Por Fernando García
Mediodía de un domingo en La Habana. Un hombre de unos 30 años mal llevados se acerca tambaleante al punto donde conversamos con el pastor Raúl Suárez. Estamos ante la iglesia bautista Ebenezer, en el populoso barrio de Marianao, antes de que comience el culto dominical.
"Reverendo, llevaba un año sin tomar (beber), pero anoche caí. Mi hermana me encerró aunque soy epiléptico. ¿Y si me da un ataque?", dice el hombre. El religioso le da una palmada en el hombro: "La próxima vez piénsatelo antes del primer buche (trago), ¿oká?".
La caída de la URSS en 1991 representó para los cubanos el fin del dogma del socialismo invencible, al tiempo que ocasionó una crisis brutal en la isla. La gente buscó y encontró en la fe los referentes y asideros necesarios para reemplazar los paradigmas derrumbados. Un estudio elaborado en 1989 había demostrado que el 80 por ciento de los isleños tenía alguna creencia religiosa.
El Gobierno se rindió a la evidencia y, en 1992, cambió la Constitución. El Estado dejó de ser ateo, se hizo laico y consagró la libertad religiosa. De repente, había que hacer cola para bautizarse o apuntarse a una congregación. Y aquel mismo año se legalizó la Asociación Cultural Yoruba, aglutinador oficial de los santeros.
En poco tiempo, el índice de bautizos católicos pasó del 18 al 47 por ciento de los nacidos. Y al comenzar el nuevo siglo alcanzó el actual 60 por ciento sobre la población total, si bien la Iglesia estima en un 5 por ciento la porción de practicantes. La feligresía protestante pasó del 1,5 por ciento a mediados de los 80 a más del 3 por ciento en los 90, aunque algunas iglesias pentecostales cuadruplicaron sus miembros. En la década que ahora termina el crecimiento se moderó. Pero las instituciones religiosas aumentaron su influencia y la pluralidad de sus propuestas.
El beodo de la historia inicial entra en la capilla. Suárez, pastor desde hace 50 años y diputado desde hace 17, sigue ilustrándonos sobre la rápida expansión de religiones y creencias en Cuba. Templos y oratorios de todas clases, desde ostentosas iglesias hasta chiringuitos del rezo, surgen a diario aquí y allá, dice.
El fenómeno viene propiciado por las "casas culto" que Fidel Castro permitió abrir casi en cualquier local para paliar la escasez de lugares de oración y los problemas de transporte. La fórmula se aprobó en 1990, precisamente a raíz de una carta firmada por Suárez como líder del Consejo de Iglesias de Cuba en aquel entonces. Hoy existen más de 3 mil de esas casas legalizadas y nadie sabe cuántas clandestinas.
A la misma hora en que Suárez nos habla de la evolución de las congregaciones religiosas y la feroz competencia entre ellas, el cardenal cubano y arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, anuncia un hecho extraordinario durante la misa que él mismo ha decidido oficiar en la parroquia de Santa Rita, del barrio de Miramar: a petición suya, Raúl Castro ha autorizado a las Damas de Blanco -madres y esposas de presos políticos- a desfilar por las calles sin que brigadas de grupos oficialistas se lo impidan con sus "actos de repudio" y acoso. No es sólo una excelente noticia, sino un acontecimiento de gran calado.
La religión avanza con brío en la isla socialista. Crecen las expresiones de fe y la práctica de ritos espirituales. Crecen la predicación y el predicamento de las instituciones. No es un crecimiento nuevo, pero la crisis y la situación política del país lo han intensificado en los últimos tiempos.
El cristianismo se lleva la palma. Católicos y protestantes se reparten un pastel cada día más suculento de influencia ante la sociedad y sus dirigentes. La Iglesia católica gana enteros en las opciones de un futuro que reclama conciliaciones y reconciliaciones.
El éxito del arzobispo en el conflicto de las Damas de Blanco se consideró en algunos medios diplomáticos "tan importante como la visita de Juan Pablo II a la isla" en 1998.
Sin llegar a tanto, el sociólogo y estudioso del catolicismo en Cuba, Aurelio Alonso, opina que la bendita intervención del cardenal "abrió un espacio que trasciende las relaciones Iglesia-Estado". ¿Cómo? Sin pedir al Gobierno más que lo que cabía esperar de él, el arzobispado asumió en favor de las manifestantes "una entidad institucional que el Estado no podía reconocerles a ellas".
