Por Iván García
Desde Buenos Aires, el cantautor Silvio Rodríguez, pidió cambios. En Madrid, el músico Pablo Milanés, en declaraciones para el diario El Mundo, se cuestionó donde el quehacer del gobierno de los Castro.
Ambos están lejos de ser disidentes. Todo lo contrario. Son íconos de la revolución cubana. Sucede, que palpan la realidad de la isla. El problema de Cuba no es de posturas ideológicas. No. Es de sentido común.
Para los partidarios de Castro o para quienes se le oponen, no es nada agradable ver cómo su país se va al garete. Naufraga. Se hunde. Y uno tiene la sensación de impotencia, al comprobar que toda sugerencia, criterio, razonamiento o proyecto, cae en saco vacío.
El gobierno lo desprecia olímpicamente. Si tal vez los hermanos Castro tuvieran en su casaca verde olivo la solución a los agudos problemas que afectan a la sociedad cubana, uno podría respirar aliviado.
Pero no tienen una estrategia de salida para la crisis. Sólo chapolotean en torno a un mismo discurso triunfalista que nos conduce al sonido de una música fúnebre hacia el abismo.
El gran problema de Cuba es que fue una revolución más política que económica. Hizo hincapié en la diferencias con Estados Unidos. Polarizó el odio. No hubo término medio. Todo era o blanco o negro. Sin matices.
El joven Fidel Castro, cuando llegó al poder en 1959, quisiera creer, venía cargado de las mejores intenciones de justicia social y libertades políticas para su país. En este 2010, el anciano guerrillero que espera la muerte en una clínica habanera, es una estatua helada. Un Dios, que no admite criterios diferentes.
El capricho, la tozudez y la soberbia son las únicas armas que le quedan a los Castro. Y contra viento y marea aguantan el chaparrón de razonamientos que le sugieren amigos y enemigos, para que conduzcan a la isla por el cauce de una democracia moderna.
Cada día que pasa el tiempo se acorta. Puede que a los hermanos el futuro de Cuba no les importe. Es al menos lo que aparentan. Nada hace el gobierno para destrabar la penosa crisis económica que dura ya 21 años, eufemísticamente conocida como “periodo especial”.
Y la gente está hastiada. De todo. La única solución a la vista de muchos cubanos es emigrar. A como dé lugar. Hacia cualquier rincón del planeta. Esta fatal inmovilidad, les pasará factura a los dirigentes cubanos. Están desconectados de la realidad.
Mientras la gente de la calle se lo pasa canutas para sobrevivir en las surrealistas condiciones del socialismo tropical, los líderes y los medios oficiales siguen enfrascados en un discurso anacrónico y noticias optimistas.
Se defienden atacando. Ora la prensa desata una campaña contra Europa, ora la habitual contra Estados Unidos. No quieren ver la paja en su propio ojo. Y los propios partidarios de la revolución de los Castro, como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, de forma franca abiertamente critican las políticas absurdas de sus gobernantes.
Cuba hace rato que ha tocado fondo. Por una rara ley de la física, el país no ha colapsado.
Todos los cubanos de cualquier edad, ideología, credo religioso y posición social saben que las cosas deben cambiar. El clamor parece que no llega a los que rigen nuestros destinos. Habrá que gritar más fuerte.
Foto: Kaj Burman, Flickr
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