Por Raúl Rivero
La canalla del barrio y las esquinas, los tertulianos ríspidos de las tiendas vacías de los bateyes y los rebeldes de opereta de la intelectualidad, dicen ahora que la cantera de cuadros del partido comunista produce más artistas y pensadores que los burócratas del Ministerio Cultura y la Unión de Escritores.
Esa broma es el patrón para identificar a Radio Bemba. Gracias al sistema del runrún popular -anterior al telégrafo y a las palomas mensajeras- recorren los nombres de Roberto Robaina, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque las ciudades y los caseríos de un país donde internet es un lujo para gobernantes y extranjeros.
Se describe a Lage y a Pérez Roque todavía en sus mansiones, rodeados de los recuerdos de los viajes y los encuentros con dirigentes de alto nivel de naciones lejanas. Allí, en la soledad del plan pijama, con los teléfonos muertos y las agendas coaguladas, en la meditación sobre el pasado, el presente y el porvenir.
Azorados, con un sobresalto que apenas les permite ramonear en un libro porque pensar y darle vuelta a los asuntos de los últimos meses es parte del castigo. Más allá del regreso a la sombra de donde los sacó un día la misma mano que hoy los devuelve a la oscuridad y los pasa al olvido.
El caso de Roberto Robaina es diferente. El ex canciller se dedica al arte. Se sabe de sus triunfos en Buenos Aires, en la galería Jakim, donde exhibe esta semana para el público argentino una colección de sus cuadros abstractos en los que pueden verse bestias y girasoles.
Los cubanos de cartilla de racionamiento y bicicleta china lo recuerdan por sus chaquetas de salsero, sus discursos veloces (llenos de esdrújulas) y por hablar de Cuba como si fuera una propiedad privada, un islote desierto, regalo de un pariente caprichoso y querido.
Lo sacaron del cargo en 1999, acusado de presentarse ante funcionarios extranjeros como un entusiasta promotor de cambios. Tres años después se consideraba un revolucionario que podía recuperar la confianza, pero más tarde comenzó a vender sus cuadros en Miami y en Madrid. Y abandonó esa esperanza.
La gente de allá adentro pone vasos de agua bajo la cama, va a misa, le rocía aguardiente y le da dulces a los santos para que los artistas ocultos que tienen altos cargos renuncien y se vayan todos a pintar, a escribir o a meditar a sus casas.
Siempre será mejor para el país un artista mediocre que un talibán.
(Publicado en El Mundo el 6.4.09)
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