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miércoles, 14 de julio de 2010

Matrona de lujo

Por Iván García
Parece una abuela buena. Pasa de los 50 y viste como una monja de convento, con ropas holgadas y poco llamativas. Se llama Ileana y es una lesbiana pura y dura.
Su negocio es la prostitución. Anda con una carpeta de cuero negro, y a extranjeros deseosos de juerga o cubanos con dinero y pasados de tragos, que ella intuye buscan una noche caliente, se le acerca educadamente y les ofrece sus servicios.
De la carpeta de cuero negro, despacio, mirando ambos lados y cuidándose de gente indiscreta, saca un álbum de fotos brillantes, tiradas sin dudas por un profesional de la cámara, donde una legión de chicas o chicos, según la preferencia sexual, miran con voluptuosidad, escasos de ropa y en poses provocativas.
En su catálogo, la abuela-matrona tiene de todo. Rubias, trigueñas, mulatas y negras. “Son muy jóvenes, mi hijo, pero si las quieres de 12 o 13 años, tendrás que pagar más”, dice Ileana en tono maternal.
La matrona va cantando en voz baja los precios. “Una noche 20 pesos convertibles, dos lesbianas, veinte por cabeza. Lo que tengo es de primera, niñas recatadas que no son putas a tiempo completo, algunas estudiantes”, aclara mientras detalla la calidad de su mercancía.
Los usuarios van a casas de citas discretas y elegantes donde se vende bebida buena y ofrecen un plato para "picar" (tapa o canapé). La muchacha escogida te espera. Luego de tomar un trago de ron fuerte o un par de cervezas con ella, pasan a una habitación climatizada, con televisor y música indirecta.
Algunos clientes tienen sus fantasías. “Mientras no le den golpes a mis niñas, cualquier cosa. A un buen usuario le gusta las jóvenes vestidas con uniforme escolar, de aeromoza o policía. Pasé un trabajo de mil demonios para conseguir un uniforme de azafata y otro de policía", cuenta la experimentada matrona.
“Fui una puta de lujo. Quiero que mis muchachas sigan mis pasos. Siempre les inculco mis reglas. Tu puedes ser la persona más depravada del mundo, pero no debes aparentarlo. Hay que respetar las normas sociales”, observa Ileana.
Hace 15 años vive con su pareja, una negra descomunal y callada que sólo abre la boca para servir a su concubina.
“Mi deseo es que las jóvenes hagan dinero y dejen la mala vida. Les aconsejo que nunca tengan un chulo, y si se enamoran, que se casen y hagan una vida de familia. No las maltrato. Soy una persona honesta. Debajo de esta blusa se esconde un buen corazón incapaz de hacer daño”, señala con su hablar pausado y refinado.
A la pregunta de por qué se dedica al sucio negocio de la prostitución medita un par de minutos. “Por necesidad. Tengo que vivir de alguna forma. Es lo único que sé hacer”, confiesa. Y propone a una rubia opulenta que con una sonrisa a lo Marylin Monroe, observa desde el minucioso catálogo fotográfico de la abuela que parece buena.

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