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sábado, 12 de junio de 2010

El Cártel de La Habana (VIII y final)

El Comisionado de Aduanas de los Estados Unidos, William Von Raab, aseveró que Raúl Castro estaba involucrado en el trafico de drogas y de armas. Von Raab alegó que el Ministro de las Fuerzas Armadas de Cuba trataba de subvertir al gobierno colombiano ofreciéndole apoyo a las guerrillas del Movimiento 19 de Abril en dicho contrabando.
Leyendo de un documento marcado secreto y confidencial Von Raab informó a los senadores sobre la Operación Galgo, una investigación del Servicio de Aduana que, según dijo, puede haber sido el catalizador del arresto del general Ochoa. Valiéndose de cubanos exilados involucrados en el trafico de drogas, el Servicio de Aduanas había recopilado datos de que las tropas de seguridad interna de Cuba protegían a los contrabandistas.
La Operación Galgo fue dirigida por el agente especial de aduanas Dave Urso y tuvo como objetivo tender una celada a altas figuras del régimen cubano, especialmente al Ministro del Interior Abrantes. La operación utilizaría conexiones de traficantes, previamente trabajadas, introduciéndolas en territorio marítimo cubano. Así, el fin era realizar las negociaciones y atraer al ministro Abrantes u otros altos jefes al punto de transferencia de la mercancía en alta mar y allí apresarles en plena operación.
Para tal objeto se había concebido la utilización de un submarino, un equipo especial de los famosos comandos marinos SEAL, la cobertura aérea de cazas F-16, y un destructor Spruance, por si había que contrarrestar la aviación y marina cubana. El agente aduanero Urso se había destacado en el desmantelamiento de una red colombiana en Cayo Largo y contaba con el apoyo del Jefe de Aduanas de Isla Morada, Luis Rivera.
Los servicios cubanos estaban aprovechando una brecha en los sistemas de radares de los Estados Unidos, una especie de vacío en un perímetro de 5,000 millas cuadradas de océano entre el norte de Cuba y Cayo Sal hasta Isla Morada, en una plataforma coralina de aguas poco profundas. En ese dédalo de islotes se estacionaban con botes rápidos los contrabandistas de drogas. Allí esperaban que avionetas atestadas de estupefacientes lanzaran su carga en tierra firme, bajo el ojo protector de los funcionarios cubanos.
Los buques del Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos no podían dar alcance a los rápidos botes de los traficantes; la fuerza aérea, con sus helicópteros Blackhawk y cazas Citation, se mantenía a una distancia prudencial de la superior flotilla de Migs cubanos. Pero, la aviación y la marina cubanas resultaban un valladar insuperable para la guardia costera norteamericana, propiciando las operaciones de los contrabandistas a los que incluso escoltaban mar adentro.
La intención de la Operación Galgo era recorrer por primera vez hasta el final la red de narcotráfico que engrampaba a Colombia, a Cuba y a la Florida. Thomas Mulvhill, fiscal federal que rastreaba la pista cubana, propició un encuentro entre representantes del FBI y de la agencia antidroga, la DEA, con el agente Urso. Se necesitaba un narcotraficante que cooperase e introdujese a Urso en la red.
Se determinó, entonces, utilizar al cubano Gustavo Fernández, conocido en el narcomundo como "Papito". En la década del sesenta Papito Fernández había sido entrenado por la CIA, como miembro de las famosas Aguilas Doradas y había realizado varias infiltraciones dentro de Cuba, incluyendo actos de sabotaje. En los momentos que se planificaba esta operación, papito Fernández estaba en una cárcel norteamericana cumpliendo una larga condena.
Papito accedió a colaborar en la operación, conjuntamente con su hijo Pablo Fernández, llegado por El Mariel en 1980, y quien se hallaba conectado con la red del narcotráfico cubano. Tanto Papito como su hijo consideraron que era muy probable que pudiesen apresar al general Abrantes. Urso recabó el apoyo de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), para la cobertura aérea.
Urso posaría como contrabandista canadiense. Rivera, el jefe de aduanas de Isla Morada, fue encargado de monitorear la operación. Participarían en la misma Papito Fernández, su hijo Pablo; Kevin Power como segundo al mando; y Eddie Agrait, quien protegería a Papito en sus negociaciones con los narcotraficantes. Se determinó utilizar el yate Hatteras.
