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miércoles, 21 de abril de 2010

Después de los barbudos


Por Tania Quintero

Contentos y felices. No faltaba más. Con aquel carismático líder de 33 años, la edad de Cristo. Los habaneros, y los cubanos todos, sinceramente creímos que había comenzado una etapa de paz, libertad, democracia y prosperidad para nuestra patria. 51 años después, los habaneros así viven.

Como en un pueblo de campo cualquiera. Aunque los siguen matando para comer su carne, los habaneros descubrieron que los caballos pueden ser buenos aliados. Los perros han sido abandonados a su suerte. Y los gatos, a falta de conejos... pa'la olla! Unos y otros rodeados de casas en estado ruinoso, salvo excepciones.

Havana Street por mandalaybus.

Taxi Service in Havana por mandalaybus.

Selling Produce in Havana por mandalaybus.

Havana Street Life por mandalaybus.

Havana Street por mandalaybus.

Havana mama on balcony por Mr. Mark.

Dogs in Havana por Patricialicious.

Casa Potin Cat. por Robin Thom.

havana street from above por konnexus.

Patricia taking pictures in Havana por Patricialicious.

Esta turista, a modo de constancia de su paso por esa ciudad en ruinas que es hoy La Habana, se deja fotografiar con el deprimente panorama de fondo. Es el colmo. Y una desvergüenza para quienes han dejado que la capital cubana parezca víctima de un terremoto.

En medio del snobismo naif, destaca la ropa desempercudida. Una muestra de que pese a la escasez de agua y detergente, los habaneros no dejan de lavar y secar su ropa al sol.

Fotos: Grey Villet (Life), mandalaybus, Mr. Mark, Robin Thom, konnexus y Patricialicious, Flickr

3 comentarios:

  1. Lourdes de Morzán21 de abril de 2010, 15:45

    Estamos de acuerdo, el cubano fue y siempre será limpio. Pero qué pena lo que se ha hecho a nuestro querido país; al cual añoramos regresar desde 1962.

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  2. En efecto, Tania, ése es el balance final de una ilusión descabellada en la que la euforia suicida de todos (o casi, porque desde el uno de enero millares estaban siendo ultrajados, saqueados, forzados a exiliarse, encarcelados, fusilados; sin contar los desafectos, que no eran pocos...).

    La magnitud de nuestras culpas colectivas es inconmensurable. Parte del precio a pagar es precisamente el panorama desolador que se aprecia en ese testimonio fotográfico del desastre arqueológico de nuestra otrora bella, moderna, palpitante y deslumbradora capital.

    Por cierto, otra vez descrita magistralmente, a título póstumo, por el inconsolable, nostálgico Cabrera Infante en "Cuerpos divinos". Esa notoria mezcla de frivolidad y subversión, característica de la personalidad bohemia del autor de "Tres tristes tigres" y "La Habana para un infante difunto" realza el valor testimonial de la obra.

    Por aquello de que "recordar es volver a vivir", te recomiendo esas memorias noveladas, a ti que conociste y viviste el empuje ascensional de aquella Habana fascinante en plena mocedad. En fin, qué decirte, se me antoja que los cubanos de hoy estaremos amortizando el descrédito de aquel irracional arrebato colectivo del 59 por largo tiempo más.

    Peor, probablemente, hasta nuevas generaciones aún por nacer tengan que encargarse de pagar los intereses de esa descomunal deuda histórica. En 17 años de exilio he estado sólo una vez en nuestra depauperada, esquilmada y sufrida ciudad.

    Ocurrió en el 99: el Consulado de Bonn me concedió un visado turístico de 21 días y a los 14 pague al contado cien dólares a la agencia de Iberia en La Rampa por adelantar el vuelo de regreso al día siguiente. Mis ojos ya no soportaban la vista de esos deprimentes paisajes capitalinos.

    Con tantos ancianos andrajosos encogidos de hombros en los quicios bajo los infectos, desconchados soportales de Monte y Reina, ofertando "sigiliados" (a veces muy cerca del cadáver supurante de un gato o perro muerto) una cajetilla de Populares o un par de cepillos de dientes, misérrimas vendutas de alimentos incomibles, estáticas colas del pan por la mañana, camellos atestados de viajeros con rostros entre la angustia y la desesperanza, inexpresivos, jineteras y pingueros desaforados, montones de desaprensivos turistas alrededor de los hoteles, la doble orla azul de la "monada" jalonando las calles del Vedado hasta el infinito...

    Baste con decirte que, por falta de papel higiénico nada menos que en el vestíbulo del hotel Riviera y en el área dólar del Mónaco (Santo Suárez) me tuve que limpiar el fondillo con sendas camisetas. Y casi todos todo el tiempo tratando de sacarte fulas, como si aquí en Europa se pescaran desde la ventana. Sientes caérsete las alas del alma. ¡Qué salación, madre mía! "De padre y muy señor mío", como decían nuestros mayores.

    Dejemos ahí por el momento el desagradable tema. He extraviado tu número de teléfono y ahora mismo lo estoy buscando. En cuanto lo encuentre, te doy un timbrazo para saludarte y ver si me puedes matar cierta acuciante curiosidad de candente actualidad.

    Te quiero. Un abrazo fuerte desde Colonia Agripinensis,

    El Abicú

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