Por Michel Suárez
Dijo lo que los cubanos querían escuchar. Doce años después de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, en la isla siguen recordando aquellas palabras del arzobispo de Santiago de Cuba, Pedro Meurice Estiú.
En momentos en que el régimen de La Habana utiliza a la iglesia católica para mediar con las Damas de Blanco y una posible liberación de presos políticos, entre otros temas relacionados con la oposición en la isla, es justo recordar a Pedro Meurice.
Cuando en enero de 1998 de la RTP de Portugal me entrevistaron en mi casa, por mi condición de periodista independiente, no sospechaba que iba a aparecer en un programa especial y donde yo saldría junto con el entonces arzobispo Pedro Meurice y el Nobel de Literatura, José Saramago.
El 18 de febrero de 2007, antes de pasar a retiro, Meurice pronunció un discurso de despedida, que no perdido vigencia tres años después.
De los textos encontrados en internet, he escogido para reproducir, el del periodista santiaguero Michel Suárez, publicado el 13 de febrero de 2007 en Cubaencuentro.
Tania Quintero.
Tania Quintero.
Fin del ciclo: Retiro del Arzobispo Pedro Meurice
Benedicto XVI acaba de aceptar la renuncia de Pedro Claro Meurice Estiú como arzobispo de Santiago de Cuba. Su retiro, que entra dentro de la normalidad del Derecho Canónico, trasciende con mucho la burocracia vaticana y reinstala el debate sobre el papel de la Iglesia cubana en la situación actual. Para muchos, con la retirada del "horcón político" del catolicismo nacional, termina un ciclo marcado por su impronta, pero comienza otro cuyos referentes aún están por encontrarse.
A este hombre, conservador en los aspectos morales y dogmáticos de la Iglesia -como no podía ser de otro modo- y al mismo tiempo temerario defensor de la libertad y los derechos humanos, no puede evaluársele cabalmente si no se añade al análisis un complemento de su personalidad: Meurice es una persona tímida y austera, huidizo de la publicidad y de los periodistas, amante de la tranquilidad y del segundo plano; aunque en un clima nacional especialmente insípido y uniforme parezca justamente lo contrario.
De otro modo no puede entenderse su rechazo a ocupar la Arquidiócesis de La Habana en 1981, según cuentan, de la cual ya era administrador apostólico desde el año anterior. Luego vendría desde Pinar del Río, Jaime Ortega Alamino.
Con todo, la imagen y el sonido del 24 de enero de 1998 frente a Juan Pablo II, en la plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba, forma parte de su historia personal, pero también de la historia de la Iglesia local, críticos y admiradores de por medio.
"Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología (…) Santo Padre, durante años este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que esa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nacion...".
Meurice comenzó el gobierno de la arquidiócesis de Santiago de Cuba el 9 de septiembre de 1970, aunque desde 1967 se desempeñaba como obispo auxiliar de la misma. Sustituyó a otro puntal de la Iglesia cubana, Enrique Pérez Serantes. Con su retirada quedan en la memoria dos momentos significativos: su papel en la redacción de la carta pastoral El amor todo lo espera, de 1993, y el ya citado polémico discurso de bienvenida al papa Juan Pablo II en 1998. Seguramente tuvo muchos más, pero ninguno como los anteriores traspasó la frontera de lo estrictamente religioso para llegar incluso a un público no creyente, a pesar del bloqueo informativo del gobierno.
Será difícil olvidar su paso por la Catedral Metropolitana de Santiago de Cuba. Sobre todo, porque antepuso su derecho a la libertad de expresión y a denunciar el deterioro político, económico y social de la Isla -en resumen, la defensa literal de su rebaño-, el malabarismo de sobrevivir sorteando y callando. Apostó primero por los parroquianos y luego por la supervivencia de la parroquia; no al revés, como lastimosamente ha ocurrido en más de un caso.
Pero, ¿quién dice que haciendo lo primero también no garantizaba al mismo tiempo lo segundo?