Pese a que el plan contaba con el apoyo del Comisionado Federal de Aduanas, Von Raab, los jefes de Urso en Miami tenían sus dudas sobre el éxito de la operación. Por otro lado, los engranajes burocráticos dejaron a la operación casi sin fondos, y Papito tendría que buscar fondos a través de sus propios contactos. Papito Fernández comenzó a realizar las averiguaciones convenientes para desarrollar el trabajo.
La carnada para atraer al general Abrantes consistía en una lista de artículos de alta tecnología: información de vuelos sobre Cuba de los satélites con capacidad infrarroja que podía penetrar el follaje de la selva. O sea, el canje sería de secretos por cocaína. Pablo, el hijo de Papito Fernández, que en Cuba había sido reclutado directamente por el general Abrantes en una fiesta para trabajar en la red de narcotráfico, accedió llevar la lista al general. La respuesta fue positiva: el ministro se había interesado por las informaciones y accedía al intercambio.
Para evitar cualquier sospecha, se concibió una operación previa de drogas con los militares cubanos; la red de Pablo trajo de Cuba una tonelada de cocaína que fue desembarcada en los bancos de Cayo Sal. La transacción con el general Abrantes fue concebida para darse en aguas internacionales. Se tensaron todos los medios aéreos y navales para su éxito.
El 12 de junio se citó una reunión en Isla Morada con Urso y Power para revisar los planes. Papito Fernández se quedó custodiado con un solo hombre. Mientras almorzaba cerca del refugio bajo vigilancia, dos hombres se acercaron a su mesa y ante los ojos de su custodio, sería desaparecido con rapidez. Tras algunas horas de espera, se desencadenó la búsqueda. Papito Fernández no tenía razones para huir, ya que se le había prometido por su participación la libertad.
La coincidencia de los sucesos en torno a la Operación Galgo, la misteriosa desaparición de Papito Fernández, con los acontecimientos de Cuba y el arresto del general Abrantes resulta en extremo evidente.
El general Ochoa, artífice de las operaciones de guerra más brillantes del régimen en los escenarios bélicos africanos, se había mostrado en extremo crítico durante los últimos tiempos con respecto a la guerra en Angola. Ya a esas alturas, las contradicciones del general Ochoa con la plana mayor militar de Raúl Castro se harán visibles.
Se hizo patente que Castro no dejaría impune la insubordinación del general Ochoa. La inconcebible ausencia del general Ochoa en las negociaciones militares que llevaron a los acuerdos de paz en el Cono Sur africano, sólo se explica asumiendo que desde entonces Fidel y Raúl Castro habían decidido su suerte.
La casa del general Ochoa, en Cuba, se transformaría en un centro de reunión de veteranos de las guerras africanas, descontentos e inquietos con su situación personal y con el deterioro económico y social del país. Castro percibió que dentro de la élite de dirección aumentaba el estado de opinión favorable a las reformas que se estaban produciendo en otros países del bloque soviético y decidió neutralizar todo lo que pudiera posibilitar el surgimiento de cualquier movimiento en favor de cambios políticos o hacia un forcejeo por el poder.
Es entonces que Castro golpea el círculo de hierro que hasta ahora constituía su base de sustentación: el MININT. El tema de la droga le permite a Castro una jugada política y propagandística múltiple: de un plumazo destruía moralmente a sus críticos, se desligaba ante el mundo de toda responsabilidad con el narcotráfico, y encubría un operativo contra el creciente descontento de sus oficiales en las Fuerzas Armadas y en el Ministerio del Interior que le permitirá recuperar la iniciativa política.
Castro decidió inculpar al general Ochoa del narcotráfico cubano, presionado por las acusaciones que se hacían sobre las vinculaciones de Cuba en el narcotráfico y del caso de Reinaldo Ruiz que se ventilaba en Miami, en el que se habían detallado nombres, rangos y circunstancias de la participación cubana en el mismo.
Al referirse al tema, Castro tuvo que admitir el conocimiento por parte de las autoridades norteamericanas, de la actividad de narcotráfico de su gobierno "es evidente que los órganos de inteligencia de Estados Unidos conocían que desde el primer semestre de 1987, aunque bastante espaciadamente, aviones con drogas procedentes de Colombia estaban realizando aterrizajes en el aeropuerto de Varadero con la complicidad de oficiales cubanos".
El 15 de julio de 1989, diplomáticos occidentales destacados en La Habana informaron que la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba había realizado por lo menos ocho contactos con este gobierno, entre 1988 y 1989, en que se discutió la participación oficial castrista en la confabulación. Mucho antes de iniciarse las investigaciones sobre el supuesto papel del general Ochoa en el narcotráfico ya existían informaciones que Castro no podía desconocer.
