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lunes, 5 de abril de 2010

El mensaje de Orlando

Por Iván García
Hay muertes que se deben evitar. La de Orlando Zapata Tamayo, es una de ellas. Deja un mal sabor de boca al gobierno cubano. Que en pleno siglo 21, un hombre muera producto de una extensa huelga de hambre para reivindicar un puñado de derechos, siempre va a resultar una bofetada a los más elementales principios de la condición humana.
No es problema de soberbia o de dejar claro quién lleva la razón. El implacable poder de un Estado, no debe, no puede, aplastar sin miramientos la vida de un ser humano. Sobre todo cuando esa persona estaba purgando una sanción injusta de 36 años tras las rejas.
La fuerza del que tiene el poder radica en saber hacer buen uso del mismo. El gobierno de los hermanos Castro, no se va anotar ningún mérito con sucesos como los de Orlando Tamayo Zapata. Todo lo contrario. De muchas maneras, pudieron y debieron, impedir su muerte.
Ahora este cadáver tiene un simbolismo demasiado grande. Hay muertos que salen muy caro. No se puede hablar con políticos de otras latitudes y sostenerle la mirada, cuando usted sabe que tiene en la cárcel a más de 200 presos de conciencia.
No se puede charlar de ética y humanidad cuando en una cárcel de la Cuba profunda, por una huelga de hambre, fallezca un hombre de 42 años, negro y de origen humilde, como Orlando Zapata Tamayo. El punto no es discutir de ideología o desbarrar sobre los grupos y personas que piensan distinto.
Lo que el gobierno de mi país debiera grabarse con tinta imperecedera, es que la necedad y el capricho no son armas útiles a la hora de regir los destinos de una nación.
Ya no está Zapata Tamayo. Dejó de existir el 23 de febrero a la 3 y 15 en el hospital Hermanos Ameijeiras, a donde fue conducido por las autoridades del penal, cuando su defunción era inminente.
Su muerte es un mensaje de ida y vuelta, de lo que no se debe hacer en política de estado. Antes tenían un opositor, sin un arma, que reclamaba cosas que se podían negociar, ahora tienen un mártir.
No es primera vez que en cárceles cubanas, producto de una huelga de hambre, muere un opositor pacífico. Ya el 24 de mayo de 1972 el líder estudiantil Pedro Luis Boitel, excompañero de Fidel Castro, falleció por la misma causa.
Mientras tecleo esta nota en la mañana del 24 de febrero, me vienen a la mente otros muertos. Los 4 pilotos de las avionetas Hermanos al Rescate, derribado en aguas internacionales por aviones de combate de la fuerza aérea revolucionaria, en 1996. Con aquella acción, desde La Habana Fidel Castro le dió el bolígrafo al entonces presidente Bill Clinton, para que firmara la injusta Ley Helms-Burton.
Siento indignación. Ni siquiera conocí a Orlando Zapato Tamayo. Charlando con algunos de sus compañeros en el Movimiento Alternativo Republicano, percibo que estoy lejos de compartir su ideología. Pero a estas alturas de la revolución, se debiera detener la maquinaria de odio y violencia.
Nada resuelve. Sólo incrementa la escalada de resentimientos y polariza los razonamientos políticos. Por parte del gobierno de Raúl Castro -cuyo segundo aniversario de su nombramiento como presidente coincide con este deceso- falta cordura, diálogo y deseos de destrabar la penosa situación económica y política de Cuba, y de la cual él y su hermano son los principales responsables.
Creo que fue el ícono de la lucha por los derechos civiles, Mahatma Gandhi quien dijo que las huelgas de hambre son un arma efectiva cuando logran ablandar el corazón de tu enemigo. A todas luces, la huelga de hambre de Orlando Zapata Tamayo, no pudo ablandar el corazón de los Castro.

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