Por Tania Quintero
Escribir hoy en Cuba como periodista independiente es como parir, con la diferencia de que una embarazada dispone de nueve meses para prepararse y nosotros estamos siempre contrarreloj.
Aquéllos que nos elogian por nuestro empeño en dar a conocer la realidad de una nación en decadencia, no pueden ni imaginar las vicisitudes con que cada semana escribimos. Vivimos y latimos al mismo ritmo de la poblaci ó n: comemos lo mismo, caminamos por las mismas calles, hacemos las mismas colas y montamos las mismas guaguas. Sólo que nuestra visión tiene otra graduación y percibimos como si fuéramos parapsicó logos. Y de este relacionamiento diario con la gente nacen estas cró nicas cotidianas, objetivas y amenas.
No importa que por luz tengamos un mechón, que por asiento el quicio de una acera y por papel el reverso de viejos modelos oficiales tirados a la basura. No nos alcanzan los bolígrafos; las cintas de las obsoletas máquinas donde mecanografiamos están supergastadas y la tranquilidad para escribir apenas existe. No obstante, cada semana aquí estamos, reportando desde La Habana. Ninguno de nosotros es un superhombre o una supermujer, estamos tan lejos de la heroicidad como del Amazonas, pero padecemos de una enfermedad: la de escribir verdades.
"Voy a La Habana", decían los habaneros antes de 1959 y ya se sabía que iban de compras, porque las principales tiendas radicaban en las calles Galiano, San Rafael, Neptuno, Reina, Belascoaín, Monte, Muralla, Obispo, pertenecientes a los que ahora se conoce como los municipios de Centro Habana y Habana Vieja. Había edificios completos dedicados al comercio minorista y también pequeñas tiendecitas, propiedad de judíos, polacos, alemanes y otros europeos que en los años de la Segunda Guerra Mundial hicieron de Cuba su segunda patria.
Después del 59, en las tiendas, a nivel nacional, las mercancías comenzaron a desaparecer de las vitrinas, pero por mucho tiempo todavía en la capital decir ir a La Habana era sinónimo de compras, a pesar de las limitaciones del racionamiento impuesto a partir de 1962 y que no sólo abarca los alimentos, sino los denominados productos industriales . Desde un carretel de hilo hasta un par de zapatos: todo comenzó a ser normado. Uno por persona o por núcleo familiar una vez al año.
Cuando en 1990 se decretó el período especial , ya hacía tiempo que la expresión ir a La Habana había caído en desuso, pues cada vez era menos lo que el buenagente del Estado nos podía ofrecer por la libreta. Aunque hubo una época en que floreció la actividad comercial con la creación del Mercado Paralelo , donde a precios más altos se podía comprar por la libre, sin necesidad de la libreta de racionamiento. Ese período coincidió con una política económica inspirada y subvencionada por los países del desaparecido CAME, fundamentalmente de la ex-Unión Soviética.
Hoy la etapa del Mercado Paralelo es recordada con nostalgia, pues fueron tiempos de poder comprar un cake de chocolate por diez pesos y por menos de dos pesos toda clase de jugos, conservas, sardinas, etcétera, etc., provenientes de Bulgaria, Albania y la URSS, entre otros países del campo socialista, que en paz descanse junto con todos los burócratas cubanos muchos de ellos hoy gerentes de firmas extranjeras que durante décadas les dieron cuerda al revés al reloj y, consciente o inconscientemente nos trataron de inculcar una filosofía cuya premisa básica era hacer difícil lo que es fácil: el ejemplo más palpable eran los pomos de compota rusa de manzana o de ciruela, de excelente calidad y sabor, pero que para abrirlos había que pasar un mínimo-técnico.
A partir de 1993, con la despenalización del dólar, ir de compras se convirtió en un deporte nacional casi tan popular como la pelota. El afán consumista en una nación que condena la podrida y decadente sociedad de consumo norteamericana sólo puede creerse si se vive actualmente en Cuba: no hay cubano que no sueñe diariamente con los benditos "fulas" (dólares) para resolver desde el jabón para bañarse hasta los zapatos para su hijo poder ir a la escuela. Por cierto, a las tiendas ya no se les llama así: ahora son shoppings . Por obra y milagro del dólar, la moneda del enemigo imperialista, ya los habaneros no dicen "voy a La Habana", sino "voy pa'la shopping".