Al aceptar el juego y el trato, el Ejecutivo otorgó a la Iglesia un papel de árbitro ante la disidencia que nadie había tenido. Un papel que en este nacionalista y orgulloso país resulta más incómodo conceder a otros actores diplomáticos. Como España, nación cercana, pero también ex potencia colonial.
Cuatro días después del acuerdo con las Damas, el arzobispado hacía otro anuncio inesperado. El canciller del Vaticano, Dominique Mamberti, viajaría a La Habana en junio, para presidir una Semana Social Católica sobre "el acontecer nacional" con intervención de ponentes no católicos. Mamberti inaugurará la reunión con una conferencia sobre Estado y laicidad en el aula magna de la universidad, reservada a los invitados mejor recibidos.
El resto de iglesias monoteístas también recibieron hace unas semanas un significativo espaldarazo, mediante la celebración, con asistencia de Raúl Castro, del vigésimo aniversario del histórico encuentro que Fidel mantuvo con los líderes protestantes, evangélicos y de la comunidad hebrea. La reunión conmemorativa tuvo lugar al inicio de toda una revolución religiosa en los márgenes de la revolución castrista.
Dos decenios después, las iglesias tradicionales ya no tercian sólo con las creencias ancestrales, sino con una formidable proliferación de credos de muy diversa índole. Con tal de conquistar almas, algunos predicadores pueden adaptar su discurso u ofrecer incentivos materiales.
Cuenta una especialista del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), Ana Celia Perera, que hace unos años se detectó a varios "hombres del maletín" que, junto a su auxilio espiritual, andaban ofreciendo "desde jabones hasta frigoríficos" por la sierra del Escambray.
El Partido Comunista quiso saber qué estaba pasando y, en el 2006, encargó al CIPS un estudio que aún está en fase de cocina estadística. De momento, parece claro, según la socióloga, que muchos cubanos hallan en la religión respuestas y espacios alternativos a los que les ofrecen las instituciones del socialismo oficial.
En plena época de crisis de afiliación al Partido y la Juventud Comunista, preocupa la "ruptura de la cohesión social" que algunas vías religiosas pueden fomentar. Máxime cuando "la mayoría de los fieles ha transitado por dos o más prácticas religiosas".
Qué paradoja. En Cuba, la fe ya no es el opio del pueblo sino un arma de doble filo. Inquieta, pero brinda valiosos servicios.
El Gobierno se rindió a la evidencia y, en 1992, cambió la Constitución. El Estado dejó de ser ateo, se hizo laico y consagró la libertad religiosa. De repente, había que hacer cola para bautizarse o apuntarse a una congregación. Y aquel mismo año se legalizó la Asociación Cultural Yoruba, aglutinador oficial de los santeros.
En poco tiempo, el índice de bautizos católicos pasó del 18 al 47 por ciento de los nacidos. Y al comenzar el nuevo siglo alcanzó el actual 60 por ciento sobre la población total, si bien la Iglesia estima en un 5 por ciento la porción de practicantes. La feligresía protestante pasó del 1,5 por ciento a mediados de los 80 a más del 3 por ciento en los 90, aunque algunas iglesias pentecostales cuadruplicaron sus miembros. En la década que ahora termina el crecimiento se moderó. Pero las instituciones religiosas aumentaron su influencia y la pluralidad de sus propuestas.
El beodo de la historia inicial entra en la capilla. Suárez, pastor desde hace 50 años y diputado desde hace 17, sigue ilustrándonos sobre la rápida expansión de religiones y creencias en Cuba. Templos y oratorios de todas clases, desde ostentosas iglesias hasta chiringuitos del rezo, surgen a diario aquí y allá, dice.
El fenómeno viene propiciado por las "casas culto" que Fidel Castro permitió abrir casi en cualquier local para paliar la escasez de lugares de oración y los problemas de transporte. La fórmula se aprobó en 1990, precisamente a raíz de una carta firmada por Suárez como líder del Consejo de Iglesias de Cuba en aquel entonces. Hoy existen más de 3 mil de esas casas legalizadas y nadie sabe cuántas clandestinas.