"Varios rumores que llegaban por boca de amigos de Cuba señalaban afirmaciones de narcotraficantes que aseguraban contar con la cooperación de funcionarios cubanos. Se hablaba incluso de algunas quejas por pérdidas de mercancías. Esto se unía a crecientes imputaciones desde Estados Unidos sobre operaciones de narcotráfico a través de Varadero y de las aguas jurisdiccionales cercanas a ese punto, que llegaban a mencionar lanzamiento por aire de paquetes que contenían droga".
Al parecer, junto a las operaciones de narcóticos autorizadas por Castro a Tony de La Guardia, otros funcionarios del régimen estaban realizando diferentes operaciones de contrabando de dinero, de narcotráfico y de extorsión. Los fondos derivados de estas operaciones eran guardados en el exterior, hecho que Castro desconocía y que implicaba a sus ojos una evidente oposición.
Castro pudo haberse enterado de estas operaciones a través de sus relaciones al más alto nivel con el Cartel de Medellín, o con Solís Palma, el entonces presidente de Panamá quien realizó una visita sorpresiva a Cuba dos días antes de los primeros arrestos.
No cabe duda que todo el proceso de narcotráfico montado en contra del general Ochoa y los mellizos Tony y Patricio de La Guardia no fue más que un manto protector ideado por Castro para desvincular a la alta cúpula del régimen cubano de la culpabilidad corroborable en las causas del narcotráfico.
El Departamento MC (Moneda Convertible) no era el único envuelto en el tráfico de narcóticos. Es más, ni siquiera había sido el instrumento fundamental de este negocio ilícito. El hombre clave de Cuba con el Cartel de Medellín y con Panamá no era Tony de La Guardia, habían muchos más implicados.
Tony de La Guardia será el hombre de las misiones imposibles en el Medio Oriente, en África, y América Latina; durante la crisis de los cohetes, en 1962, se hallaba en Nueva York con la misión de dinamitar el puente de Brooklyn en caso de estallar la guerra; estuvo al lado de Allende hasta el último minuto; luego se integraría con los palestinos en plena guerra del sur del Líbano, y posteriormente organizará el frente sur sandinista.
Finalmente el propio Castro lo ubicó al frente de un Departamento de inteligencia, el MC con el fin de burlar el embargo norteamericano y obtener, de diferentes sectores industriales y farmacéuticos, la tecnología y los productos norteamericanos. Esta actividad implicaba la conexión de Tony de la Guardia con los bajos fondos panameños, colombianos y de todo el continente, bajo una "licencia de corsario" otorgada por el propio Castro.
Cuando la colaboración cubano-soviética entra en crisis con Gorbachov y Boris Yeltsin, el departamento MC de Tony de La Guardia devino imprescindible, montándose diversas empresas comerciales registradas bajo nacionalidad panameña u otras, para operar en la zona franca de Colón y servir de cobertura a otras actividades ilegales. Una de tales empresas sería Merbar, que compraba lotes de mercancías y material electrónico, incluso de los mercados negros, y los revendía en los países africanos.
Según el propio Tony de La Guardia, en abril de 1989 él ya había ordenado personalmente la suspensión de las operaciones de narcotráfico, no porque en Cuba se hubiera iniciado una investigación, sino porque el problema del narcotráfico ahora estaba en público. No obstante, Tony de La Guardia declaró su conocimiento de otros bombardeos de cocaína en 1988 en la provincia central de Las Villas, en los que insistió que nunca se vio envuelto su departamento MC.
Quedó evidente en el juicio cuán extensas y abarcadoras eran las operaciones ilegales que realizaba la inteligencia cubana. Asimismo, se hizo patente que el departamento MC dirigido por Tony de La Guardia se autofinanciaba con pequeñas operaciones de narcotráfico, evidencia que fue utilizada para montar el juicio. El monto de las operaciones de drogas -la prueba central- del Departamento MC era de pequeña magnitud y no podía representar el nivel exacto del compromiso cubano con el narcotráfico.
En su testimonio ante el juicio, el general Ochoa haría referencia constante a un "amigo extranjero" que había propuesto a Cuba la venta y transporte de narcóticos. En comentarios íntimos después del juicio, Castro expresó que era interés de Cuba el mantener la identidad del extranjero en secreto. La verdadera razón era que el extranjero se mantenía activo realizando operaciones conjuntamente con La Habana.