Cuando el castrismo no sea más que un largo capítulo de cualquier libro de historia, los juicios sobre el papel de la Iglesia serán colectivos e individuales. De la percepción que se desprenda de esta correlación quedará dilucidado su prestigio.
Siendo la única organización realmente independiente en los últimos 50 años, no es poca la ayuda prestada a los ciudadanos. Ha sido la farmacia del pueblo, el sitio de acogida para las minorías, la única voz que les ha defendido públicamente.
Es cierto que en sus dos mil años de historia la Iglesia Católica ha demostrado cómo sobrevivir a los peores tiempos. Unas veces con mucho valor y estrategias diplomáticas; otras con espeluznantes pactos de aprobación y silencio. ¿Pérdida o ganancia?
La actitud del hoy arzobispo emérito ha sido, lamentablemente, minoritaria. Su duro discurso de 1998 ante el Papa y Raúl Castro le supuso varias situaciones embarazosas. Pocos días después de aquella misa, el partido comunista le citó para un análisis sobre el cual el propio Meurice ha evitado referencia alguna desde entonces.
Años después, durante la teatral Celebración Ecuménica Cubana, auspiciada por el Consejo de Iglesias (protestantes), los representantes del partido comunista dejaron escapar, en privado, su confianza en la "responsabilidad" de los oradores, porque "todo el mundo sabe las consecuencias que trajo para el obispo Meurice aquel agresivo discurso cuando el viaje del Papa".
Como se conoce, Santiago de Cuba es una de las pocas diócesis del país en las que no se celebran procesiones públicas (ni siquiera en el Santuario Nacional de El Cobre), ni mucho menos se autorizan mensajes radiofónicos en fechas señaladas. (Por cierto, el nuevo arzobispo es uno de los "autorizados" en este sentido por la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista).
Si dichas prohibiciones (que se relajaron para otros, pero se recrudecieron en el caso santiaguero) se analizan literalmente, pudiera inferirse de ellas que la posición vertical de Meurice representó un coste para la labor evangelizadora de la Iglesia. De hecho, así se le valoró en no pocos círculos eclesiales, dentro y fuera de la Isla.
Pero ante lo que han "ganado" algunos por mirar hacia otro lado, mientras iban y venían palizas contra ciudadanos cubanos -muchos de ellos laicos, fieles y activistas católicos-, dicha evangelización no se sustenta bajo ningún criterio cristiano.
Años después, durante la teatral Celebración Ecuménica Cubana, auspiciada por el Consejo de Iglesias (protestantes), los representantes del partido comunista dejaron escapar, en privado, su confianza en la "responsabilidad" de los oradores, porque "todo el mundo sabe las consecuencias que trajo para el obispo Meurice aquel agresivo discurso cuando el viaje del Papa".
Como se conoce, Santiago de Cuba es una de las pocas diócesis del país en las que no se celebran procesiones públicas (ni siquiera en el Santuario Nacional de El Cobre), ni mucho menos se autorizan mensajes radiofónicos en fechas señaladas. (Por cierto, el nuevo arzobispo es uno de los "autorizados" en este sentido por la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista).
Si dichas prohibiciones (que se relajaron para otros, pero se recrudecieron en el caso santiaguero) se analizan literalmente, pudiera inferirse de ellas que la posición vertical de Meurice representó un coste para la labor evangelizadora de la Iglesia. De hecho, así se le valoró en no pocos círculos eclesiales, dentro y fuera de la Isla.
Pero ante lo que han "ganado" algunos por mirar hacia otro lado, mientras iban y venían palizas contra ciudadanos cubanos -muchos de ellos laicos, fieles y activistas católicos-, dicha evangelización no se sustenta bajo ningún criterio cristiano.
Habrá que ver cómo la historia y los ciudadanos recordarán a Meurice dentro de 50 años: si como el hombre que actuó en correspondencia con el período que le tocó vivir y casi se hace mártir, o el que puso en peligro la continuidad de la Iglesia en Santiago de Cuba. ¿Habrá acaso un término medio?