A la misma hora en que Suárez nos habla de la evolución de las congregaciones religiosas y la feroz competencia entre ellas, el cardenal cubano y arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, anuncia un hecho extraordinario durante la misa que él mismo ha decidido oficiar en la parroquia de Santa Rita, del barrio de Miramar: a petición suya, Raúl Castro ha autorizado a las Damas de Blanco -madres y esposas de presos políticos- a desfilar por las calles sin que brigadas de grupos oficialistas se lo impidan con sus "actos de repudio" y acoso. No es sólo una excelente noticia, sino un acontecimiento de gran calado.
La religión avanza con brío en la isla socialista. Crecen las expresiones de fe y la práctica de ritos espirituales. Crecen la predicación y el predicamento de las instituciones. No es un crecimiento nuevo, pero la crisis y la situación política del país lo han intensificado en los últimos tiempos.
El cristianismo se lleva la palma. Católicos y protestantes se reparten un pastel cada día más suculento de influencia ante la sociedad y sus dirigentes. La Iglesia católica gana enteros en las opciones de un futuro que reclama conciliaciones y reconciliaciones.
El éxito del arzobispo en el conflicto de las Damas de Blanco se consideró en algunos medios diplomáticos "tan importante como la visita de Juan Pablo II a la isla" en 1998.
Sin llegar a tanto, el sociólogo y estudioso del catolicismo en Cuba, Aurelio Alonso, opina que la bendita intervención del cardenal "abrió un espacio que trasciende las relaciones Iglesia-Estado". ¿Cómo? Sin pedir al Gobierno más que lo que cabía esperar de él, el arzobispado asumió en favor de las manifestantes "una entidad institucional que el Estado no podía reconocerles a ellas".
Al aceptar el juego y el trato, el Ejecutivo otorgó a la Iglesia un papel de árbitro ante la disidencia que nadie había tenido. Un papel que en este nacionalista y orgulloso país resulta más incómodo conceder a otros actores diplomáticos. Como España, nación cercana, pero también ex potencia colonial.
Cuatro días después del acuerdo con las Damas, el arzobispado hacía otro anuncio inesperado. El canciller del Vaticano, Dominique Mamberti, viajaría a La Habana en junio, para presidir una Semana Social Católica sobre "el acontecer nacional" con intervención de ponentes no católicos. Mamberti inaugurará la reunión con una conferencia sobre Estado y laicidad en el aula magna de la universidad, reservada a los invitados mejor recibidos.
El resto de iglesias monoteístas también recibieron hace unas semanas un significativo espaldarazo, mediante la celebración, con asistencia de Raúl Castro, del vigésimo aniversario del histórico encuentro que Fidel mantuvo con los líderes protestantes, evangélicos y de la comunidad hebrea. La reunión conmemorativa tuvo lugar al inicio de toda una revolución religiosa en los márgenes de la revolución castrista.
Dos decenios después, las iglesias tradicionales ya no tercian sólo con las creencias ancestrales, sino con una formidable proliferación de credos de muy diversa índole. Con tal de conquistar almas, algunos predicadores pueden adaptar su discurso u ofrecer incentivos materiales.
Cuenta una especialista del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), Ana Celia Perera, que hace unos años se detectó a varios "hombres del maletín" que, junto a su auxilio espiritual, andaban ofreciendo "desde jabones hasta frigoríficos" por la sierra del Escambray.
El Partido Comunista quiso saber qué estaba pasando y, en el 2006, encargó al CIPS un estudio que aún está en fase de cocina estadística. De momento, parece claro, según la socióloga, que muchos cubanos hallan en la religión respuestas y espacios alternativos a los que les ofrecen las instituciones del socialismo oficial.
En plena época de crisis de afiliación al Partido y la Juventud Comunista, preocupa la "ruptura de la cohesión social" que algunas vías religiosas pueden fomentar. Máxime cuando "la mayoría de los fieles ha transitado por dos o más prácticas religiosas".
Qué paradoja. En Cuba, la fe ya no es el opio del pueblo sino un arma de doble filo. Inquieta, pero brinda valiosos servicios.
La Vanguardia, Catalunya, 16 de mayo de 2010
Foto: EFE. El canciller español Miguel Ángel Moratinos y el cardenal Jaime Ortega, en el Arzobispado de La Habana, 4 de abril de 2007.
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