Antaño, la más modesta tienda de cualquier capital de provincia no tenía nada que envidiarle a la más exclusiva shopping de ahora, porque los tenderos eran personas serviciales que si creían o no en el eslogan "El cliente siempre tiene la razón" no lo aparentaban y le atendían a uno con eficiencia y sin perder la sonrisa. A diferencia de aquellos comercios con tenderos amables, los compañeros que trabajan en las shoppings , a pesar de tener la inmensa mayoría con qué desayunar y hasta transporte para que los lleven y los traigan, parece que fueron seleccionados no sólo por su militancia y su incondicionalidad, sino también por su mal funcionamiento hepático. Salvo excepciones, la consigna revolucionaria "Mi trabajo es usted" a ellos les resbala por los vistosos uniformes que usan.
La gente qué va a hacer, si no le queda otro remedio que ir a carenar allí para hacer más llevadero el calvario del periodo especial en tiempos de paz. Las shoppings deben tener las plantillas infladas, porque a pesar de su mal trato y demora, tienen montones de empleados vigilando, para junto con las alarmas y las cámaras ocultas de televisión tratar de impedir los robos. Algunos ocurren entre la propia empleomanía y otros parecen copiados de una película del sábado, como el sucedido hace un tiempo en La Sirena , una shopping ubicada en la Avenida 51, en la problemática barriada de Marianao. Fue cometido por mujeres que llegaron metiendo guapería a la cola: el portero las dejó pasar y ya adentro se adueñaron de dólares de una de las cajas, ante la sorpresa de empleados y público. La operación les falló y fueron detenidas. En otro barrio, en La Víbora, en un momento de descuido en uno de los departamentos de Brimart se llevaron cerca de tres decenas de aretes. Pero lo que más abundan son los ladrones solitarios, que se apropian lo mismo de un paquete de café Cubita que de una lata de jamón Tulip.
Este acápite de los robos ya fue previsto por las distintas cadenas de shoppings (Cubalse, Tiendas Panamericanas, TRD Caribe, Caracol). Están catalogados como "faltante planificados" y es consecuencia de una práctica corrupta surgida al calor del comercio socialista racionado, vigente desde 1962.
Si en lo que es atención al consumidor las shoppings dejan mucho que desear, en materia de precios es el caos andante. Todas, al fin y al cabo, son propiedad del Estado, pero en unas un mismo producto tiene un precio y en otras, otro. El mismo desorden reina en la organización interna, con las mercancías no siempre visibles ni debidamente acotejadas.
Pero lo más triste del caso, me decía una amiga brasileña, es que ustedes pagan como si en vez de artículos de primera necesidad estuvieran comprando oro. "En Brasil, por ejemplo, con los cinco dólares que ustedes gastan en un paquete de medio kilo de carne molida de segunda, uno se puede comprar un buen pedazo de carne de res de primera.
Según esta brasileña, con lo que aquí se gasta en comprar alimentos para una semana, en su país alcanza para la factura de todo un mes. Ni ella ni muchos visitantes lo entienden. Nosotros tampoco, pero lo importante es que con bloqueo o sin bloqueo, nosotros seguimos yendo "pa'la shopping", donde no faltan productos made in USA , como el pomo de salsa para espaguetis que una vecina compró, fabricado por The Red Wing Company of New York.
No hacía ni una hora que había llegado a la parada final de la ruta 15, en Cuba y Desamparados, en La Habana Vieja, cuando avisan que las guaguas están desviadas. En la zona del antiguo muelle de caballería han cerrado la calle por la filmación de una película. Son las ocho y media de la noche. No queda más remedio que caminar. El espectáculo comienza a partir del muelle por donde salen las lanchas para Regla y Casablanca, con dúos y tríos de jineteras yendo y viniendo por la Avenida del Puerto. En la bahía no hay muchos barcos anclados, pero ellas se han vestido y perfumado como si fueran a conquistar a Imanol Arias, el actor español protagonista de la película que están rodando esta noche. En el bar Two Brothers , recientemente remozado, una decena de muchachas aguarda. Sólo una, al parecer, ha tenido suerte: está en una mesa bebiendo con un cliente mientras tres se contonean al ritmo del Toca Toca , la canción con la cual Adalberto y su Son hacen bailar a la juventud en este insípido fin de año.
