un cine (porque ya no funcionaba) ni los medios para llegar a la parte urbana de sus municipios.
Pero el cambio de tecnología volvió a dejarlos a la deriva. Los centros provinciales cinematográficos, los comités municipales de la juventud comunista y las dependencias de Cultura en esos territorios no podían (han dicho) suplir las cintas de video por dvd, ni comprar los nuevos equipos de reproducción.
"Después del 2000, cuando empezaron las salas, lo vi con buenos ojos, pero enseguida bajaron una orientación de que los coordinadores de salas de TV -mi hija fue una de las primeras empleadas- tenían que reunir a los vecinos, ver la mesa redonda y el noticiero tres veces a la semana, y sólo entonces empezaban las tandas de películas", comenta Rafael.
Y agrega que pronto empezaron los problemas, pues los bancos particulares de películas tenían mejores ofertas y los inspectores de cultura "siempre estaban amenazando por los alquileres fuera del listado oficial que ellos presentaban y que no actualizaban nunca".
Ni el carromato con los noticieros ICAIC y las películas soviéticas de la Segunda Guerra Mundial, ni las politizadas salas de TV y video han podido salvar el tedio de la gente de barrio en provincias.
Y ahora que los cines están sirviendo como locales de ensayo, salas asamblearias y otros menesteres, Rafael lo tiene claro: "Esta gente ni come ni deja comer".
"Yo vi romper la puerta del Baría por la aglomeración de jóvenes para ver el estreno de una película de Bruce Lee. Tuvo que venir la policía. A la gente le gustaba la pantalla grande. Después vinieron las salas de video y ahora los dvd, pero para nada han favorecido a los cines, eso no le importa a nadie en el gobierno", concluye Aracelis.
Halado por un tractor, un carromato resguardado en metal recorría las localidades más apartadas para proyectar filmes en formato de 16 mm. Eran casi siempre películas soviéticas o del campo socialista, pero constituían una alternativa ante el bajo nivel de electrificación del país.
"Después vinieron los televisores de barrio", recuerda Rafael, que ahora termina sus años laborales como custodio de una empresa de construcción. "En un pedestal con una caja de cemento ponían un aparato y veíamos las películas y los seriales, eso fue una alternativa para quienes no teníamos nada".
A partir de la década del 90, como parte de la "batalla de ideas" y de la idea de "los cien programas de la revolución", las salas de televisión y video abrieron sus puertas en cientos de comunidades, con un televisor y una videocasetera, que a la sazón resolvía temporalmente para aquéllos que ni tenían un cine (porque ya no funcionaba) ni los medios para llegar a la parte urbana de sus municipios.
Pero el cambio de tecnología volvió a dejarlos a la deriva. Los centros provinciales cinematográficos, los comités municipales de la juventud comunista y las dependencias de Cultura en esos territorios no podían (han dicho) suplir las cintas de video por dvd, ni comprar los nuevos equipos de reproducción.
"Después del 2000, cuando empezaron las salas, lo vi con buenos ojos, pero enseguida bajaron una orientación de que los coordinadores de salas de TV -mi hija fue una de las primeras empleadas- tenían que reunir a los vecinos, ver la mesa redonda y el noticiero tres veces a la semana, y sólo entonces empezaban las tandas de películas", comenta Rafael.
Y agrega que pronto empezaron los problemas, pues los bancos particulares de películas tenían mejores ofertas y los inspectores de cultura "siempre estaban amenazando por los alquileres fuera del listado oficial que ellos presentaban y que no actualizaban nunca".
Ni el carromato con los noticieros ICAIC y las películas soviéticas de la Segunda Guerra Mundial, ni las politizadas salas de TV y video han podido salvar el tedio de la gente de barrio en provincias.
Y ahora que los cines están sirviendo como locales de ensayo, salas asamblearias y otros menesteres, Rafael lo tiene claro: "Esta gente ni come ni deja comer".
Diario de Cuba, 9 de mayo de 2010
Foto: Allan Grant, Life. Audrey Hepburn retratada en Hollywood, el 8 de marzo de 1956.
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