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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Lo que la Revolución nos dejó (VII)

CUBA - Escenas urbanas por Manolo Marrero.

Por Iván García

La deserción de maestros y la improvisación e inexperiencia de los formados con urgencia han afectado la calidad de la enseñanza. Para suplir las deficiencias, muchos padres pagan a maestros para que en sus casas den clases y repasen a sus hijos. No es legal, pero el gobierno se hace de la vista gorda. Andrés, 56, funcionario, por 10 dólares al mes tiene contratada a una maestra de inglés, quien una vez por semana le da clases a su hija. Cuando se aproximan los exámenes de matemática, física, química e historia, ofrece 10 pesos (0,50 centavos de dólar) por cada hora de repaso. Su hija está en el último año de preuniversitario y aspira a una plaza en la licenciatura de turismo.

En el caso de Andrés se justificaría, pero no en el de Marta, 31, peluquera. Todos los sábados sus dos hijos, de 6 y 8 años, reciben clases y fijación de conocimientos por parte de una maestra jubilada. “Es que los maestros emergentes que tienen esos niños no saben mucho”, alega Lidia, 57, que se jubiló hace dos años y ahora gracias a las clases particulares vive un poco mejor. Recibe 211 pesos de retiro (menos de 10 dólares) y dando clases o repasos en su domicilio, el mes que menos gana recibe 800 o mil pesos (40 a 50 dólares).

Proseguirán aumentando los maestros por cuenta propia? De momento sí. Pero si de algo se vanagloria el gobierno cubano es de la gratuidad de sus sistemas educativo y sanitario. Consultas médicas particulares no existen y cada vez van quedando menos dentistas privados, por lo regular con gabinetes desde antes del triunfo de la revolución. A los médicos, como a los abogados -y en general a empleados y funcionarios de la administración pública- se les suele dar “algo” por debajo del tapete. Ese “algo” varía según el bolsillo del paciente o cliente: dinero (sobre todo en dólares), ropa, prendas, equipos electrónicos o comida, que en el caso de la gente del campo puede ser un saco de malanga, veinte libras de frijoles negros, un queso entero o una pierna de puerco.

Nada de esto es desconocido por las autoridades. Castro en persona, en el 2001, tomó cartas en el asunto en lo que a educación respecta. Creó un ejército de jóvenes entre 15 y 18 años que no tenían claro su futuro y los preparó como maestros y trabajadores sociales. Posteriormente, en otros cursos emergentes, se graduaron enfermeros, auxiliares y técnicos de la salud.

Dentro de la categoría de maestros emergentes se creó otra, la de los maestros valientes , destinados a la enseãnza secundaria y que por misión tienen la de cubrir todas las asignaturas en una misma aula. De tamaña integralidad los salva el hecho de que una buena parte de las clases son impartidas por televisión, bien por el Canal Educativo, inaugurado por Fidel Castro en 2001, o por Cubavisión y Tele Rebelde, los tres canales nacionales. En los dos últimos, desde 2000 se imparten cursos de la Universidad para Todos -en la semana del 16 al 22 de noviembre de 2003 se ofrecían clases de francés, geografía de Cuba, español y biotecnología.

Entre las medidas tomadas para rescatar la calidad de la enseñanza, además de dotar con televisores y computadoras a las escuelas, en la primaria se limitó a 20 el número de alumnos por maestro y a 15 en la secundaria. Orlando, 51, director de una escuela habanera, considera que “los muchachos retendrán mejor los conocimientos”.

En el plano material, se instalaron bebedores de agua fría en todas las escuelas. El almuerzo para los que estudian en seminternados de primaria, hijos de madres trabajadoras y casos sociales, no ha mejorado demasiado, pero a partir del curso 2003-04 casi todas las secundarias del país iban a tener dos sesiones diarias, mañana y tarde, con un horario para una merienda reforzada, consistente en pan con una hamburguesa confeccionada con proteína vegetal y yogurt de soya, combinación que no calma el apetito de la mayoría de los adolescentes: muchos suelen llevar almuerzo casero en una vasija. “Es una torta insípida, horrenda, y el yogurt de soya es malísimo”, dice Yoana, 14, alumna de noveno grado.

En la primaria es un poco mejor: arroz, frijoles, huevo hervido o una porción de pescado y de vez en vez ensalada y un dulce. Muchos escolares llevan también almuerzo de su casa y merienda preparada por sus madres, por lo regular pan con aceite, guayaba o tortilla y agua, jugo o refresco.

Antes de 1959 las escuelas públicas tenían dos sesiones: una por la mañana para los varones y otra por la tarde para las hembras o viceversa, pues no existía la enseñanza mixta, salvo en algunos colegios privados. Los gobiernos anteriores a Castro no destinaban tanto dinero del presupuesto a gastos de educación (78 millones de pesos en 1958), pero gratis ofrecía desayuno (leche con chocolate o con gofio) y merienda (galleticas dulces o saladas). Y, sin dudas, el profesorado estaba conformado por mujeres y hombres con verdadera vocación magisterial. “Los maestros eran personas de mucho respeto, se vestían correctamente, eran blancos, negros o mulatos, pero nunca jovencitos como los que ahora se ven, con más tipo de raperos o jineteras que de maestros”, recuerda Nilda, 62, jubilada.

Cuando los muchachos regresan a sus casas, al final de la tarde, llegan muertos de sed y hambre. Van directo al refrigerador y a la cocina, a comer algo antes de la hora de la cena. “Mi hija lleva la mochila como si fuera para un campismo: merienda, agua, servilletas, vaso, cubiertos. Todos los días le doy cinco pesos para lo que encuentre de comer en el camino. Y cuando viene me quiere comer a mi, del hambre que trae. Y eso que ella, aunque desde el año pasado no le dan leche por la libreta de racionamiento, porque ya cumplió 8 años, gracias a dios todos los días desayuna café con leche y pan con mantequilla”, relata Esperanza, 34, dependienta de una tienda por divisas.

El verde caimán de la enseñanza se divide en cuatro etapas: Primaria, de preescolar a sexto grado; Secundaria, de séptimo a noveno grado, y Preuniversitario (bachillerato), del décimo al duodécimo grado. Los que concluyen el noveno grado pueden optar por estudios en institutos tecnológicos y graduarse de algún oficio y reciben un diploma de técnico medio. Los que tienen aptitudes artísticas o deportivas pueden aspirar a una escuela de arte o de educación física y deportes.

La cuarta etapa es la Universidad, que también ha crecido en comparación con cuarenta y cinco años atrás. En la isla existen 46 instituciones universitarias, aunque la Universidad de La Habana sigue siendo la más grande e importante. La meta es de 169 centros de nivel universitario, uno en cada municipio. Una locura. Una nación pequeña como Suiza, pero altamente desarrollada, con más de diez Premios Nobel, dispone de 10 universidades cantonales y dos escuelas politécnicas federales, una en Zürich y otra en Lausana.

Foto: Manolo Marrero, Flickr

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