En el año 2003, durante su homilía de Navidad, Meurice retomó algunas de las ideas de su discurso ante Juan Pablo II, demostrando que a pesar de la guerra abierta en su contra por propios y extraños, no estaba dispuesto a transigir:
"Cuando el falso mesianismo se mete en la cabeza de un pueblo, se pretende potenciar a ese pueblo para que tome conciencia de ser un pueblo mesiánico (…) Eso lo pretendieron a sangre y fuego los nazis y también lo intentaron después los comunistas. Esta no es historia ajena, es historia nuestra. Ahora con sus matices lo estamos viviendo, ese mesianismo, lo estamos viviendo. Basta con leer la prensa, oír la radio o ver la televisión (…) Los mesianismos, los falsos mesianismos. ¿Qué quiere decir esto? Tiene que ver con la vida y tiene que ver con la muerte; pues el que da un patinazo en esto pierde la vida, y el pueblo que juega con esto pierde la vida…".
Sin embargo, su maltrecha salud, la falta de apoyos y la inmovilidad de la situación del país terminaron por agotarlo en los últimos cuatro años. Fieles cercanos hablaban de un cansancio secular, de un sentimiento de impotencia.
Aunque estaba obligado a hacerlo por límite de edad, no lo pensó dos veces para solicitar su renuncia al Papa. Estaba exhausto.
Su obra religiosa no ha sido poca: 52 años de sacerdocio, 40 como obispo -de ellos, 37 al frente de una demarcación compleja. Bajo su administración se erigieron las diócesis sufragáneas de Holguín (1979), Bayamo-Manzanillo (1995) y Guantánamo-Baracoa (1998), territorios que antes pertenecían a la arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Mucho tendrá que trabajar el nuevo arzobispo, Dionisio García Ibáñez, para igualar o superar el listón dejado por Pérez Serantes y Pedro Meurice. Santiago de Cuba es una plaza difícil. Cualquiera que sea la política del nuevo prelado, los referentes históricos están a la mano.
"Cuando el falso mesianismo se mete en la cabeza de un pueblo, se pretende potenciar a ese pueblo para que tome conciencia de ser un pueblo mesiánico (…) Eso lo pretendieron a sangre y fuego los nazis y también lo intentaron después los comunistas. Esta no es historia ajena, es historia nuestra. Ahora con sus matices lo estamos viviendo, ese mesianismo, lo estamos viviendo. Basta con leer la prensa, oír la radio o ver la televisión (…) Los mesianismos, los falsos mesianismos. ¿Qué quiere decir esto? Tiene que ver con la vida y tiene que ver con la muerte; pues el que da un patinazo en esto pierde la vida, y el pueblo que juega con esto pierde la vida…".
Sin embargo, su maltrecha salud, la falta de apoyos y la inmovilidad de la situación del país terminaron por agotarlo en los últimos cuatro años. Fieles cercanos hablaban de un cansancio secular, de un sentimiento de impotencia.
Aunque estaba obligado a hacerlo por límite de edad, no lo pensó dos veces para solicitar su renuncia al Papa. Estaba exhausto.
Su obra religiosa no ha sido poca: 52 años de sacerdocio, 40 como obispo -de ellos, 37 al frente de una demarcación compleja. Bajo su administración se erigieron las diócesis sufragáneas de Holguín (1979), Bayamo-Manzanillo (1995) y Guantánamo-Baracoa (1998), territorios que antes pertenecían a la arquidiócesis de Santiago de Cuba.
Mucho tendrá que trabajar el nuevo arzobispo, Dionisio García Ibáñez, para igualar o superar el listón dejado por Pérez Serantes y Pedro Meurice. Santiago de Cuba es una plaza difícil. Cualquiera que sea la política del nuevo prelado, los referentes históricos están a la mano.
De momento, Meurice se retirará de la administración pero no de la vida pública, ni de su dignidad arzobispal. En la Basílica de El Cobre, junto a la Patrona, le espera su nueva casa.
donde puedo conseguir las palabras de este sacerdote en la misa del papa??
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