Sigo caminando y comienzo a recordar. Por aqu í a veces anda Milena, la mulata achinada, madre de una ni ñ a de ocho a ñ os. Ella prefiere El Vedado o Miramar, porque por esos barrios los "fulas" se consiguen más rápido. Milena, como Yadira, salen a la calle a "buscar el pan" solamente cuando lo necesitan sus hijos o su familia. "Hay demasiadas enfermedades y maldades y la alimentación es bastante mala para estar en estos todos los días en esto", alegan.
A un lado y otro de la Avenida del Puerto hay suficientes servicios gastronómicos por dólares. Casi todos están semivacíos. Quizá porque es muy temprano o porque es miércoles o porque los marineros han preferido quedarse en sus camarotes. Lo cierto es que como me dijo un dependiente de uno de esos snack-bar abiertos las veinticuatro horas: Si no fuera por los jineteros tendríamos que cerrar. Ellos, como los gusanos (exiliados), están contribuyendo a la reanimación económica del país. ¡Quién lo iba a imaginar!
Un gentío se arremolina alrededor de la filmación, que no es otra que Ilona llega con la lluvia , una coproducción cubano-colombiano-española. La policía está ocupada controlando el escaso tráfico y los bicicleteros, como abeja tras el panal, se mueven constantemente de un lado para otro. Suena el cañonazo de encuentro las nueve de la noche. Minutos después zarpa El Galeón con su carga de turistas torpes intentando bailar la salsa cubana. En la acera opuesta reina la oscuridad. Es una zona de árboles que se extiende más allá del Anfiteatro. Cerca está el Arzobispado de La Habana, el Palacio de la Artesanía y el bar-restaurant Cabañas. En los bancos diviso parejas de cubanos con extranjeros y hasta unos gays cuya nacionalidad no puedo ni adivinar.
Nada de eso me sorprende, lo que me molesta es que se trate de tapar el sol con un dedo en este asunto de la prostitución. Porque de que la hay, la hay. Y va en aumento. No sólo de mujeres: de hombres también. Hay homosexuales y hasta niños que practican el sexo oral por un d ó lar. Hay estudiantes como Vicky y Roxana, que celebraron sus quince años en un hotel capitalino de la mano de sus cincuentones novios italianos, con el visto bueno familiar. Hay jóvenes menos afortunadas, como Fanny, que sólo pudo resolver tres dólares la primera vez. Ese dinero al día siguiente lo vendió en el mercado negro y con los 75 pesos que le dieron se fue a comprarle comidita a su hija de dos años.
Más triste es el caso de una joven que dejó con su hermana a su bebito de tres meses y cuando se disponía a desvestirse notó como de los pechos brotaba incontenible la leche. Se echó a llorar, pero él era de los turistas buenos. La abrazó y le dio 50 dólares. A un abogado madrileño le fue menos dura la escena: la mujer, de unos 30 años, comenzó a contarle el martirio de nuestra vida diaria. Y de la piscina del hotel no pasaron. Después de invitarla a cenar le regaló cien dólares.
Un poco más allá de donde termina la Avenida del Puerto, por el Paseo del Prado, suele moverse Sandra, una escultural negra con un t í tulo universitario en la gaveta de su c ó moda. Ella hace lo indecible por no parecer jinetera y muchos menos prostituta. A sus turistas les habla de arte y de historia; domina dos idiomas y hace dieta para no engordar. Su dilema es otro: disponer cada día de no menos de 20 dólares para pagar a porteros y carpeteros el derecho a esperar en el lobby del hotel. Ahí no terminan sus problemas: tres veces han intentado asaltarla al entrar en su casa. La solución es regresar en turistaxi y y pedirle al chofer que aguarde a que ella entre y pase el cerrojo. Eso le cuesta de uno a tres dólares de propina para el chofer.
Sin darme cuenta llego a la salida del Túnel. Me siento en un quicio a esperar. Hace más de una hora no pasa una 15. Un grupo de turistas llama la atención de los que estamos en la misma desesperada situación. Alguien dice: Coño, pero si son bolos . Miro. Efectivamente, parecen rusos, por la forma de vestir y caminar. Van callados y en fila como si fueran a una reunión del partido. Alguien hace un chiste. La gente se ríe. Yo no tengo deseos de reír. No por la demora de la guagua, sino porque pienso que despatarramos a la burguesía nacional para ahora abrirle las piernas al capital extranjero. Y eso, más el turismo, deja sus secuelas. La prostitución es una de ellas. Es la punta visible del iceberg . Las otras lentamente saldrán a flote.
(Publicado en la revista Encuentro No. 3/96 con el título Reportando desde La Habana.)
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