Pero Jorge Masetti, operativo del Departamento América que en 1991 desertó en Europa, ha revelado que el susodicho extranjero era el venezolano Luben Petkoff, quien en la década del sesenta había encabezado un movimiento guerrillero dentro de su país, el ELN, con el apoyo de La Habana. En ocasión de la conferencia de Castro con los presidentes de México, Colombia y Venezuela en Cozumel, el 27 de octubre de 1991, Petkoff se entrevistó con la delegación cubana.
Dos años después de los hechos, Maida González, viuda del general Ochoa, rompió el silencio sobre el caso de su esposo concediendo una entrevista al diario español El Mundo. En ella expresó que su esposo había sido inocente de casi todos los cargos que se le imputaron. "Dicho tráfico siempre estuvo en conocimiento de Fidel y Raúl Castro, quienes lo alentaron.... el único delito de mi esposo fue decirle a Fidel y a su hermano Raúl que la guerra de Angola era una locura".
Sin embargo, no quedó establecida la conexión de Ochoa con el narcotráfico, al no poderse citar un sólo éxito o participación en las supuestas operaciones. El fiscal no lograría armar un "corpus" coherente de evidencia con las respuestas de los acusados sobre el cuándo y el cómo habían comenzaron las operaciones de narcotráfico. En las confesiones resultó evidente que los acusados habían sido asignados, por niveles superiores dentro de la jerarquía, a operar en el área del narcotráfico.
La participación de Castro en el tráfico de drogas ha sido más voluminosa de lo que se pensaba. Se estima que Castro obtuvo anualmente por dichos conceptos entre 200 y 250 millones de dólares. Castro hizo depender el tráfico del Cartel de Medellín y del lavado de dinero vía Noriega a su control.
El mayor del ejército cubano y veterano de las guerras africanas Luis Galeana desertaba en España en octubre de 1991, realizando declaraciones que estremecerían a la cúpula castrista. Galeana había actuado dentro de la sección naval del Ministerio del Interior como agente reclutado por la DEA norteamericana.
El doble agente Galeana disponía de evidencias de que Castro continuaba inmerso en el trafico de drogas hacia los Estados Unidos. En su poder obraban pruebas sobre recientes envíos de cocaína refinada realizados en los dos años posteriores al juicio contra el general Ochoa, narcóticos que Cuba fue introduciendo en los Estados Unidos a través de Texas y Luisiana, utilizando a México como trampolín. Según Galeana, Castro ha ampliado su papel como punto de trasbordo de los narcotraficantes.
Con Gorbachov, los servicios cubanos de inteligencia comenzaron a retraerse de su tutelaje soviético, disminuyendo el intercambio de información, al punto que ello provocó la visita del entonces jefe de la KGB, Viktor Chebrikov, para restaurar la alianza en esta área sensitiva y poder mantener en servicio la estación de espionaje en Lourdes. Con la caída de la alianza de inteligencia del bloque soviético, la DGI cubana fue privada de acceso al sistema integrado de datos de inteligencia y a las computadoras de Alemania Oriental.
A partir de estos acontecimientos, el otrora apoyo internacional a su revolución se va desmoronado en una dinámica sin retroceso. La ejecución del general Arnaldo Ochoa, vencedor de sus guerras, conmocionó a toda su élite y cerró toda opción de reforma interna y de acomodo internacional.
Pese a que la era del imperialismo soviético y el colosal edificio del comunismo euroasiático fue condenado por la marcha de la historia, Castro, con una economía en quiebra, no deja de estar siempre presto a desencadenar una terrible explosión de violencia, como principal sujeto de su política exterior.
La Habana sigue siendo una urbe tórrida, inundada de siniestros blocaos de hormigón y sometida a extensos niveles de crueldad por una casta convencida de su superioridad, cuyos despachos están adornados con cabezas de tigres con ojos de vidrio, trofeos de guerras en las junglas tercermundistas.
Nadie en la historia de Cuba o de Hispanoamérica ha desatado una vorágine de violencia ni ha sembrado el pánico como Castro ha hecho con su revolución. Su sueño imperial de convertirse en un Bolívar continental estrena una etapa de subversión y de terrorismo que ha llegado hasta nuestros días. Mientras exista Castro como gigantesco brasero de la Gran Antilla, la democracia no se cimentará en América Latina y las posibilidades de conflictos se mantendrán latentes.
Del libro Las guerras secretas de Fidel Castro, de Juan F. Benemelis.
Foto: Cayo Largo, situado en la cayería al sur de las costas occidentales de Cuba.

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